Líquido, uterino, caribe, indomesticado, inabarcable, Mar en los huesos (Pandora Lobo Estepario 2017) es el testimonio de lo que el hueso puede sostener y de lo que puede albergar: todo ese mar callado, inminente, que espera la palabra para activarse y dejar correr sus enérgicos peces. Pero el hueso también es la palabra que arma, que construye, que se ofrenda como osamenta, como “awa” –“alma”- y también agua de la identidad en busca de su linaje. Así, al poema se va a desenterrar huesos, “awas”, almas. Como el mar, el poema pregunta, desentierra, da voz a lo que permanece oculto porque: “Somos, cielo enterrado a golpes de raíces en el ala de / arena que lo engarza”.

Se trata de una obra que hurga en sus ancestros (hombres y dioses) según dice su autora: “Escribo sus raíces en un libro para que descansen en él”, porque las palabras –eso lo sabe esta voz poética– son algo más que ellas mismas, son raíces, huesos, variadas y múltiples figuras de la intimidad que nos anclan, nos ofrecen una geografía personal y colectiva. Por igual, si existe en estos textos alguna divinidad ésta es universal y se traga el dolor de los demás. No discrimina sonidos ni códigos. Hace convivir al español con el taíno y con el yoruba, hace del multilingüismo una bandera o, mejor dicho, un canto, un vaivén, un mar que es también una plegaria.

Cuba, foto tomada por José Pantaleón Inoa.

La voz poética de Juana Goergen se inserta en una nueva corriente de la poesía latinoamericana que hace visible lo que el español tiene de carencia, de opresión: ¿qué historias, qué documentos de la barbarie dejamos afuera cuando lo hablamos?, ¿es posible usarlo como herramienta redentora? Goergen, al igual que Vicuña en su Instan y en sui tu, sabe que las palabras están preñadas, que ellas vienen cargadas de historia y que traen las volutas de una intimidad ancestral hecha de llanto, de agua, de sudor, de mar y de cielo. 

Las cuatro partes que componen este libro (“Kú/Templo”, “Awa/Alma”, “Bagua/Omi/Mar” y “Epílogo”), se instalan en el momento del contacto, en el momento de la asimilación del otro. El español en el poema también viene para quedarse, pero el hecho de que está ahí conviviendo en las páginas con el taíno y el yoruba le agrega una dimensión redentora, una suerte de sacrificio ritual de la lengua. Acaso el español se purifique y redima haciendo lo que no pudieron hacer sus primeros hablantes en el Nuevo Mundo: conviviendo en la tierra, cielo y mar del poema con otras voces que lo resisten, le temen, lo asimilan, lo hablan, lo rechazan, lo incorporan.

VII                          

En la plaza de Yara los escombros.

El estupor de los sueños devorados en Caobana.

La espiga mutilada y la orfandad del fuego en la memoria.

Borikén llora, Boío/Kizkeya llora, Haytí llora.

Maketaori Guayaba 

dueño del Coaybay donde moran los muertos 

ha venido a buscarlo.

Na.an uará. En el centro tú. 

Na.an daca. En el centro yo. 

Na.an caona. En el centro el oro

tragándose el aroma de los huesos 

que se deshacen en cenizas.

“Si hay españoles en el cielo, no voy”, dijiste

“Guaibá maboya. Vete espíritu malo”. “Guarico guazábara. Venga el combate”.

El fuego besando las uñitas encorvadas del pie izquierdo, la lengua de sus llamas acariciando piernas, muslos, pubis humeante.

En la raíz húmeda de tus ojos tiembla la hoguera.

Tórax adentro, anegado de mar insomne te desprendes Hatuey 

o te pierdes a solas en el eco ausente de tu nombre 

que se impone en la tarde 

a fuerza de silencio.

IX

Anacaona guarico jibá.                                        Anacaona ven al bosque.

Guariquen areyto yari.                                          Ven a ver el ameno lugar para el areyto.

Guariquen taguagua.                                             Ven a ver los aretes de oro.

Guariquen Caonabo.                                             Ven a ver a Caonabo.

Anacaona guarico areyto.                                     Anacaona ven al areyto.

Guarico Anacaona.                                               Ven acá Anacaona.

Uará, guamo. Uará, mayna caona.                        Tú, trompeta de caracol. Tú, jardín.

Uará, Guanabacoa: guarico, osama.                      Tú, lugar de palmas altas: ven, oye.

Anacaona, osama guajey, osama maraca,             Anacaona, oye el güiro y las maracas,

osama mayoyoacán, osama jabao.                        oye el tambor de madera, oye la música.

Uatiaos iucaieke Boío,                                            Los amigos de Boío-Quizqueya,

tayno, ja                                                                los buenos, de este modo

macaná maboya                                                    mataremos al espíritu maligno

macaná anaqui                                                      mataremos al enemigo

macaná tuyra tayra                                                mataremos al maléfico genio cristiano

ja                                                                           así, de este modo

uará-guti, uará-guti ona                                         con tu pie, con el talón de tu pie

uará-guti raim,                                                       con los dedos de tu pie

uará-guti roka                                                        con la planta de tu pie

araguaca areyto.                                                    bailando en el areyto.

MAR EN LOS HUESOS 

                                         Sin cuerpo acongojado, trémula el alma…

                                               Evaristo Rivera- Chevremont

I

Si pierdo la batalla,

quiero que guarden mis cenizas en la cajita labrada de la abuela.

II

Llévenme allí, donde ya saben.

A Él quiero volver definiendo en la pura transparencia de sus aguas mis sombras,

y las sombras de escualos y arrecifes,

su lengua acariciando el fijo litoral de mi memoria,

llamándome a la entrega

llamándome sin tregua a sus orígenes

−la luna que miraban los caldeos, la brújula incesante, el astrolabio,

la conquista de reinos por la fuerza inmortal de su tridente, el peso de tesoros en balanza−

llamándome, llamándome al origen, es decir, a las algas escondidas en las ingles

donde sólo su gesto podría recogerlas sin error en mis cenizas –suma de mi yo ausente−

vaciadas por la lluvia.

III

Mañana, ¿quién puede predecirlo?

acaso seré en sus aguas, río, océano, mar muerto o mar de muertos

¿con quién será mi encuentro? ¿tal vez los Naguacokios? 

¿acaso mis ñañigas abuelas? ¿Será Ofelia o la desconocida del Sena?

¿o encontraré en sus aguas náufragos de otras islas

marcando las voraces estaciones, de este íntimo viaje a sus adentros?

IV

Quiero volver al corazón del viejo mar de las Antillas

dormir entre sus aguas, entregadas mis formas 

que sólo junto a Él son verosímiles.

La perfecta ecuación: la perla azul dormida en la infinita suma de su espacio

donde puedo llamarle mar azul o azul mar o sólo mar, mar, mar, mar

y en cada monosílabo su nombre cambia.

Es la oculta matemática de encuentros

espejismos del hueso contra el hueso hecho cenizas

donde Él y yo, 

somos lo exacto

en unidad creciente.

V

Llévenme en la cajita labrada de la abuela

a buscar los poemas ocultos en su seno

a dejar que mis cenizas irrumpan de repente en su garganta.

Y ría con mi risa de poeta feliz el viejo mar Caribe

y devuelva el resto de sus muertos a la orilla –porque sí−

porque es hermoso el músculo y el seno

el plenilunio en convulsión, la sal, la planta, 

el fémur, la nostalgia,

un latido dichoso de cenizas y el aroma celeste de un pez y de un suspiro.

VI

Perpetua habitará mi vida en su memoria

agua pasando y pasando

de un poeta a otro en cada estirpe;

mi gratitud en los andamios de su espuma

que no termina

que no termina

que no termina.

Silvia Goldman, poeta y docente uruguaya radicada en Chicago. Autora del poemario De los peces la sed (Chicago-Pandora Lobo Estepario ediciones, 2018).