Es la hora ideal

Es la hora ideal,
prometo a la verdad el padecimiento justo.
Como nada nos pertenece,
me reduzco a la escasez de no tenerme.
Renuncio a la escasez,
y a los cimientos que cubren el porvenir
del juego;
el nombre que repetimos en silencio
porque alguna vez sentimos era nuestro.

La oscuridad es un precipicio que cae de la voz.
Renuncio a la oscuridad
y renuncio a la voz,
nacida de mí, pidiendo auxilio
porque le apuntan al corazón
las cosas que va dejando.
Las cosas que dejará
en un corazón más amplio.

No te culpo

A Marielle
por la Plaza de la Cultura

No te culpo.
Algo quedará de mí después de esta última palabra.
Los restos que perdí de un amor delirante.
O los gestos que no usé en mi juventud perdida.
Algo quedará de ti, y no te culpo.
Las manos buscando haberes de otras islas.
El café, las entrañas cosidas por la sed, por lo claro.
El coma y lo que duele,
cuando un dedo disciplina la punta de su vida.
Nada quedará de mí, eso lo sabes.
La calma en que te fuiste regando tus flores.
Eran rojas, eran solas,
y en mi palabra las pusiste.

No era mía. No te culpo.

Reincidencia


Es la forma de las manos, no es el tacto.
Es la palabra con forma de distancias.
Es el sueño, y la mirada;
atados al borde de lo que amamos.

Hay una distancia perdida para los que esperan,
repleta de imágenes adonde nunca llegaremos.
Ni llegaríamos
porque nos falta el sueño que olvidamos…

¿Por qué estoy de pie perdido en lo que no tengo?

Inventario

Abril, mayo y junio de los meses

que no habito.

—Ya deseché a Chantal bajo un manto

transparente, blanco,

de garras y arañazos de sudor.

Estaba oscura Chantal sobre su blusa imperfecta.

—Ya sostengo un catéter incómodo en mis brazos;

fluye la luz agitada de tártagos,

cicatrices, quietas, pero sinceras.

En mi presencia, bajo mis ojos,

bailan los zapatos,

y desde lejos me aquieto mientras

miro un armario,

dos relojes, siete cartas dispuestas

a fijar su semana de miedo

en mi miedo en calma,

de gambetas viejas,

de temor, de calma…

Pero tengo un suspiro parecido a mi tamaño.

Ya no sé si los meses traen como antes

su olor a cerradura;

sobre un caballo rojo que dibuja

una nube, y la sopla.

Es la lluvia.

Sentado hay tantas cosas que ver.

Camino y no veo nada y me encierro,

cierro el portón, la puerta,

muto como llave de recuerdo vacío.

Muto como un ángel que se arranca las alas.

Me presiento.

Debajo de mí laten

el agua y la lluvia,

componentes perfectos para olvidar lo que soy.

Suceso

Arde la invisibilidad de las palabras.
A su mediana edad pasiva como larva.
Edad de un labio que miró cuando caía.
Edad del viento que arrastró sus nombres,
todos sus apellidos, la casa de su infancia,
la primavera y las piedras cuando intentaba hablarles. 
Retorna a tiempo la invisibilidad de las palabras. 
Adonde vamos a estallar frente a un espejo.
Adonde quiero mirar cuando me muera.

Anticipo del mar


Estoy en el mar.
Sentado en el oído del mar.
En los brazos del mar abrazado.
Llorando el mar que vendrá,
sujentando mis manos.
Estoy en el puño del mar,
en su tímpano.
Y en todos los oídos de los mares.
Los mares en las pieles de otras manos,
unificando el tiempo con el mar se demora,
en ser mar por primera vez y recordarlo. 

Creación

A Leibi Ng

Una vez me dijeron “misterio”,
y sumí la cabeza al borde de mis tobillos.
Vi todo. Una fiesta.
Un tazón a punto de tocar el suelo.

Vi mucho, demasiadas cosas.
Hormigas en batalla de pan muerto.
Temblores, tierras febriles, humedades.

Una vez me dijeron “contagio”,
y estreché mis cejas hacia atrás
de mi nacimiento.
Vi escaleras, escalones, espantos.
Vi mucho, demasiadas cosas.

Entonces me dio la gana de quedarme,
residirme en cualidad de melancólico
y triste con una ese y una sé en mis manos,
viajando de aquí a la soledad
caucásica de la historia.
Renegando, hablando francés,
estimando el clima fastidioso que
da a la arbolada fresca, como un disparo,
de la habitación inhabitable de la tarde.

Una vez me dijeron medalaganariamente,
y estallé en carcajadas frente a mi padre.
Vi sus ojos, los míos, sus próximos ojos
y me quedé vacilando un rato
a causa de la sed
o del golpe o la artimaña de mi pecho
timbalero que frunció el ceño hasta gastarse.

Sólo entonces observé,
dándome cuenta que debía estar leyendo
o escribiendo o haciendo algo
que me habitara, que despertara junto a todos
los nombres fugitivos, como carroñas,
que huyen desde mis sueños
y son, hasta darse cuenta,
las temibles invenciones del ser.

Es diciembre

Es diciembre,

y mi corazón se encuadra como un ábaco.

Es diciembre y mi corazón se truena.

Late con seriedad y con miedo a las alturas.

Es frágil y es lamento que se puede caer.

Y hace frío cuando entro a mí mismo.

Deformado como el anillo de dios:

enganchado en cada rostro

cuando nadie mira.

Pero el hambre es verdadera;

y diciembre colorea un áspalo en la risa.

Un gran palo en diciembre retraído.

Un abanico en retroceso para morirnos.

Pero es diciembre y es esférico y nadie lo sabrá.

Y todo quedará en mi corazón sangriento.

4


una mujer sentada al borde del abismo
un parachoques y una mujer
a punto de chocar
un cableado, una locura creciente
una mujer sin nombre y sin cura
sin poderla salvar
llorándola
como a ninguna.

6


maquila
te inventé al cuarto año de no poder más.
no te imaginas lo que estos días
asumen hasta la envergadura.
cuando te hallé en el tercer sueño
no pude sostenerte.
y te fuiste con la conciencia del siglo
pasado en un luto de guerra.
luego pasaste a este siglo y sólo importaban tus ansias:
la música renegada hasta la mansedumbre.
y tu flor acicalada ascendiendo
hasta tus pómulos
bajando como un quebranto
pesado entre la tierra.

si tú pudieras quebrarte como una ola,
espérame en la espuma.

mira la ira salada que se nos va…
estoy en el olor de esa distancia,
vivo.

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Nicolás Bera (Santo Domingo, RD, 1993) es poeta, mercadólogo y ambientalista; cofundador de Acción Poética (2013) en nuestro país. Estos textos pertenecen a su libro inédito Temblor en el vacío.