Cuando escuchó por primera vez el sonido de su voz, quedó extasiada en el signo de interrogación ¿Quién es ese capaz de despertarme?

El olor de la flor

La niña llegó corriendo, mamá, mamá dicen en la plaza que las flores huelen a muerto, la madre le respondió, -No mi hija, las flores huelen a flores. 

La tradición

Magdalena llegó apresurada a la casa media hora antes de las cinco de la tarde y se dirigió directamente a su habitación, se dio un baño de pies a cabeza, se secó los cabellos con la toalla, se puso el vestido mil varas, que esperaba por ella en la cama, dejando su interior desnudo. No bien terminaba de vestirse su cuerpo comenzó a mojarse de sudor, caminó descalza hasta el salón. En el momento que el espacio se inundaba de hastío, el aroma de un café recién colado intentaba seducirla, miró el reloj para confirmar una vez más que ya era hora de encontrarse con la verdad. 

Entró a la sala donde la esperaban su novio Juan con sus padres y los padres de ella.  Decidida rompió el silencio — he decidido seguir mis estudios.   – Pero mi hija Juan está estudiando,  — Pero piensa y habla como tú, papá.   

El ser

Sus huellas se transformaron de simples pisadas diurnas, en zancadas gigantes hasta alcanzar vuelos capaces de pernoctar con algún sentimiento a la deriva o alguna emoción surgida al instante antes de diluirse en los escombros de la noche, en los recuerdos, de alguna madrugada, en el rocío de la mañana. De repente se quedó atisbando para verlo todo sin hacer nada. Su visión indeleble hizo que resurgieran los colores de la vida. — ¿Me conoces?, — No — Soy reconocida solo por quien me ha sentido, — No sé si te he visto, — ¿Estás segura? —  No hubo respuesta, fue encantando su mirada hasta la puerta de sus adentros hasta permitirse entrar. Cerró sus párpados, sus brazos se liaron a sí, acariciándose por un momento con temor, apretó con intensidad sus ojos cuya luz ya había penetrado como faro de mar, iluminando y descubriéndose toda. Fue sintiéndose leve, desprendida, observando cada sistema hasta salir de sí, sin temor. Se vio diluida en el aire, diluida en la materia, diluida en el silencio. Ya no le importaba el espacio tiempo que le dio sentido alguna vez a su vida. Ahora quería bailar al ritmo de ella, lo que ya era lo mismo, al compás de la nada, al compás del todo.

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Soraya Julián es teatrista, dramaturga, escritora y docente universitaria. Directora del Teatro Manbí. Estudió Psicología, Teatro Mención Dirección, Maestría en Metodología de la Investigación Científica y Maestría en Ciencias de la Educación. Cursa el Diplomado Virtual de Escritura Creativa para Escritoras Caribeñas.