Tercer premio del Primer Concurso de Cuentos René del Risco Bermúdez

A cada uno de mis costados se extiende el grupo de chicas que llegó conmigo a este recinto, una de las prisiones de nuestro enemigo. Todas somos jóvenes, ninguna aparenta más de veinticinco años, y hábiles para trabajar. Una docena de guardias están dispersos a nuestro alrededor, realizan una inspección al grupo de recién llegadas. Cuando se acercan, noto expresiones crueles en sus rostros que me ponen en alerta, reviso mis bolsillos con ansias pero las llaves ya no están ahí, no tengo acceso a mi poder y mi magia. Estoy tan indefensa como las demás. Vuelvo a mirar la sangre y el lodo que me llenan las manos, sintiendo el peso de las vidas perdidas. Una alocada parte en mi interior se alegra de esta debilidad, quizás este sea mi castigo.   

Estamos en un patio que se extiende una veintena de metros desde el edificio, unas cercas metálicas delimitan el terreno y se explayan hacia la parte trasera del complejo más allá de donde puedo ver. En la entrada está el camión que nos trajo hasta aquí y después de la cerca, en el fondo, hay una extensión de montañas que me parecen familiares, creo que estamos a las afueras de la ciudad de Arbivient, pero no puedo estar segura. 

Un golpe retumba a mi derecha, luego gritos, un guardia ha empezado a golpear a una de las jóvenes y otros comienzan a arrojarse sobre las demás. El pánico se extiende por la fila, algunas chicas optan por encogerse en su lugar mientras que otras tratan de correr sin éxito, yo me quedo donde estoy, observando la escena como desde otro cuerpo. Un guardia me ve y se acerca con mirada decidida. Es una bienvenida, al parecer. Levanta su bastón con expresión salvaje, sé que puedo detenerlo. Aun sin magia y el poder para aumentar mi fuerza y resistencia, fui entrenada para la batalla.  Levanto las manos unos centímetros preparándolas para la embestida pero luego las bajo. No tiene sentido, en este estado, no puedo contra todos. Escucho un gruñido y el bastón me golpea en el estómago. Caigo sobre el costado, toso algunas veces y siento un sabor metálico llenándome la boca. Me quedo ahí un momento tratando de recuperar el aliento, lucho con el cuerpo y consigo ponerme otra vez en la fila. Algunas de las chicas se han desmayado a mi lado, los hombres sedientos de sufrimiento, siguen golpeándolas un rato después. 

El dolor del golpe me distrae de la agonía que amenaza con consumirme, miro hacia el piso y la imagen ensangrentada de Will salta en mi memoria. Si no fuera por mí, nadie más estaría aquí. Nadie habría muerto.   

Trato de disimular tanto como puedo el temblor de mi cuerpo, el guardia que me golpeó me observa, vislumbro entre los mechones una leve sonrisa en su rostro, está colorado y respira rápidamente, con una mano me empuja la cabeza hacia atrás, se acerca. Centímetros separan nuestros rostros, un olor nauseabundo se desprende de su aliento. Toma una inspiración y con más impulso me golpea el mismo punto, caigo sobre mis rodillas, mientras jadeo trato de encontrar fuerzas para volver a ponerme de pie, resisto más que las demás. Al bastón se le unen manos, pies y unas ansias sanguinarias. Pasado un momento, estoy en el piso jadeando, solo el pie continúa asestando golpes en mi estómago. Siento que la oscuridad me llama y me dejo abrazar por el olvido. 

Los meses pasan desdibujándose ante mis ojos, me levanto cada día y paso la mañana trabajando en los sembradíos, produciendo, siendo “útil” como ellos dicen. Durante cada jornada hacen una pausa para que comamos algo, siempre algún alimento para que no muramos de hambre y podamos seguir nuestra labor. La mayoría de los guardias nos ignoran, aunque algunos buscan quién haga un intento de batalla, para descargar todo su odio y frustración en ella. Para recordarnos nuestro lugar. No que tengan muchos motivos, habían ganado la guerra, nos habían conquistado y éramos esclavos en nuestra propia tierra.  Las esperanzas de la rebelión habían desaparecido. No que supieran que había una persona con magia dentro de nosotros, quizás la última que quedaba luego de la muerte de mi escuadrón,  aunque sin acceso a sus poderes. No sin las llaves, sin esas entradas que nos conectaban a la magia. Si supieran eso, yo estaría muerta.  

Luego de una mañana de trabajo intenso bajo un sol ardiente, recibo con alivio la hora de comer, me dirijo con un grupo de reclusas en una fila hacia el comedor. El gran salón de paredes grises ya está casi lleno cuando entramos, la mayoría de las mesas metálicas que se extienden por toda la sala tienen varias ocupantes.  Tomo el plato que me ofrecen y camino hasta la mesa más alejada, solo otras dos chicas están ahí, coloco el alimento y me siento entre ellas, ninguna me mira, nadie dice nada. Las tres vestimos las mismas ropas, el uniforme del recinto, un vestido gris de mangas cortas que nos baja hasta las rodillas. Las ropas son funcionales, no tienen ningún lujo o detalle llamativo, según me parece se asemejan a nosotras, solo herramientas para cumplir un fin. Levanto la cuchara y tomo algo de la insípida masa, me fuerzo a comer, sé que necesito el alimento.

Las reclusas que me acompañan se levantan y se retiran, tomo una cucharada observando ausentemente a los guardias que se mueven entre nosotras mientras continua la comida. Nos miran, la mayoría con expresiones neutras, uno que otro con la misma mirada del que me había golpeado, buscando con cara hambrienta alguien tan tonta como para darles un motivo. Una chica se sienta a mi lado, la recién llegada fija sus ojos en mi con atención, unos minutos transcurren sin moverse. No solemos fijarnos entre nosotras, la mayoría no tiene energías para eso, ni deseos. Solo eso hace que le devuelva la mirada, su cara carece de rasgos especiales excepto tal vez una cabellera rubia que alguna vez fue hermosa y una mirada profunda. Se ve más joven que yo, pero no por mucho, aparenta unos veinte años.  Me observa atentamente, con el ceño crispado y dando ligeros golpes en la mesa con uno de los dedos de sus manos. Algo en su expresión me incomoda y me hace desear que se aleje.

—¿Te llamas Lilliam, no? —dice con reconocimiento en su voz.

Mi corazón da un salto al escuchar el nombre, vuelvo la cara y me enfoco en el plato sin molestarme en darle una respuesta.

—La pregunta fue una cortesía, sé quién eres. Estuve ahí en la batalla a las afueras de Inmian, con la rebelión. Yo solo era un soldado menor, sin el suficiente entrenamiento de estar en las líneas frontales, pero cuando los vi a ustedes —dijo, la admiración llenando su voz—. Jamás podré olvidar eso. 

Cierro mis ojos un momento, empujando la imagen de mi escuadrón. “La unidad especial” como nos llamaban, la unidad de fenómenos más bien. 

—Las cosas que hicieron —continuó, sin notar mi incomodidad—. Ustedes destruyeron a la mitad de los soldados enemigos en minutos y esas habilidades, uff. Nunca había visto algo así. ¿De dónde salen? 

Ustedes no, Will. Él había planeado el ataque, como siempre hacía y se había lanzado con furia poniendo cada onza de su entrenamiento y de sus habilidades en detener esa injusticia. Inmian era una ciudad de esclavos. Estuvimos a su lado, poniendo nuestras habilidades a su disposición, pero siempre era él, su plan, su estrategia. Siempre él.

Solo queda una cucharada de la horrible masa en mi plato, la engullo y me levanto para alejarme de ella, de sus palabras, de los recuerdos y de su admiración por una vida que me había llenado, para luego destruirme.

Aunque huyo no puedo olvidar. Nunca puedo olvidar. Aun ahora siento el poder dentro de mí, llamándome, desea que lo libere. Fuerza, velocidad, agudeza mental, resistencia. Todos los habíamos tenido, algunos hasta podían mover objetos con su voluntad. Will siempre pudo hacerlo. Habilidades muy útiles en batalla, si es que alguien quisiera utilizarlas. Alguien que no tuviera una deuda que pagar. 

La siento seguirme mientras me alejo a dejar el plato en la meseta. 

—Esos poderes ¿cómo los consiguieron? —insiste, ajena a mi incomodidad y al sudor que me llenaba las manos desde que empezó a hablar de ese pasado maldito. 

Me detengo y la miro. Los guardias siguen dando vueltas en las mesas, nuestro intercambio no había sido detectado aun. Nadie nos nota mientras continúan con su cena. En voz baja le digo:

—Los estúpidos esfuerzos de la rebelión no existen. Mira a tu alrededor. Perdimos. Todo eso falló, ya no importa y jamás podremos recuperar lo que se perdió. 

Respiro agitadamente, abro y cierro mis puños esperando que el movimiento me ayude a calmarme. Esta extraña, con sus preguntas peligrosas, me pregunto cómo no la había visto antes, entre los rostros planos, su mirada desafiante debió de haber destacado. 

La chica me observa un minuto, su semblante cambiando a una expresión dura, un brillo oscuro se asienta en sus ojos. Me siento desnuda ante su mirada, siento que me ve. No el vestido y la esclava que están delante de ella, sino el ser que está roto. Las piezas regadas que no pueden volver a encajar. Su evaluación dura un minuto, luego dice en voz baja con una rudeza que no poseía hace un momento:

—La rebelión continua, algunos no estamos dispuestos a rendirnos, algunos queremos pelear. Mientras vivamos seguiremos luchando por nuestra gente, por nuestra tierra, por recuperar los que no quitaron y nuestra libertad… —pausa un minuto y mira a su alrededor—. Haré un intento de escapar, si me ayudas, creo que podremos lograrlo. Vi lo que hicieron en esa batalla ¿Por qué no luchas? ¿Por qué te quedas aquí? 

No tiene sentido explicarle que no tengo acceso a esas habilidades de las que habla. No puedo explicarle el mecanismo que se necesita para entrar al poder. Ni tampoco que lo mejor es que no pueda acceder a ellas, luchar no tiene sentido. 

—Lilliam Rovarde está muerta —respondo de forma tajante, terminando nuestra conversación. 

Una campana anuncia el fin de la cena. Me dirijo a la fila y me coloco en el centro. La chica se dirige a otro punto al inicio de la formación. La mayoría de los guardias están atrás, nos observan salir y cuidan que no nos quedemos rezagadas. Caminamos unos pasos y de repente la fila se detiene. Escucho ruidos adelante, parece una disputa. Algunos de los escoltas avanzan hacia la conmoción, no consigo ver lo que sucede pero se escuchan gritos, algunas reclusas pasan corriendo hacia atrás alejándose del disturbio. 

Más guardias se precipitan hacia delante, refunfuñan mientras empujan a las que interfieren en su camino. Un ruido sordo resuena entre las paredes, me pongo de rodillas hasta que el eco desaparece. Un disparo.   

Todos están callados, el silencio entre nosotras es palpable, algunos segundos interminables transcurren y luego la fila empieza a moverse de nuevo, me incorporo y tomo su ritmo. Paso junto al cuerpo de la chica del comedor, no se molestaron en moverlo,  una evidencia de lo que traen las rebeliones. 

Ya en el bloque entro a mi litera y me recuesto.

El techo de la habitación está polvoriento, diversas especies de arañas lo reclaman como su hogar. Una que se mueve con cuidado en su red me llama la atención mientras intento dormir. El cuerpo de la chica aparece de nuevo cuando cierro los ojos, me observa con dureza mientras permito que el cansancio se asiente por completo. 

De repente estoy corriendo de nuevo por el pasillo, Will me persigue, a mi alrededor hay cuerpos desfigurados, mis amigos. Los labios de Will se mueven, me grita algo pero no lo escucho. La puerta está delante de mí, solo tengo que llegar, si llego ellos volverán, lo sabía. Siento un tirón en mi brazo y me detengo con violencia, los cuerpos que dejé atrás están de pie, me miran. Will está a mi lado sosteniéndome el brazo, lágrimas rojas llenan sus mejillas, me observa con expresión de dolor. La chica de hoy también está junto a él, una eterna mueca de dolor en su rostro y sus inquisidores ojos, ahora vacíos de expresión.  Los cuerpos avanzan hacia mí, el pasillo empieza a llenarse con el eco de sus gritos, llenos de dolor y reclamo. Retrocedo y trato de huir mientras mi grito se ahoga en los lamentos.  

Despierto envuelta en sudor. Toma un minuto para que se me acostumbren los ojos a la penumbra de la recamara, el silencio de la noche solo es roto por los ronquidos que vienen de la litera cercana. Me siento en la cama y respiro con agitación mientras permito que el latir de mi corazón se calme. Las lágrimas fluyen copiosamente llenándome las mejillas, las ahogo como puedo con la almohada tratando de no despertar a nadie. Un vacío me llena el pecho, se asienta ahí para no salir, con cada segundo que pasa se hace más fuerte y pesado, siento que me asfixia y temo perderme en su profundidad. Algunas personas no merecen olvidar. Mis fantasmas vienen cada noche para asegurarse que lo sepa.  

Salto de la cama y me dirijo a los baños. Algunas de las reclusas me acompañan, las demás se mueven en sus literas. Cuando hemos terminado de asearnos, nos formamos en una fila. Los guardias nos inspeccionan y nos dirigen al comedor donde desayunamos una insípida avena para luego llevarnos al campo. 

Tengo media mañana doblada arrancando yerbas cuando nos dicen que nos formemos. Caminamos hasta el patio y nos alinean contra una de las largas paredes. Uno de los guardias camina entre nosotras verificando que a nadie se le ocurra hacer algo extraño. 

El sonido de un motor se escucha a lo lejos, con cada minuto que pasa se hace más fuerte, abren los portones y entra un vehículo seguido de un camión. Guardias que visten el uniforme rojo de la ciudad se desmontan y empiezan a bajar un grupo nuevo de reclusas. Ya están vestidas con el traje gris, iguales a nosotras.  Sus rostros están vacíos, la lucha ya fue sacada de ellas, ninguna como la chica de ayer. Cuento alrededor de quince, ha sido un mes activo. 

Del coche bajan cuatro hombres, usan los uniformes del mismo color que los del camión pero estos se ven más formales. Placas adornan sus pechos y sus hombros. Un guardia se dirige hacia ellos, se para recto llevando su mano a la frente a modo de saludo, el que lleva el uniforme más condecorado lo deja descansar con un gesto de su mano. Los otros recién llegados están junto a él, vistiendo su mismo uniforme rojo, estudio sus rostros de forma vaga y me detengo en uno particular. Mi corazón empieza a latir con desenfreno y tengo que usar toda onza de autocontrol para quedarme en la fila formada. 

Es Will.

Pestaño algunas veces, preocupada de estar perdiendo la cabeza, pero el calor de la tarde y el sudor que corre incómodamente por mi espalda me refuerzan la realidad del día. 

Es Will, vivo.  

Will está vivo.

Un millón de posibilidades se forman en mi mente. Luego de mi estúpido error, había visto su cuerpo, junto a los demás. Lo había dejado por muerto cuando había salido del edificio en llamas. ¿Cómo es posible que este aquí, frente a mí, vestido como uno de ellos? ¿Se había unido al enemigo? ¿Nos había traicionado? La cabeza me empieza dar vueltas.

Siento sus ojos fijos en mí, busco una gota de reconocimiento en su mirada pero no la veo, tiene el mismo semblante de sus compañeros. Una mirada propia de una transacción como esta. 

Los recién llegados se acercan. Hacen la ronda y ven nuestro estado. 

Will se ve diferente, lleva una cicatriz nueva en el rostro y tiene un semblante maduro, no lleva la expresión del joven alegre que conocí. Sus ojos verdes están fríos y lleva el pelo castaño que me encantaba revolotear, más corto. Camina el largo de la fila y luego se dirige hacia donde me encuentro. Parece inspeccionar al grupo que tengo a la derecha, pero siento sus ojos fijos en mí. Levanto la vista y respondo a su mirada. Espero encontrar la misma mirada triste del sueño, pero me observa con expresión desafiante, casi burlona. 

Se acerca y siento a las demás encogerse, piensan que está buscando una víctima para descargarse, sus compañeros están al final de la fila junto a otros guardias, lejos de nosotros.  Levanta su mano y me empuja la cabeza hacia atrás. Nos miramos, sus ojos no tenían la misma sed que los demás. Antes de que pueda reaccionar me golpea el rostro con violencia, pierdo el equilibrio y caigo, la pared evita que golpee el suelo pero me deslizo hacia abajo de todas formas. Las lágrimas que luchaba por retener desde el momento en que lo vi, se me escapan de los ojos. 

Levanto la mirada no comprendiendo, pero sus ojos señalan algo en el piso. Un objeto brilla ligeramente, reconozco una de las llaves para extraer el poder. Antes que alguien lo vea, lo tomo, me incorporo con dificultad y vuelvo a la fila.

Me agita la cabeza de nuevo. Nadie se ha inmutado. Acerca su rostro a mí oído, con un susurro para que las demás no escuchen me dice:

 —Regresé por ti. Esto aún no termina. Te esperaré. Ven, por favor.

Con un suspiro de frustración fingida se aparta y se aleja hacia el resto de los guardias. Aprovecho y me escondo el objeto entre las ropas.

Pasado unos momentos, los recién llegados se montan en sus vehículos y se van. Will con ellos.  Los guardias nos llevan de vuelta a los campos para continuar con la jornada. Agacho la cabeza con las otras y sigo con la limpieza, retomando el ritmo habitual. Siento el objeto pesado en el costado. Me concentro en el trabajo tanto como puedo pero mi mente está lejos.

Will está vivo… y regresó por mí. 

Me observo las manos y siento el peso de las vidas que se han perdido por mí. No Will, ya no más. Tengo los hombros libres de esa carga, pero mis amigos, la chica de ayer, todos pesan sobre ellos y los que faltan y todo los demás que mueran en otra lucha sin sentido. 

Un grito suena a unos metros. Nadie se inmuta ni deja de trabajar, todas continúan mirando el suelo concentrándose en su quehacer. A unos tramos de distancia un guardia descarga puntapié tras puntapié sobre alguien. La llave que escondo se siente más pesada, la siento latir, llamarme. 

En una época, no habría dejado que esto pasara.  

Ya no soy esa chica —me recuerdo y continúo trabajando. 

Los golpes del guardia se siguen escuchando, seguirá hasta que la chica muera. Pienso en el rostro de Will, antes me miraba con admiración, ahora solo había desilusión en sus ojos…ven, por favor. Sus palabras me resuenan en la mente. 

Recuerdo mi yo anterior y la siento observándome decepcionada de este ser en quien me he convertido… solo he conseguido más crueldad, solo más decepción… La chica de ayer, si la hubiera ayudado, tal vez no hubiera muerto. Si no tuviera tanto maldito miedo, tanta maldita culpa.

Me levanto y miro el entorno, las ropas que visto, mis manos y siento vergüenza. Vergüenza de a quien Will vio hoy, de la chica que pude haber ayudado, aunque solo fuera para morir con ella. 

¿Qué pasará si no lucho? Tal vez vuelva a ser responsable por el fracaso de Will, tal vez su vida vuelva a pesar sobre mis hombros. 

Los ruidos resuenan en el fondo.

Tomo la llave y la sostengo, tiene forma circular y aspecto metálico, un símbolo de árbol llena su centro. Cierro los ojos dejando que conecte con el poder y le permita liberarse. Lo siento salir y correr como una llama ardiente. Will, el hecho de que volviera y aun creyera que valía la pena, llena de cierta forma la duda que me quiebra el pecho. La pregunta es… si ¿Yo también lo creo?

El guardia sigue golpeando a la joven, sus compañeros están a lo lejos, ninguno se acerca. Nadie hace nada.

Los golpes resuenan uno tras otro en el campo. 

Pienso en la chica de ayer, es muy tarde para ella pero esta chica…aun no está muerta. El eco de la voz de Will resuena en mi mente: …ven, por favor.

Una sonrisa me llena el rostro mientras me lanzo con una certeza que no había sentido en meses. El poder fluye y me llena de fuerza y velocidad sobrehumanas. Siento el roce del viento en las mejillas y el calor del sol mientras corro, nadie me ve. Corro hacia el primero, el que golpea a la reclusa y con un golpe rompo su cuello antes de que se dé cuenta. 

Los demás están parados lejos, el asombro llena sus rostros. Les sonrío y ataco, sin darles tiempo de gritar o tomar su arma. Las demás reclusas se han detenido, me miran con expresiones de miedo.

Un grupo de guardias salen del edificio detrás de nosotras, me ven pequeña, ninguno es tan listo de usar sus armas. Dejo que me rodeen. Embisto, al primero en intentar agarrarme, con una patada que lo lanza a unos metros de distancia y hace que quede sin sentido. 

Los demás levantan sus armas pero ya estoy atacándolos antes que puedan presionar los gatillos. Los golpeo por cada bastonazo que recibió la chica de hoy, por la chica del comedor y su rebelión fallida, por mis amigos muertos. Soy como una canción de ira, de pérdida, que por fin puede ser escuchada. Embisto a través de ellos con furia, destrozando sus esfuerzos por detenerme. 

Luego de unos minutos no queda ninguno que presente batalla. 

Miro a las demás reclusas, me observan con caras asustadas, la que era golpeada se encuentra de pie, sostenida por algunas de las otras. 

 Me pregunto qué hacer con ellas, llevarlas conmigo era una carga, pero dejarlas atrás era peor. 

—Síganme las que quieran vivir —les digo, esperando que la mayoría lo haga. Quienes queden atrás, morirán.

Me dirijo hacia el edificio antes de que algún otro guardia salga. El fuego quemándome las entrañas deseoso de salir. 

Cuando llegamos al patio delantero del complejo, he terminado con los guardias que quedaban en el edificio. Las chicas que me siguen fueron sabias de mantenerse atrás mientras yo luchaba, eran unas cincuenta, un grupo difícil de ocultar. Una leve esperanza en la rebelión flota en mi pecho, este es su plan y de Will. Debe haber una salida para ellas.  

Cuando llegamos afuera, más allá de las cercas del frente, Will está ahí.

Ya no viste el uniforme rojo, su disfraz se ha ido. Me mira un segundo, una media sonrisa llenando su rostro, luego abre sus brazos. Entonces, a pesar del grupo temeroso que llevaba atrás, a pesar de los enemigos que con certeza vienen en camino, me lanzo y lo envuelvo en un abrazo. Hundo la cabeza en su pecho por un segundo dejando que cada mes, cada día, sintiendo su ausencia, sean llenados.

—Lamento lo del golpe, pero tenía que disimular —me dice suavemente al oído. 

—Lo necesitaba —le respondo, separándome de su agarre y por primera vez en mucho tiempo, sonrío, el gesto sintiéndose extraño en el rostro—. Ahora ¿qué sigue? 

Extiende su mano a modo de invitación, un objeto gemelo al mío llenando su palma. Tomo la mano que carga la llave y la junto sobre la suya, consciente de que el acto potencia nuestras fuerzas.

Nos habíamos encontrado y ahora, sin importar lo que viniera, lo enfrentaríamos…juntos.  

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Luisanna García (República Dominicana, 1991. Es ingeniera industrial y estudió Escritura Creativa. Concluyó en 2016 un curso con la Escuela de Altos de Chavón y otro recientemente con CuentaRD.