Dibujo de portada: Inés Tolentino.
Entre los vaivenes de dicha y desdicha, LEONA o la fiera vida, de Ángela Hernández Núñez, nos mantiene en vilo desde su principio hasta su final; porque lo que en una página hace feliz a la protagonista (a su familia o al país), en la próxima se nos puede revelar como la causa directa de una terrible desgracia. Pues lo que, sorprendida de la vida, Leona recibía con igual sorpresa esta se lo arrebataba. Con esta afirmación, ella comienza a contarnos su historia: “Algo se me daba. Algo se me quitaba. Si recibía, ya debía prepararme para perder. Una frustración presagiaba un legado. Si recibía, perdería. Si perdía, recibiría” (p. 13); y con esta misma certeza la concluye: “Algo se me daba, algo se me quitaba. Lo que tengo lo debo a lo perdido; lo que soy, a lo que nunca pude ser” (p. 371); pero no como una repetición de lo mismo, sino como quien avanza en espiral hacia el fondo de la vida, de la realidad y las cosas.
Mientras leía y releía esta novela, me asaltaron muchísimas cuestiones en torno al enfoque de mi presentación: ¿cuáles de sus múltiples cualidades quería yo resaltar?: ¿su edición exquisita?, ¿su magnífica estructura?, ¿su magistral retrato de los personajes?, ¿su amplio dominio del lenguaje?, ¿sus estrategias narrativas? o ¿algunas de sus propuestas de fondo? Sin desdeñar la importancia literaria de cada uno de estos aspectos, he decidido solamente apuntalarlos para concentrarme en el tema de la resiliencia en esta acuciante novela. No lo hago como el sacerdote que en todo está buscando una moraleja, sino porque entiendo que esta perspectiva nos ilumina una dimensión fundamental del ser humano que está en la base del planteamiento discursivo y literario de este relato y por su desafiante pertinencia para nuestra actual sociedad.
Esta segunda edición de LEONA o la fiera vida, nace bajo el sello de la Editorial Santuario, establecida desde hace años como “una marca país”, ¡y de qué calibre!; con una sobria portada de Cynthia Matos, en la que resalta la obra pictórica de Inés Tolentino, que podríamos calificar como un retrato de la protagonista y su entorno que en su aparente simplicidad cromática trasluce todos los colores presentes en la novela. Una vez más, Amado Santana, hace gala de sus dotes en el campo de la diagramación con la originalidad de su diseño, lo mismo que Soto Impresora con el fino producto que ha materializado a partir del insumo de estos genios de las artes gráficas y plásticas.
La novela LEONA o la fiera vida, también destaca por su magnífica estructura y por su burbujeante dinamismo. Veintiún capítulos repartidos en tres partes nos desvelan la ambición de su alcance. La primera, que lleva por título ÓPERA QUIMA, inicia con un epígrafe de Guillaume Appollinaire que reza: “De sufrimiento y de bondad ha de estar hecha la belleza” (p. 9); la segunda, titulada CIUDAD SEGUIDA, tiene un epígrafe de Lewis Carroll que nos impresiona y abisma: “¿Será que estas cosas se mueven al mismo tiempo que nosotros?, se preguntó la sorprendida Alicia” (p. 157); y la tercera, cuyo título es BATALLA, exhibe un epígrafe de Sun Tzu, quien sabiamente nos aconseja: “Sé extremadamente sutil, discreto, hasta el punto de no tener forma. Sé completamente misterioso y confidencial, hasta el punto de ser silencioso” (p. 229). Difícil no relacionar esta ÓPERA QUIMA con la Ópera Prima (Obra Primera), tan exaltada por nuestros antepasados grecolatinos, como si de entrada la autora nos situara ante uno de esos juegos de palabras que tanto le encantan para disparar nuestra imaginación. CIUDAD SEGUIDA nos muestra la dureza del mundo urbano contrastado con el campo, como el escenario donde la “dictadura” que en el contexto de esta novela domina el país, exhibe sus más terribles crueldades. BATALLA tiene que ver con el protagonismo de la yegua con la que la protagonista se identifica, con el modo en que esta salva la vida de “la media naranja” de Leona, con la revuelta de los constitucionalistas contra el régimen de facto y el ejército norteamericano y, sobre todo, con el “salto oceánico” de LEONA cuando decide enfrentar la fiera vida con todos los infortunios que esta comporta, con la sola esperanza de que las alas en su herido corazón brotarán nuevamente. (Cf.p. 370).
En lo que atañe a la construcción de sus personajes, en este relato no hay un individuo, por insignificante que sea, que no esté milimétricamente caracterizado. Leona, Beba, Virgilio y Emilio, por poner solo algunos ejemplos de los personajes centrales, están delineados en sus más mínimos detalles, por lo que al terminar de leer la novela nos quedamos con la sensación de que los conocemos de toda la vida. Pero lo mismo podemos decir de Fresia Camilleri, de Edermira Villabrille, de Asunción y de Manuelico, el Mercader, que podríamos catalogar como algunos de los personajes secundarios de esta obra. Más contundente aun, es el hecho de que con esta misma percepción nos quedemos al pensar en algunos de los animales descritos por Ángela Hernández en su relato: Batalla, Coco y Jaguar.
En lo que se refiere al lenguaje, esta novela presenta con mucha naturalidad diversos registros de su uso: el coloquial, el culto y el popular, e incluso, alguna que otra vez se exhibe una elegante obscenidad, que sin embargo, en ningún momento se asoma a lo vulgar. Con todo, en la obra domina una prosa que podemos calificar como poética: “entonces el sol y yo oscurecimos de golpe” (p. 31), “Estaba escrito: en Quima, tierra de aguas superficiales y profundas, el talento venía envuelto en un trapo de olla” (p. 74), “El dolor de la muerte es…, es… ¡como una brasa arrancada del mar! Una brasa que antes estuvo en las entrañas de la tierra y pesa como la tierra entera” (p. 147).
En este relato, Ángela Hernández Núñez, nos presenta a Leona como una niña-adolescente-joven que incursiona en el lenguaje, como lo hace con la vida: lo descubre, lo experimenta, lo profundiza y lo redescubre en la misma proporción en que se descubre, se experimenta, se profundiza y se redescubre a sí misma. En ella, apropiación del lenguaje y de la propia vida ‒exterior e interior‒ van de la mano. Así lo vemos en las palabras con las que se va encontrando: baquiní, legrado, curetaje, arbitrariedad, trúcamelo, estigma, flagelo, perínclito, amancebada, y que van entrando en su ser en la medida en que las integra para conocerse a sí misma y al mundo. En esta perspectiva, es cómo podemos interpretar su osadía para componer diálogos sin guiones, cuyos interventores aparecen delimitados por puntos en un mismo párrafo, proveyendo al texto de una inusitada coherencia y agilidad.
En LEONA o la fiera vida, Ángela Hernández Núñez, nos regala una narración vigorosa en primera persona, que nos parece omnisciente porque se nutre de todos sus personajes, incluidos los libros y la radio, los animales y las aves, la naturaleza y los muertos. Todo un prodigio narrativo que nos revela una subjetividad sin barreras, que lo mismo transita por caminos y veredas que por la imaginación; por el pasado y el futuro que por el presente, incursionando en una espacialidad y en una temporalidad que podemos catalogar como sempiternas. Su extraña mezcla entre fantasía y realidad nos asoma a una narración más profunda y desafiante que la del realismo mágico latinoamericano, en la que se entrecruzan lo que se vive, lo que se piensa, lo que se siente, lo que se desea y lo que se imagina, ensanchando así nuestro horizonte interpretativo tanto desde el punto de vista literario como intelectual.
Se trata de una novela que transcurre en diferentes planos hermenéuticos, cuya aparente simplicidad nos puede confundir si nos quedamos en la superficie de la belleza paisajística y en el idilio campesino, sin adentrarnos en los temas subyacentes que apenas vislumbramos como comentarios marginales que aluden a la tiraría, a la persecución de “los comunistas”, a los malévolos planes de “los urbanizadores”, a la revolución de abril del 1965 y a la invasión norteamericana, y que nos remiten a una sociedad en permanente convulsión, dominada por un gobierno despótico, cuya sombra permea toda la obra; y a la cual, Leona nos va acercando primero como con un telescopio y luego como con una lupa, hasta dejarnos sentir en nuestra carne los estragos más feroces de sus garras en los pliegues más tiernos de su piel.
La resiliencia se define como la propiedad que tienen los metales para recobrar su forma después de haber sido sometidos a temperaturas tan altas que logran su fundición. Los psicólogos y científicos sociales que se preguntaban ¿por qué algunas personas que han sido heridas en su centro consiguen recuperarse mientras que otras que fueron afectadas más levemente no logran sanarse?, encontraron una respuesta satisfactoria en esta cualidad que poseen los metales. Constataron que los seres humanos somos resilientes por naturaleza, y que en la medida en que asumimos esta virtud que nos es inherente, nos empoderamos para encarar las contrariedades propias de la vida.
Sentenciada al fracaso por su madre y su entorno, por la burla de sus pares y los chismes de sus vecinas, por el lugar de su procedencia y el país donde nació, por su historia y las más dolorosas experiencias que marcaron su vida, Leona nos recuerda que todos estos sucesos nos influyen, e incluso, nos marcan pero que no son determinantes en el derrotero que damos a nuestro futuro. Al final, a cada uno de nosotros nos llega el momento ‒por más cosas negativas que hayamos vivido‒ en el que tenemos que decidir hacia dónde conducimos nuestra existencia.
Como todos los seres humanos al nacer, Leona es una chica tierna, dulce y sensible, a quien las malas experiencias de la vida intentan malear, llenándola de violencia y amargura. Ella, en vez de conmiserarse y reaccionar con rabia contra el mundo, las personas y Dios, supo transformar todo esto positivamente, porque descubre que en el fondo de su ser anida un corazón noble y bondadoso, a través del cual valora a las personas y la realidad. Esto es lo que nos permite afirmar, que la novela LEONA o la Fiera vida de Ángela Hernández puede ser interpretada como una “oda a la resiliencia”. Cualidad que se despliega en su autopercepción, en su fortaleza física y mental, en su innegociable dignidad, en su sentido de pertenencia, en su proceso de identificación con dos heroínas, en el mágico mundo que le abren las artes ‒en especial la música y el baile‒, en el manantial de bondad que descubre en el hondón de su alma, en su práctica del silencio y la lectura, en su fe inquebrantable y en su capacidad de soñar.
Leona se sabe única, especial y auténtica. Por ello, cuando Martina le aconseja que se ablande para que no le duelan los golpes que el profesor Alcides le está propinando, esta le responde: “Martina no me parezco a ti, no me parezco a nadie, no sé ablandarme, no sé fingir”. (p. 60).
Leona es tan fuerte que jamás admite que la miren con lástima (p. 86). Por eso, cuando para consolarla, su madre le indica que como su tía Calixta ha sufrido tantas enfermedades y el deprecio de su esposo, se desquita con ella por ser la más débil, Leona reflexiona: “¿Yo, débil? Mamá no me conocía a fondo”. (p. 81). Y no solo se trata de una fortaleza física, sino sobre todo psíquica y mental, que le permite anticipar el futuro y mantener la lucidez en los momentos de mayor confusión: “En ese tiempo moroso, denso como el de la pesadilla, mi mente sigilosa anticipa los pasos del sujeto. Al margen de mis otras partes, que sudan desordenándose, mi mente conserva el tono adecuado para razonar”. (p.170,Cf.p. 180).
Leona exhibe una dignidad que no se negocia, por la que no tranza con nadie: ni con quienes quieren abusarla ni con los urbanizadores ni con las compañeras de escuela que le hacen bullying ni ante la profesora que busca humillarla. En esas primeras etapas de la vida por mantener la dignidad, si es preciso porque no hay otra alternativa, hay que echar el pleito, así sea a los puños.
Su sentido de pertenencia, la enraíza. Se refiere a su familia y a aquellos que ama, como los“míos”, por quienes se preocupa, se desvive, a quienes sirve y reconoce en su resiliente bondad:
No me iría de nuevo. Que Fresia y el ingeniero no contaran conmigo. Ni a empujones me separaría de los míos. Prefería padecer hambre, ceguera, bichos y piojos; sufrir frío, pelas, el desdén de los parientes de Enmanuel, pero en mi hogar, donde sentía la vida en el tuétano de mis huesos. (p. 273-274).
En este proceso de sobrevivencia, un punto de apoyo para Leona es su solapada identificación con santa Catalina de Siena, en la rareza de su nacimiento, en sus múltiples padecimientos, en su capacidad visionaria y en sus talentos extraordinarios en una época que todavía no estaba preparada para ella. En la voz de esta santa, se dice a sí misma: “¡Basta de silencios! ¡Grita con cien mil lenguas! Porque por haber callado, ¡el mundo está podrido!” (p. 204-205). La otra heroína con la que Leona se identifica es Kara-Zor- El, la kriptoniana, prima de Superman, a la que siente que se asemeja en su encierro, en su amor por su perro confidente y en sus deseos de escapar.
El amor de Leona por las artes se evidencia cuando esta descubre la música y el baile como otro de los componentes que la fortalece, que en este caso no solo la vigorizan, sino que le permiten trascender y humanizarse.
En su relación con Fresia Camilleri, Leona descubre la belleza del silencio, gracias al cual encuentra la guarida que estaba buscando para protegerse de los abusadores como Ruíz, su cuñado, y de los urbanizadores (p. 210). En cambio, de Giorgio Bellasi y Virgilio hereda su espíritu crítico e indómito y su capacidad analítica para entrar hasta el fondo de las cuestiones más difíciles.
Con Fresia Camilleri, Leona también profundiza su pasión por los libros. La doctora la conduce a ellos a través de los paquines, luego de lo cual la confronta con lecturas más serias y profundas, con la sola recomendación de dejarse guiar por sus gustos y de llevar cuenta de los autores y los títulos (p. 215). Por ella accede a un mundo que la deslumbra, lo que la capacita para exprimirlo mientras sorbe un jugo como el colibrí chupa de la flor (p. 188). De hecho, la lectura se convierte para Leona en una puerta de salvación. Por lo que no nos ha de extrañar la centralidad que ocupa en su vida, El Libro, con mayúscula y en cursiva. Referencia con la que más adelante, concluiremos esta presentación.
Leona reza y lee, lee y reza, dejando volar su imaginación, que hace volver su sueño. La imaginación se le dispara a mundos inimaginables, por lo que su horizonte se amplía rozando la fantasía. La lectura y la oración les permiten acceder al hondón de su alma, donde construye, el anhelado cuartito que la hace invulnerable “a las máquinas, a los cascos blancos y a las lenguas largas salivas de sierpe” (p. 216).
Leona se experimenta a sí misma como una mujer de fe. Cualidad que aprende de su madre: “Con fe es que se reza, si no, cansamos la boca de sonidos hueros, me instruía Beba, enfática. De no existir ese fervor, era preferible no insistir en comunicarse con Dios. La fe lo era todo. Estas ideas no se apartaban de mi mente mientras repetía oraciones y letanías”. (p. 111). Por ello, en la oración, encuentra su fuerza, añadiendo ayunos y penitencias en favor de las personas a quienes ama, a imitación de santa Catalina de Siena.
Leona destaca por su capacidad de soñar, que le permite recrear positivamente los contextos y las situaciones más terribles que enfrenta en su vida. De hecho, los sueños son para ella los elementos esenciales de su sintonía y complicidad con Emilio:
Existía como un tácito pacto entre nosotros, tal si presintiéramos que a veces las palabras podían acribillar las floraciones de nuestra fértil imaginación. Nos contábamos sueños como si fuesen hechos vividos o por vivir. También tejíamos breves historias fantásticas. El oído del otro le confería la realidad que bastaba a nuestro corazón. (p. 85).
Leona tiene un alma noble con una sensibilidad exquisita, que la hace sentirse solidaria de la precariedad de su familia, y en especial del dolor de sus hermanas mientras ella vive como una reina en casa de Fresia; experimenta el dolor de los animales hasta el punto de poner en riesgo su vida para salvar una perra realenga. No obstante, es implacable con quienes la han atropellado, de quienes se burla con su irónico uso del lenguaje.
La armoniosa combinación de todos estos elementos en su bondadoso corazón, sorprenden a Leona cuando menos lo espera con el regalo de una experiencia cumbre, mística o fundante, descrita por ella como una hora dorada:
Sonreí piadosa, útil. Me sentía viviendo una hora dorada de armonía y razón. Y este sentir unificaba todo: a Coco y a las montañas, a nuestros pasos, los corpúsculos iluminados, el caserío, la cuesta, el edificio desproporcionado y feo que alojaba la Manicera, las zanjas de bordes erizados por gramíneas, el báculo de Asunción, los insectos en el aire. (p. 269).
En LEONA o la fiera vida, Ángela Hernández nos propone una forma de vida diferente a la sugerida por nuestra actual sociedad, y por ello, su foco de escritura es también diferente. Quizás por eso nos remite al campo y a los más profundos valores que lo caracterizan. De ahí que nos confronte con una Leona como prototipo del ser humano, que cuida, que es solidaria, que ama con ternura, que se deja deslumbrar por la belleza y que reflexiona sobre la vida. Esta novela nos adentra en un ambiente de profundos contrastes, que, sin embargo, se contraponen con una maravillosa armonía: La intimidad del mundo interior de Leona, desde el que accede a la naturaleza exuberante de Quima; la belleza idílica del campo en contraposición al estruendo de la ciudad; los valores del campesinos bajo la permanente amenaza de los urbanizadores; los ideales democráticos y revolucionarios que se oponen al avasallamiento de un régimen totalitario, cuya sombra genera toda una atmósfera.
Esta novela es una defensa de la vida campesina, de su derecho a existir; es un manifiesto en favor de la familia y, consecuentemente, contra todo aquello que la amenaza. En esta misma perspectiva se convierte en una denuncia contra los urbanizadores, contra quienes imponen sus criterios a base de violencia; y en una apología en favor de una sociedad más democrática, que en vez de por la búsqueda del poder y los propios intereses, se mueva en la lógica del amor, la solidaridad, el diálogo y la cultura de la paz. Elementos todos ellos tan necesarios para el contexto descrito por Ángela Hernández como para el nuestro. Y es que a esta novela aplica muy bien el concepto de “glocalización” introducido por Néstor García Canclini para referirse a una alternativa al localismo insular y a la globalización despiadada. Pues en esta novela, Quima lo mismo que la Capital dominicana, Santo Domingo, es un microcosmos en el que convergen las cuestiones más profundas de la humanidad y sus preguntas más hondas. Lo que hace de esta novela una propuesta válida tanto para la sociedad dominicana como para el mundo.
En LEONA o La fiera vida, Ángela Hernández nos ha obsequiado un texto de una profundidad y de una belleza literaria pasmosa, que en muchos momentos alcanza verdades que podríamos considerar reveladas, por la penetración de su alcance y por la simplicidad y hermosura con que nos la comparte. Este relato refleja intuiciones cuánticas, maduradas en un proceso reflexivo de muchos años. Esta novela debió estar en la mente y el corazón de su autora desde que le dio por escribir. De seguro su boceto se empezó a gestar hace décadas, pero afortunadamente nos ha llegado en la plenitud de su madurez escritural. Porque con ello hemos ganado una joya literaria para nuestras letras, que goza de la genialidad del escritor consagrado sin perder la visceralidad de quien se inicia en el arte de escribir.
Considero que no es una desfachatez el pensar que LEONA o la fiera vida es El Libro mítico que se le perdió a Ángela Hernández en su más tierna infancia y que como perdió la esperanza de encontrarlo, lo empezó a escribir al llegar a su madurez literaria. En ese sentido, me llama poderosamente la atención que Leona recibiera El libro de la selva de Rudyar Kipling, que Fresia le entrega como si fuese un sacramental, que la conecta con El Libro arcano de su niñez, el único texto que encontró en Quima distinto de los escolares, del devocionario de Los quince minutos y de la Biblia (p. 209). Con ese Libro Leona siente que sintoniza y combina. Lo cual no hemos de interpretar de un modo llano, sino aplicándole “la ley de la Simbiosis Inmaterial” (p. 352, 353) en el sentido de que con este Libro como con Emilio, puede encarar el desafío de una unión “hasta el infinito límite de la eternidad” (p. 354), concibiéndose a sí misma como una mujer dichosa y feliz. De ahí que ella desee tocar El Libro, olerlo y despertarlo con sus ojos. (p. 209-210). Se trata de un libro que no encarna ningún otro libro porque solo existía en su cabeza. Libro que, como antes he sugerido, Ángela Hernández nos regala en esta novela como lo podemos concluir a partir de esta afirmación de su protagonista:
Jamás se lo comunicaría a la doctora Camilleri, qué iba a pensar de mí, pero me iba convenciendo de que el Libro,aquel abonado por mi memoria cuando aún no sabía leer, vivía como ciertas criaturas, por la metamorfosis. En este punto de mi vida, ya se parecía muy poco al original o a Un millón de maravillas. Cuando se me cayeron las alas del corazón, mi Libro se transformó en un manantial con alas. Un montículo de añil y oro. Un cocuyo mitad mariposa. Un arbusto faisán. Una gota de nube resbalando de un rayo. Un sueño navegable en los torrentes. Una semilla con patas de gorrión. Un lecho de senderos. Mi libro es equilibrio del vaivén. Crece con mi familia. Se nutre del calor de mi existencia. Emilio escribe en él con la pluma de sus ojos. Sebastián Gorjea. Galopa Batalla. Virgilio imprime una brújula y un caracol. Por sus páginas pasean mis hermanas. Prende el fuego mamá. Obra Enmanuel. Ríe Antonio. Cuece plantas Florinda.
Mi Libro es granítico. Blando como el corazón. Noche matriz. Resplandor de aventura. Aleatorias formas de agua. De luz. Comarcas parpadeantes. Ciudades. Hazaña. Experimento. Compañía.
11 de julio de 2019, Biblioteca Nacional,
República Dominicana.
Ángela Hernández Núñez, LEONA o la fiera vida, Editorial Santuario, Santo Domingo 2019