Hablar con Carmen Imbert Brugal era una delicia. Tal vez su experiencia como jueza te llevaba a sacar cosas “que podrían ser utilizadas en tu contra”. En aquel 1998 me convertí un extraño habitué de su programa radial y también un sistemático lector de sus escritos. De alguna manera se fue tejiendo un diálogo que al final devino en entrevista. Entre cafés y la gente subiendo y bajando en aquella cafetería de la Avenida Tiradentes, conversábamos como si estuviésemos bajando por una montaña rusa.
Hablar con Carmen Imbert Brugal era una delicia. Tal vez su experiencia como jueza te llevaba a sacar cosas “que podrían ser utilizadas en tu contra”. En aquel 1998 me convertí un extraño habitué de su programa radial y también un sistemático lector de sus escritos. De alguna manera se fue tejiendo un diálogo que al final devino en entrevista. Entre cafés y la gente subiendo y bajando en aquella cafetería de la Avenida Tiradentes, conversábamos como si estuviésemos bajando por una montaña rusa.
Mis comienzos evangélicos, la militancia política en aquellos años duros del último balaguerato, los liderazgos de Bosch y Peña Gómez que se esfumaban como un conejo en el sombrero de un mago para luego reaparecer en alguna gaveta de escritorio, todo estaba ahí.
El trabajo periodístico requería sazón. La entrevista de Carmen, leída ahora, 21 años después, me da la sensación de estar hablando casi atolondradamente; de tocar cantidad de temas, como aquel Charlie Parker cortazariano al que sólo le faltaban dos minutos para “darlo todo”.
En 1998 nadie hablaba de “sociedad líquida” y en internet todavía no se sentía con fuerza el tema de la “redes sociales”. Facebook no existía, ni Amazon, aunque sí la televisión por cable. En el trasfondo de mi conversación estaban las teorías del desencanto de Max Weber –la Politikverdrossenheit que ya se volvía a pensar-. También Nietzsche con la “relatividad de los valores”, y como colofón, un libro que puse a circular entonces: “El otro libro”, la segunda parte de uno que me había producido muchísima alegría y que en algún momento habré de recuperar: “El libro de las vainas”.
El tema de la “dominicanidad” aparecía como una maleta de donde había sacar, meter y reordenar cantidad de temas: el trujillato, el racismo, la migración, la “otredad” nacional. Recuerdo que en aquellos meses tenía una muy especial comunicación con la periodista Margarita Cordero, una de las perspicaces y agudas visionarias del tema de la “dominicanidad” en su modalidad globalización.
En 1998 ya tenía yo ocho años en Alemania, lo que naturalmente influía en mi visión sobre la “alteridad” del ser nacional: esa cultura de la marginalización en la que el pensamiento del aquí (en la Isla) será el único válido, cuando en el trasfondo del inconsciente lo que reina es la idea del irse como morirse.
Cuando Imbert Brugal afirma que fue difícil “convencerme” para esta conversación, dice toda la verdad. A veces mi sensación de inutilidad en la Isla es tan grande que me pregunto para qué sirve seguir reafirmando la impermeabilidad de ser autoritario dominicano. ¿Seguir remachando lo pobre que somos? La única positividad que me permito: la de compartir par de libros con mis amigos, en las fiesta del libro. Del resto ni hablar. A veces se supone que siempre tendremos una respuesta feliz, y la cosa no es así. Al final, quedan más dudas que certezas, más calles de una vía y tapias para saltar.
Nada nuevo que agregar.
Volver a estas ideas 21 años después es como si poquísimo hubiese cambiado.
Gracias a Carmen Imbert Brugal por aquellos diálogos, por su precisión en la transcripción y por la posibilidad de tocar algunas teclas que no siempre se tocan, en el desconcierto nacional.
Berlín, 14.07.2019
La sociedad dominicana según los espejuelos de Miguel D. Mena
Carmen Imbert Brugal
Especial para Hoy
4 de junio de 1998
Nadie como él conoce los secretos intramuros, ni disfruta de las miserias y glorias de una ciudad que languidece pero que él ama de manera irrebatible. Es el cronista contemporáneo de la misma, conoce las cunetas preferidas de los derrotados por los sueños, los urinarios de las doncellas, la esquina dispuesta para el ligue ocasional o para la venta de lo prohibido. Berlín no le ha quitado historia, le da fuerza y presencia cibernética constante. Miguel D. Mena, Miguelín, está aunque no esté, lleva por doquier las derrotas y los triunfos de su entorno, recuerda aceras, colmados, personajes, ruinas, adoquines, capiteles. Aquel niño precoz, asombro de tertulias en los años 70s es un hombre hecho y con derechos, que ya no precisa de carnet de identidad para demostrar su precocidad. Predicador desde antes que la sombra del bigote asomara en su rostro, recitaba la Biblia e instaba a los impíos al arrepentimiento; a los 13 años sorprende al público que asistió a la presentación de un libro de Alcántara Almánzar, cuando preguntó porque no utilizaba un término impublicable en su texto, después de la osadía, Pascal Peña le dedica un artículo y Bonaparte Gautreaux Piñeyro duda de la autoría de un trabajo que le muestra.
Pupilo de Vetilio Alfau Durán y Emilio Rodríguez Demorizi, de Félix Servio Ducoudray. Fue invitado especial de Pedro Gil Iturbides y Pedro Troncoso Sánchez a participar en la Semana Duartiana celebrada en el 1976. Poeta, lector voraz, coleccionista de amigos y voraz, coleccionista de amigos y amigas, considera que la política es un espectáculo y que los años 90s son estériles, difíciles, miserables. Cree que la dominicanidad se pierde y considera que tan importante es Balaguer para entender lo que somos como Jack Veneno y Fefita La Grande y afirma que vivimos en la cultura del pica pollo.
Creció en Villa Francisca, hijo de provincianos, su madre es de San José de Ocoa y su padre nació en Moca. Desde los 5 años dice que sintió la violencia. “Sentí La Banda, me llamó la atención lo que pasaba, yo vivía en un barrio. Mi familia no es política pero hay muertos del trujillato”.
La violencia percibida detrás de la puerta, intuida en los silencios del barrio, en las advertencias de los mayores o en los sollozos de algún vecino, dejó de ser intuición una tarde de sábado.
“Un sábado mataron a mi papá, en el 70. Él era teniente pensionado, tenía una farmacia, en esos momentos los grupos de izquierda radical pensaban que cualquiera era calié”.
Sociólogo egresado de la UASD, desde el año 86 establece contacto, por razones familiares, con Alemania y en el 90 se establece en Berlín con la finalidad de hacer un doctorado en la Universidad Libre, tiene 6 textos publicados y montón de artículos dispersos por el mundo.
Convencerlo para ésta conversación fue difícil, aunque es gran conversador, ocurrente, buen compañero de fiesta, la intimidad le asusta, además piensa, que ninguna entrevista es libre por eso prefiere escribir, escribir, decir y nunca preguntar. Harto conocido en los territorios de la nostalgia y del pensamiento underground, en las aulas de la UASD como profesor o como ayudante de Isis Duarte, o como compañero de trabajo del hoy presidente de la República, artículos publicados en el Hoy y en Rumbo provocaron estamentos no acostumbrados a reconocer que, a pesar de ellos o sin ellos, pueden existir personas con historial académico o político, pueden existir intelectuales desarrollados en espacios no presentidos ni considerados importantes. El muchacho habitué del Mesón de Bari, el muchacho de aquel Armario Urbano de los 80s cuyo texto provocó discusiones, adhesiones y resquemores, el peatón por convicción, erudito y políglota, sin estirpe, burló los límites de información de uno de los hombres públicos con mayor proclividad para desentrañar miserias genéticas cuando de enfrentar un pensamiento diferente al propio se trata. Pero Miguel no quiere referirse al caso, tanto tiene que decir que aquello para él fue episódico.
El balaguerismo no es uno solo
No son dos las generaciones de dominicanos y dominicanas marcadas por Balaguer, para bien o para mal su presencia ha sido una constante, un referente obligado, nietos y abuelos se han desarrollado adversando o amando al líder. La lectura de los trabajos de Miguelín, sus opiniones, acusa un marcado antibalaguerismo sin regatearle importancia al símbolo.
“Yo estoy en una reflexión si tú quieres muy cristiana, me he concentrado en Nietzsche y esto me ha llevado a entender la relatividad de los valores, a no creer en absolutos, a buscar el sentido de la realidad. ¿Qué pasa con Balaguer? En principio era una forma autoritaria de gestión, pero un autoritarismo que no se reconocía en sí sino que siempre le echaba la culpa al otro. La gente siempre dice las mismas cosas de Balaguer, el hacer y el decir de Balaguer ha ido conformando toda una cultura política que tiene que ver con un programa de dominación. Se nota con lo que hizo con la ciudad y uno se da cuenta que su concepción de la ciudad, que está en Guía Emocional de La Ciudad Romántica, se fue vertebrando a través de patrimonio Cultural. Esa gente ha manejado millones de pesos en los últimos quince años y la calidad de vida en la ciudad colonial es miserable”.
“La zona colonial es el centro simbólico de la ciudad y está desterritorializada, no hay cine, no hay bibliotecas. Importa la cáscara no el contenido y eso es propio del Balaguerismo, el ser humano no cuenta”.
¿La vigencia de Balaguer lo convierte en el político dominicano de mayor éxito?
“Es exitoso en la medida en que se crean nuevos Balagueres. Balaguer no es uno solo, en cada etapa él ha tenido una máscara, un gesto, es la ópera de Pekín. El cambia de personaje, se niega todo el tiempo, se exorciza a él mismo. Él es la opción más triunfadora de lo dominicano”.
La politica es un espectáculo
Se acaba el siglo y los mismos actores políticos están en escena, el Presidente de la República es relevo pero el peso ha recaído sobre los grandes liderazgos, sin embargo personas ajenas al quehacer político tradicional participan, saltan de la pantalla a las boletas electorales.
“El presidente Leonel Fernández es una persona que nunca se caracterizó por ideas fulgurantes, siempre ha sido muy moderado, muy equilibrado, nunca le sentí ímpetu dirigencial. Hemos sido amigos”.
“Uno no se puede limitar a las figuras políticas tradicionales, no cambia tampoco Jack Veneno ni Freddy Beras Goico. La política es un espectáculo, hay crisis de paradigma no sólo aquí, por eso la política se presenta como un teatro. Lo que se valora ahora es el éxito y el fracaso. Corporán, Salcedo, son parte de un concepto espectacular, son modelos en esta sociedad, le hablan a la gente. Ellos piensan que el Estado funciona como una empresa, el pueblo es el gran cliente, es la tele política, la tele-cracia”.
Los mitos políticos contemporáneos
No sacraliza, sitúa. Miguel D Mena piensa que debemos leer de nuevo la historia para creerla, repite: “sigamos el ejemplo de Duarte: aprovechemos el tiempo! Larguémonos del país”. Considera a Balaguer, Bosch, Francisco Alberto Caamaño y José Francisco Peña Gómez figuras aparentemente disímiles, hacedoras del mito contemporáneo dominicano.
“El profesor Bosch nunca se caracterizó por la audacia típica del caudillo latinoamericano, su carisma ha residido en la capacidad de oír y de acercarse al otro. Bosch siempre ha tenido la capacidad de interesarse por las cosas pequeñas, honesto por convicción y eso no es propio de la cultura política dominicana. El boschismo se quedó como un programa ético que muere cuando Bosch pierde las elecciones. Bosch y Caamaño se auto-percibieron con fuerzas propias, para ellos las fuerzas no provenían de la divinidad, Caamaño pagó con su propia vida”.
“El liderazgo de Peña Gómez produce tristeza, fue un híbrido entre Balaguer y Bosch. Tanto él como Balaguer se consideran parte de un destino. Peña Gómez fue valiente, salió de las entrañas más humildes del pueblo y tuvo que enfrentar una cultura modelada en el racismo, representó las aspiraciones de más de una generación, pero no supo retirarse, no tuvo la capacidad de volver a las cosas simples de la vida y frente al partido que se le desarmaba se convirtió en ley batuta y constitución. Él y Bosch han sido los dos únicos políticos bondadosos”.
“Los políticos dominicanos son figuras picassianas, no sabemos cuál es su verdadero rostro, predomina el cubismo. Siempre hemos tenido que elegir entre lo malo y lo menos malo”.
Vivimos en la mediocracia
La telepolítica, la cultura del pica pollo, el oportunismo, el discurso político reiterativo y con diez palabras claves, la pérdida de identidad, el consumo, considera Miguel D. Mena que determinan la mediocracia en la nación de ahora.
“Mi opción es de fracaso. Aquí hay un pensamiento neurotizado, estamos desarrollando esquemas miserables dentro del proceso de globalización, yo me siento cada vez más en minoría. Uno de los elementos de nuestra cultura autoritaria es establecer distancia o contradicción con la persona que opina y si tú no la conoces esa persona no existe y si está fuera del país, hay que anularla. Ese es un concepto trujillista, hay que estar aquí para, ser dominicano. Trujillo impuso anularla. Ese es un concepto trujillista, hay que estar aquí para ser dominicano. Trujillo impuso eso, el dominicano que se va es un dominicano que niega los valores patrios y eso es una forma cobarde de enfrentar al otro”.
Mencionas la cultura autoritaria, ¿no crees en la intención oficial de superarla?
“Ahora no se habla de clases sociales ni de ideologías, los términos han sido sustituidos por negociación, conciliación, consenso, pero aquí no existe la cultura del diálogo, el diálogo pasa por la aceptación de los límites del otro. Le tengo miedo a los acuerdos, no significan solución. Los conceptos de acuerdo, negociación se imponen y refuerzan el elemento autoritario en la medida que el diálogo no se da, no se produce. Una cultura que no tenga el respeto a la diferencia no puede creer en el diálogo, aquí se anula al otro cuando expresa ideas diferentes a las que quieren oír”.
El juego fácil de lo dominicano
Miguel D. Mena no se entusiasma con el aumento de la bibliografía nacional, no le seduce sumarse a ningún coro, no tiene sentido reivindicar la forma si el fondo permanece.
“Se gasta más dinero en la celebración de la Feria del Libro que en la publicación de libros, se invierte más en publicidad que en infraestructura cultural en los barrios”.
El trabajo de escritores y pintores actuales transmite lo dominicano, lo recrea.
“El lenguaje dominicano no está en la literatura, hay un juego fácil para establecer lo que es dominicano. Si escuchas las canciones, por ejemplo, son sadomasoquistas, en la literatura es peor el caso, el sabor dominicano está ausente”.
Lo que reivindica el discurso más tradicional, lo que provoca histerias nacionalistas, dice Miguelín, que se reduce a símbolos.
“Tenemos que sincerizarnos, no nos reconocemos, se nos obliga a oír el himno, a respetar la bandera. La historia dominicana está constituida por falsedades, se reivindica a Duarte pero resulta que él se va del país, se queda en Venezuela haciendo velas”.
Racismo, fascismo
Conoce la realidad alemana y asegura que desde lejos las informaciones en torno al fascismo pueden confundir a los analistas. Las manifestaciones neofascistas las atribuye a situaciones concretas de la Alemania de hoy pero sin peso suficiente para retomar espacios perdidos.
“Son oleadas que tienen que ver con el desencanto, con el desempleo”.
Le preocupa más el caso dominicano, la negación de nuestras mezquindades, la no asunción de una realidad lacerante y legendaria.
“Aquí hay actitudes racistas. En el 97 se cumplieron 50 años del corte y ni los intelectuales ni la iglesia ni el gobierno mencionaron el hecho. Trujillo creó la frontera, quiso evitar el acceso de lo negro y utilizó el corte y después de 50 años no hay en los libros de texto una aclaración sobre el hecho. Nadie quiere ver la isla como una unidad geográfica, el gobierno tiene gran protagonismo en el Caribe pero Haití está aparte, no hay contacto real, no hay intercambios. La Primera Feria Internacional se dedica a España, el espacio dedicado a Haití era intrascendente”.
Una de las tantas contradicciones del último gobierno del siglo XX es que tiene entre sus funcionarios más prestantes y poderosos a representantes del más abyecto anti-haitianismo al lado de los que —en una época— se les consideraba pro-haitianos.
“Aquí no hay pro-haitianos, el acercamiento se dio en los 70s para insertarnos en el pensamiento latinoamericanista, cuando desapareció la necesidad de los 70s, de la búsqueda de identidad, se abandonó”. Miguel D Mena se resiste a los esquemas —implícitos— de una entrevista, él la concluye con cada reflexión, se destapa con frases sueltas y siente que todo aquel o aquella que le inquiere, que le cuestiona, lo limita en su expresión. Sé que ya no hay más tiempo para mí, el desayuno termina y su trajinar de peatón comienza.
Adscribirte a una opción de fracaso te puede crear inconvenientes, te hace vulnerable, te pueden sentar en un sillón para pisicoanalizarte e invalidar lo que expresas.
“De ninguna manera. Te dije que me siento cada vez más en minoría, que mi opción es de fracaso, pero eso es parte de la vida, como minoría y desde esa opción debemos buscar espacios propios para ser felices, debemos tener un pensamiento más propositivo y alejarnos de la actitud maquiavelizante de la política, de la gente que piensa que sólo desde el poder se pueden hacer cosas. Yo no soy resentido, la izquierda ha demostrado que en esencia sí se ha constituido en resentida y de un momento a otro confluye con la derecha en el Estado”.
No cree en formalidades pero intuyo en sus gestos la despedida, me deja con El Otro Libro, con la promesa de un concierto de piano y con la esperanza de encontrarlo en cualquier terraza de la ciudad o en una página de periódico.
Miguel D. Mena, ensayista, editor y coleccionista. Reside en Berlín, Alemania desde 1990.