Los que no creen en santos

                 No pueden curarse con milagros de santos.

Alejo Carpentier

La literatura latinoamericana siempre se ha surtido de las tradiciones nacionales, familiares, mitos y leyendas, donde el mundo narrativo encierra la búsqueda de la identidad. En los pueblos caribeños, el poder del sincretismo y su caudal mitológico es un atractivo mayor para los escritores, donde los dioses con sus diferentes nombres juegan un papel importante en la literatura popular. Las expresiones literarias a través de la narraciones de lo sobrenatural como es la santería, el vudú, la evocación de santos, los refranes y dichos populares entre otras expresiones religiosas africanas, interpretan y reivindican las costumbres heredadas de la madre África y ha sido la lectura de Caléndula (Sudaquia Editores, 2016), de la escritora Kianny Antigua, lo que me ha traído todo esto que somos y más.    

Caléndula es una novela breve narrada en la mitad del siglo XX, al final de la dictadura de Trujillo. Esta circunda el mundo del mito latinoamericano, las creencias de origen europeo y el africano, la interrelación existente entre la religión y la superstición características de la cultura caribeña tradicionalmente reflejada en su literatura.

Esta novela está estructurada en trece capítulos. Esta segmentación del texto o pequeñas historias forman un cuerpo narrativo fragmentado donde la narradora nos da a conocer cada uno de sus personajes, su personalidad y sus roles dentro de la novela. Cada capítulo tiene sus funciones dentro del discurso narrativo, en el que los elementos místicos y la ritualidad no son simples referentes ni puramente recreativas, sino que son la columna, la médula a través de la cual la autora construye el conflicto de la historia central, lo que dimensiona el campo referencial del lector. 

La dosificación con que se nos van presentando los hechos, nos permite leer cada historia como un relato separado, pues cada uno de ellos está estructurado de manera que nos cuentan una historia completa, que a su vez le dan ritmo a la historia y, como he dicho antes, forman el cuerpo de la narración de la novela. 

La autora, pone en las bocas y las acciones de los personajes, expresiones propias del sincretismo religioso, las costumbres y creencias africanas y del folklore popular expresados en prácticas antiguas, la medicina popular, los rituales, sanaciones, oraciones y rezos contra las maldiciones y conjuros practicados por chamanes y brujos transmitidos de generación en generación de manera oral en un pueblo enmarcado en la región del Cibao central, así como también, el abuso del poder y el patriarcado caribeño. 

Narra la historia de don Fermín, un señor nonagenario que yace en su lecho de muerte, acosado por sus remordimientos y los fantasmas que no le permiten partir definitivamente del plano terrenal. Su inseparable Yeya, quien lo cuida y ha estado a su lado por más de 50 años, está de acuerdo con don Fermín que para que él pueda morir y descansar en paz necesita de los servicios de un santero, en este caso Domitila, una matrona del pueblo que practica la santería. “También era espiritista, hablaba con los loases, tenía nociones de plaza y podía ser caballo. Conocía los  misterios de la 21 División. Poseía el Don. Devota de Belié Belcán, de todos los colores y con todos sus  nombres” (pág. 35). “-¡Yeya! –gritó el viejo de repente- ¡Ya de’cubrí  poi qué no pue’o morime! Bújcate un haitiano que sepa de santo’ y tráemelo. . . –Yeya, yo me quiero i’ pero la Vi’gencita no me abre la pueita. . .” (pág. 51). 

Definitivamente, don Fermín sabe que es a consecuencia de sus actos y los resguardos a los que está sometido que no puede partir y “[n]adie mejor que don Fermín conocía el largo de su cola, es por eso, quizás, que desde muy joven le entregó su fe a la virgen de la Altagracia, a quien veneraba infinitamente”. (pág. 42)  

Mientras don Fermín agoniza, en los segmentos del texto podemos conocer algunos de los hechos por los que se mantiene atado al mundo de los vivos. De esa misma forma podemos ver los conflictos que generan en la familia la espera de su deceso y la decisión desesperada de la hija. 

Caléndula nos remite a la riqueza cultural de los pueblos latinoamericanos, tan real como el mundo de sus mitos (la presencia de seres humanos imaginarios, hechos y acontecimientos que le dan una significación histórica, de realidad o ley; escenario cultural colectivo que sirve de reflejo de la realidad, del folklor cultural de los pueblos, sobre todo de la interconexión e hibridez entre las culturas), tan real como las  creencias, del mestizaje que define el ser, la personalidad, el pasado y el futuro, fuentes esenciales para entender la formación de la identidad latinoamericana, convertida por los más grandes escritores latinoamericanos en creación literaria. Alejo Carpentier fue uno de esos escritores, el escritor caribeño con más influencia en el siglo XX y quien más se ocupó de estos temas. Pero su preocupación más recurrente y fundamental fue la identidad americana.

Carpentier, propone la necesidad de rescatar a través de la literatura las circunstancias que rodean la condición de vida de los hombres del Caribe, sus creencias, costumbres, tradiciones y su naturaleza. En el prólogo-manifiesto, escrito por el autor en su novela El reino de este mundo, plantea su teoría sobre real maravilloso y sostiene que:

lo  real maravilloso comienza a serlo de manera 
inequívoca cuando surge de una inesperada alteración 
de la realidad (el milagro), de una revelación 
privilegiada de la realidad, de una iluminación 
inhabitual o singularmente favorecedora de las 
inadvertidas riquezas de la realidad, de una 
ampliación de la escala y categoría de la realidad, 
percibida con particular intensidad en virtud de 
una exaltación del espíritu que lo conduce a un 
modo de “estado limite. . .” (pág. 7). 

En Caléndula podemos encontrarnos con escenas propias de lo real maravilloso:

Domitila, al pie del camastro, soltó los pies descalzos 
de don Fermín para agarrar el gallo por el cuello y 
arrancarle la cabeza de un tirón. . . 
La mulata se enjuagó las manos con el líquido 
casi púrpura y se lo pasó por los brazos y 
por los pies al moribundo. 
Luego dibujó un círculo en el suelo, 
al lado de la cama, en el centro trazó una equis
 y allí depositó el cuerpo del animal. . . 
la cabeza del gallo la envolvió en el pañuelo que 
llevaba de turbante y la guardó en la funda de 
almohada donde ahora reposaba inerte la cabeza de 
don Fermín (pág. 52). 

La sensación de lo maravilloso presupone un acto de fe y fe es lo que tienen don Fermín y Yeya en los rituales de Domitila, donde lo insólito lo inesperado y extraño ocurre en el ritual de purificación con el sacrificio gallo. Esa iluminación infrecuente, esa “ampliación de la escala y categoría de la realidad” que percibimos con diferente intensidad de las que habla Carpentier no hay que buscarla en Caléndula con pinzas, ya que de eso está llena, no como ardid literario (como alguna vez lo hicieron los surrealistas europeos) sino como algo cotidiano de la cultura latinoamericana y caribeña.

A partir de la creación del mito se tratan de explicar eventos que supuestamente provienen del más allá. En Caléndula, encontramos ese mundo de oposición entre lo habitual y lo improbable, donde el choque de lo cotidiano y lo fantástico entrecruzados exaltan la percepción  de la realidad. “Ante los ojos obtusos de los que allí se congregaban, Domitila pidió el punzón vitalicio del viejo para pincharle, como luego explicó, el dedo gordo del pie y que así pudiera abandonar el cuerpo el último de los resguardos que, en contra de su voluntad, todavía protegía la vida de don Fermín” (pág. 72). 

En la novela, la autora destaca con énfasis el sincretismo, la hibridez y refundición de rituales diferentes, heredados de África, santos, dioses y religiones amerindias con el catolicismo en la cultura dominicana a partir de la vida y la agonía de don Fermín, la cual está ligada a la religiosidad popular, tanto cristiana por ser devoto de la Virgen de la Altagracia símbolo nacional del catolicismo y constitución de la alegoría del poder político del país; además de la santería ya que él cree y participar rituales propias de las religiones tradicionales africanas. “Allí había un hombre llamado Juanico que poseía un Don especial. Era un iluminado. Esta vez buscaba más que un simple reguardo; quería que lo ensalmaran . . .” (pág. 44).  Se había levantado antes que los gallos para, aún oscuro, ponerse en macha hacia Higüey, donde celebraría los milagros de su Santa (pág. 47).

Kianny N. Antigua

A lo largo de la lectura de la novela don Fermín siempre se mueve dentro de las dos creencias lo que reafirma la doble moral en que vivió el patriarca, pues desde muy joven don Fermín venera la Virgen de la Altagracia y cada veintiuno de enero hacía peregrinación a su santuario en Higüey, pero también creía en los resguardos, ensalmos, licantropías y brujería y, a la hora de buscar el alivio de su muerte, recurre a las dos creencias indistintamente.

En el entretejido de la trama de la novela de Kianny Antigua, debemos destacar: la creación de personajes profundamente humanos, los cuales expresan sentimientos comunes en los individuos en cualquier latitud; el uso del lenguaje coloquial y regionalista mostrando con esto parte de la cultura dominicana; el perfil mágico de la cosmogonía folklórica, manifestada en su carácter ritual y fantástico; y la cotidianidad de la vida de los inmigrantes, (específicamente Mecho) con su lenguaje desenfadado, su sobrevivencia en la gran urbe de Nueva York,  su spanglish y, por supuesto, el patriarcado caribeño.

En definitiva, Caléndula entra con personalidad propia al mundo de lo fantástico, lo onírico, lo mágico, lo real maravilloso y a la búsqueda de la cultura popular de las grandes narraciones latinoamericanas, donde el sincretismo, la cultura, las tradiciones y el mitos se combinan para dar una identidad propia y pasar a ser parte integral de la vida cotidiana latinoamericana y caribeña. En Caléndula la autora apela a lo sincrético como recurso estético- literario, elemento vivo de la conciencia colectiva del pueblo dominicano, símbolo de los valores que intervienen en la configuración de la identidad. 

Muchos dominicanos crecimos con narraciones orales de un mundo de aparecidos, de muertos, galipotes, ciguapas y botijas que aún se siguen contando y que forman parte de nuestras creencias, nuestras edificaciones culturales mantenidas a través de la historia, y constituyen las raíces de nuestro pueblo, como afirmara Carpentier en su prólogo a El reino de este mundo: “. . . ¿Pero qué es la historia de América toda sino una crónica real-maravillosa?”, entonces, ¿por qué no escribirlas?    

Bibliografía

Antigua, Kianny N. Caléndula, Sudaquia Editores. New York, NY: 2016. 

Valdés, C. (2010). Mariátegui: la religión y el mito en América Latina

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=110116

Aponte Ortiz, Sally. La esotérica en la narrativa hispanoamericana. Puerto Rico: Editorial Universitaria, 1977. 

Aínsa, Fernando. Identidad cultural de Iberoamérica en su narrativa. Madrid: Gredo, 1986. 

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Osiris Mosquea (San Francisco de Macorís) es gestora cultural. Ha publicado tres libros de poesía: Una mujer: todas las mujeresViandante en Nueva YorkRaga del Tiempo.