La media naranja es la fantasía predominante en el imaginario colectivo de los enamorados y en muchas parejas que han consumado la unión marital sin considerar el riesgo que implicaría perder el sí mismo, si llegasen a fusionarse con el otro que absorbe y devora. El yo y el tú se fusionan y se convierten en una masa indiferenciada del yo. 

La media naranja no existe. La pareja intercambia experiencias, proyecciones, temores, deseos de ganar confianza, amor, seguridad y protección. Los procesos emocionales, la estructuración del yo y los estilos de personalidad están enmarcados en las experiencias infantiles, proyecciones de las fantasías de los padres, el apego establecido y los accidentes sufridos en el transcurso de la vida. 

En toda relación de pareja subyacen experiencias emocionales internas, fuerzas emocionales de cercanía, distancia y apego ansioso, seguro o evitativo, que impactan en las relaciones interpersonales. Si a estas consideraciones agregamos las presiones externas como son la pandemia, temor a enfermarse, morir, perder seres queridos, trabajos y negocios, todas situaciones que escapan del control personal. El estrés aparece y podría desbordar emocionalmente a la pareja si no hay apoyo mutuo. 

Otro punto para tomar en consideración es el estilo de afrontamiento de cada miembro de la pareja ante la adversidad. Podría ser un caldo de cultivo que atizaría un conflicto le larga data, si se asume de manera polarizada; es decir, con actitudes negativa o positiva. Esta disonancia generaría una mayor tensión. 

Este preámbulo nos permitirá comprender con mayor facilidad por qué durante este primer año de pandemia, se presagiaba la posibilidad de que se incrementaran los conflictos de pareja, las separaciones, los divorcios y las distintas formas de ejercer la violencia. Por supuesto, no podemos generalizar, ya que también contamos con parejas cuyo nivel de madurez emocional sería un factor mediador o protector que evitaría sucumbir en situaciones lamentables. 

El incremento de la ansiedad, los ataques de pánico, la sensación de incontrolabilidad de la situación, miedo a perder la estabilidad psicológica, irritabilidad, mal humor, falta de sueño, cambios en la respuesta sexual, la desesperanza y el miedo a que ocurriese algo peor son de los síntomas frecuentes que hemos observado.  

Estas presiones internas, el estilo de afrontamiento y la calidad de la relación, si no fueron funcionales antes de la pandemia, es probable que como pareja no lograran desarrollar mecanismos que favorecieran a la supervivencia psicológica durante la pandemia. Todo lo contrario, elevaría el grado de estrés, estarían en vilo y bajo un vaivén emocional. 

Es lamentable que todavía muchas parejas se encuentren en un mar de incertidumbre con las tensiones del trabajo virtual en el hogar, con la presencia de los niños y las demandas de los cuidados parentales, la sensación de aislamiento y soledad, como también la falta de apoyo social.  La vida cotidiana, los rituales y las costumbres familiares se modificaron de manera repentina, sin haberlo planeado, hubo que asumirlos sin cuestionar.  

En muchos hogares se difuminaron los límites entre hogar, trabajo y oficina. La adecuación tomó tiempo, dado que primaban la incertidumbre, adecuar trabajo-casa-familia. Fue un proceso de adaptación a la adversidad cuyo coste emocional aun es alto. 

La flexibilidad de las medidas para controlar la expansión de la Covid-19 es otro factor que ha incrementado nuevamente la tensión, debido a la exposición de los miembros de la familia a integrarse a las labores. Además, hay que incluir a las personas desaprensivas que violentan las normas sanitarias provocando una mayor incertidumbre.

Las enfermedades mentales o el incremento de síntomas importantes de depresión, ansiedad, ataques de pánico, trastorno de estrés postraumático, aumento de los pensamientos periódicos de suicidio, no se quedaron al margen.  El estrés ha sido intenso y duradero, realidad que hace a las personas más vulnerables a las enfermedades psicosomáticas. El humano no evolucionó para estar expuesto a un largo período de estrés.

Los síntomas pueden fluctuar de leves a severos e inciden en el bienestar o no de la de pareja dependiendo de las respuestas mutuas. Quien no comprende lo que le sucede al otro, lastima. Cuando no se muestra empatía al sufrimiento ajeno, se da paso a la frialdad y el distanciamiento. 

El cónyuge puede reaccionar de manera negativa ante el malestar del otro, lo que significaría mostrar un comportamiento de baja tolerancia ante el malestar psicológico de la pareja. Si la situación persiste, se podría generar un problema bidireccional. Me explico: la baja tolerancia afecta al cónyuge y este reacciona por la falta de comprensión, quedando implementado el circuito reactivo del tipo baja tolerancia-reacción de molestia-incremento de la baja tolerancia-hostilidad de la pareja. Conocer este circuito reactivo ayudaría a ser más comprensivo y empático, acercando a la pareja para demostrarse apoyo mutuo.

La incomprensión se manifiesta a través de la indiferencia, las burlas, críticas o descalificaciones cuando, por ejemplo, la pareja no puede dormir, se muestra ansiosa, inquieta, se altera el ritmo de la respuesta sexual o en la alimentación. Es justo en estos momentos críticos de la humanidad en los que se necesita que la pareja muestre mayor tolerancia, comprensión, acompañamiento, seguridad, confianza y empatía.

A las parejas que antes de la pandemia sobrevivían a los conflictos, que podían mantenerse distantes para eludir compromiso con sus consortes, se les dificultó continuar juntos dada la excesiva cercanía, producto del confinamiento y asilamiento social. Algunas se percataron de que ya no tenían nada en común o que al estar distanciados por los compromisos laborales de tiempos normales, podían compartir poco, sin darse cuenta de que se habían desligado gradualmente. Decidieron poner fin a un historial de desavenencias al tener que compartir por más tiempo, y sin alternativas, en un mismo espacio . 

En mi práctica, también he visto que otras parejas han mostrado ser resilientes, aprovecharon estos meses para lograr una mejor intimidad emocional, disfrutar de tiempo juntos y complacerse mutuamente. También lograron un grado significativo de tolerancia a las diferencias y aprendieron a compartir con regularidad series televisivas, películas, telenovelas, lecturas, videojuegos entre otras actividades que han reforzado su estilo de afrontamiento positivo. 

No podemos dejar de incluir la distribución de las tareas del hogar como un trato justo para evitar la sobrecarga de la mujer. Apostaron a la inteligencia emocional y a la estrategia ganar-ganar.

Tampoco podemos obviar a las parejas que conviven en condiciones de extrema pobreza y que han tenido que sobrevivir cada día bajo la gracia de la fe, de la red de apoyo social o familiar y de su entorno social, como también de los aportes de algunas organizaciones que se volcaron solidariamente a ofrecer ayuda. Además, las organizaciones políticas en campaña también se volcaron, en su momento, a ayudar a los más desfavorecidos económicamente.

Uno de mis mayores aprendizajes con personas vulnerables a las que ofrezco asistencia psicológica es que la pobreza no aniquila la esperanza, la fe, la alegría, la solidaridad y la empatía.

El estilo de afrontamiento ha sido vital para la adaptación a la crisis, facilita establecer los cambios necesarios para seguir adelante, buscar nuevas alternativas y no sucumbir con problemas mentales de envergadura. 

Afrontar la adversidad implica voluntad, fe en sí mimo, crear pensamientos e imágenes centradas en el optimismo, preservar la esperanza de que todo pasará, buscar soluciones para mantenerse activos en la solución de los problemas, creer en la  intuición y reconocer que para cambiar se requiere de acciones innovadoras. 

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Soraya Lara Caba, PhD. Psicóloga. Terapeuta Familiar.