La escritura como servidumbre

En Rayada de pez como la noche (Cuentos completos, 2006), Enriquillo Sánchez (1947-2004) traza un cuadro del proceso creativo y sus contradicciones. Para armar la escenografía de su relato más icónico, el escritor dominicano, que le rindió tributo a distintos géneros (poemarios, cuentos, ensayos y una novela componen su bibliografía), echa mano de varias herramientas provistas por el canon hispánico: la dialéctica cervantina entre la ficción y la realidad; un imaginario astronómico-clásico y construcciones sintácticas de factura borgiana; y, finalmente, la perspectiva de la segunda persona que, si bien fue inaugurada por el francés Michel Butor, el manejo que le da Sánchez (la prisa narrativa, la necesidad imperiosa por el movimiento) conduce a la Aura, de Fuentes. A partir de estos dispositivos, Sánchez desarrolla una alegoría sobre la entrega servil del autor hacia el arte de la literatura: “No hay ficción sin servidumbre” (p.70).

Para tener acceso al placer y al dolor inexistentes en su realidad, el escritor Leopoldo Tress decidió modelar una historia oscilante entre el erotismo y la violencia: como la vida no lo satisface y la atmósfera de la realidad está viciada por el aburrimiento, la alternativa es la fabricación de un mundo donde los deseos sí se materialicen. Del mismo modo que el mago de Las ruinas circulares, Tress piensa a sus personajes: sus ocupaciones, sus apetencias, los papeles que desempeñan en el “írrito teatro” de sus existencias, incluso, ¡el monto de sus tarjetas de crédito! No hay nada, ni el más mínimo rasgo, que se le escape a su creador. 

Así como en el mismo Quijote se encuentra incrustada la teoría cervantina de la novela (Florencio Sevilla, 1999), en el cuento de Sánchez acontece un caso análogo: el texto por sí mismo explica la operación metaliteraria del autor. “¿Cómo aprobar un texto que no muestra sus claves?” (p. 74), inquiere el narrador, quien, también, se encarga de descifrar los códigos metaliterarios que sostienen el andamiaje de la narración: las “personas” que interfieren en la vida de Tress son producto de sus manos: Carolina Rúa, “es un personaje” (p. 70), y, también, Nilsen: “Dictas. Nilsen es un dictado” (p. 71).

La experiencia literaria, la escritura como un mecanismo de autoliberación y, además, sustento vital (“Lanzarte sobre la presa…Roer un poco de literatura”), son los axiomas del arte poética que Sánchez expone a través de un tamiz neobarroco: otra, de las diversas herencias hispanoamericanas que el narrador dominicano aprovecha a sus anchas.

Después que las horas frente al ordenador han transmutado la página en blanco en un océano de palabras, el escritor acaba “ufano y agotado” (p. 75). Sin embargo, a pesar del tiempo invertido en la artesanía textual, el autor no puede arrogarse ninguna paternidad sobre su obra. Por el contrario, termina por convertirse en un mero “hijo de sus torpezas y sus divinidades” (p. 75). Sánchez invierte la lógica de Huidobro: el poeta no es un pequeño dios, sino un anacoreta despojado de autoridad, al servicio de sus dioses. Quien creyó escribir por sí y para sí, termina por ser un medio en las manos de una fuerza que está colocada sobre él. El escritor quisiera autosugestionarse, decirse a sí mismo que goza con su esfuerzo y que “la escritura es un arduo hedonismo” (p. 75), pero no se atreve, sabe que no puede mentirse. La escritura posee la hegemonía sobre el amanuense. Pese a que él creía modelar una historia a su gusto, la escritura termina por imponer sus reglas: “Tress advierte que…la ficción no corrige la realidad” (p. 70). En las manos del presidiario-poeta no se encuentra el martillo que romperá sus cadenas. Como él no ha confeccionado el reglamento, no tiene otra opción que acatarlo y “vivir la textualidad” (p. 71). 

Así como en Borges “un hombre es todos los hombres”, en Sánchez el escritor y sus creaciones son especímenes nativos de un mismo ecosistema: “Alguna de tus vidas apremiadas depende de su vida…Su muerte es una de tus muertes” (p. 71). El apogeo del proceso llega a su punto culminante con la muerte de Tress de manos de Nilsen. No obstante, como el mismo autor había previsto desde el principio que su personaje “iría a disparar” (p. 76), lo que puede ser catalogado como un asesinato, pasa a ser un sacrificio organizado por el mismo autor. La entrega del escritor hacia el arte que sostiene su existencia no puede ser más explícita. Para Enriquillo Sánchez, escribir no era un pasatiempo esporádico: era disciplina y sumisión. El mejor de sus cuentos lo confirma. 

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Eliud Encarnación Segura (Santo Domingo, 1994) es estudiante del doctorado en letras hispánicas en la Universidad de Virginia. Sus textos críticos han sido publicados en Areíto y Acento.com.do.