La vigencia de las metáforas de la comunicación

1. Benedetti y después

Benedetti, a pesar de la apariencia de abuelo bondadoso que su rostro de Gepetto sigue prodigando desde más allá de la muerte, en fotos y pósters, ha sido un punto de inflexión fundamental insoslayable y en varias ocasiones revulsivo en la historia de la literatura uruguaya del siglo XX.

Es, por mucho, el más conocido (pero tal vez no el mejor conocido) de la llamada Generación del ’45 que integraron, entre otros, el lúcido crítico, editor y gestor cultural Ángel Rama y en poesía tres mujeres también ineludibles: Idea Vilariño, Amanda Berenguer e Ida Vitale.

Uno de los lugares comunes más llevados y traídos en ciertos círculos rioplatenses es el que juzga superficialmente a Benedetti sólo a partir del formidable fenómeno comunicacional que ha representado y representa en todo el mundo y, muchas veces sin examinar su obra o haciéndolo somera o descuidadamente, lo menosprecia.

Pues bien, la presencia de Mario Benedetti al menos en tres de los géneros en  que incursionó, ha representado en su momento innovación y audacia. Basta mencionar en poesía la irrupción y el cambio profundo que supuso la aparición de “Poemas de la oficina” (1956), un golpe mortal a la retórica y la solemnidad epigonal de los años 30, un sacudón mayúsculo en la linealidad poética uruguaya, en donde abundaban los constructores de sonetos, los espíritus protervos y luctuosos y una pertinaz ausencia de humor que se confundía a menudo con profundidad metafísica. 

Los “Poemas de la oficina” representaron un análogo uruguayo de la antipoesía de Nicanor Parra, una formulación, a la manera rioplatense, de una poesía de lo cotidiano, con vueltas de tuerca humorísticamente reflexivas. 

En lo que podría calificarse como ensayo social Benedetti irrumpe con un libro decisivo y de gran influencia en su circunstancia: “El país de la cola de paja” (1960), donde una prosa ágil, tributaria del periodismo más sagaz, indagaba en profundidades del paisito que antes habían estado sometidas a veladura, como si de partes pudendas se tratara. 

En narrativa pueden mencionarse dos hitos fundamentales: por un lado  los cuentos de “Montevideanos” (1959),  de algún modo emparentados con los “Dubliners” de Joyce pero también con los casi contemporáneos “Raccontti romani”, de Alberto Moravia. “Montevideanos” es para el Uruguay un libro vigente, paradigmático y representativo. Por otro lado “La Tregua” (1960) brinda un matiz decisivo y diferente en la narrativa que inmediatamente antes tuvo su vertiente esencialmente urbana en el adelantado Onetti y su vertiente fantástica en el postergado Felisberto Hernández.

Tres géneros y tres hitos de un escritor prolífico, clave literaria y sociológica del Uruguay contemporáneo.

2. Las metáforas de la comunicación

El cambio, la mudanza, el paso del tiempo y las diversas sombras  de la muerte, aunque en ocasiones camufladas, han estado presentes en los últimos libros de poesía de Mario Benedetti. 

Pero una cosa ha salvado siempre –en vida, y en esta otra vida que los críticos llaman “posteridad”- al poeta de la tentación del abismo: la indeclinable voluntad de comunicación, de apertura a los demás, y el humor, un humor singular que ya es marca registrada y que lo apartó una y otra vez de la solemnidad y el afán vacuo de trascendencia que suele hacer retóricos en demasía, o llanamente inoperantes, otros proyectos poéticos, narrativos o ensayísticos que se auto erigen como monumentos menos “de a pie” que ecuestres.

Justamente, lo operativo en Benedetti siempre ha sido la soltura, esa extraordinaria capacidad de comunicación que detrás de la facilidad oculta un arduo trabajo para evitar el acartonamiento y la pérdida de referencia concreta. Un trabajo con la palabra que opta por lo coloquial, la franqueza y la sencillez mediante la elección de un registro lingüístico que siempre parece “entendible” por quienes integran lo que el poeta español Blas de Otero llamó la “inmensa mayoría”.

Por ejemplo, en el poemario “Adioses y bienvenidas”, con honestidad didáctica, el autor subtituló: “84 poemas y 80 haikus”, dejando en claro que el libro contiene dos secciones bien diferenciadas. La primera de ellas, los “80 poemas”, no lleva subtítulo. Sí lo lleva la segunda, y es otra vez honestamente didáctico: “Otro rincón de haikus”. Esta última sección lleva una dedicatoria: “a mi hermano Raúl”, y resulta una interesante addenda, con variaciones, al libro “Rincón de Haikus” que Benedetti publicó antes y que contiene como prólogo un magnífico ensayo sobre esta forma de origen japonés, introducida en América, entre otros famosos, por José Juan Tablada (México, 1871-1945).

 “Adioses y bienvenidas” (Seix Barral, Buenos Aires, 2005) anima desde el título un movimiento sólo en apariencia pendular entre lo “que se queda” y “lo que se va”. La bipolaridad del título enmascara un discurso interior (sobre todo en los 84 poemas) que exhibe un grado mucho mayor de polisemia, un discurso por tanto más rico y sugerente que no se agota en el balance, en el ejercicio mecánico de un “debe” y un “haber” (imagen cercana al autor de “Poemas de la oficina”) sino en un despliegue dialéctico. No son “solamente” adioses y bienvenidas, hay síntesis de ambos, renovación y surgimiento a partir del pasado, hay registro de transformaciones voluntarias o involuntarias, como lo hay sin duda en un título análogo de Circe Maia: “Cambios, permanencias”. 

En “Adioses y bienvenidas” de Benedetti hay dialéctica en el sentido hegeliano:

“Siempre somos la víspera de algo
y ese algo es sorpresa/ flor de invierno
tierra que se estremece/ paz en cierne
árboles/ campo verde/ matorrales
vientos reveladores de lo lejos
(...)
víspera de otras vísperas
la vida es un compacto visperario
y siempre habrá un futuro
dispuesto a confirmarlo” 
(“Víspera”, pág. 74)

Más allá del uso de las barras (también frecuentado por el argentino Juan Gelman y la uruguaya Amanda Berenguer) el ritmo y la música del poema se acomodan a su “fondo”, a las direcciones varias de su sentido. 

En el anterior y en otros ejemplos se hace clara la conciencia métrica del autor. Aunque  no suele introducir signos de puntuación en aparente “despojamiento” (que en realidad es una forma de virtuosismo por defecto) se permite giros y contra giros,  juegos de palabras para nada gongorinos, algunos logrados malabarismos y ejercicios colindantes con el “graffiti” (sobre todo en los haikus). 

El 12 de diciembre de 1975, el Nobel italiano Eugenio Montale dijo, ante la Academia sueca: “Estoy aquí porque he escrito poemas, un producto absolutamente inútil, pero casi nunca nocivo, y éste es uno de sus títulos de nobleza. Pero no el único, siendo la poesía una producción o una enfermedad absolutamente endémica e incurable”.

Esa condición noble e incurable mencionada por Montale, desplegada en total apertura ante la soledad del mundo, es la que hace de muchos textos poéticos de Benedetti un lugar apropiado para la visita constante donde  miles de lectores encuentran una voz que los refleja, que los deja entrar sin cobrar peaje, que los reconforta, que los deja perplejos o que “simplemente” los solaza.

La preocupación por la forma, que procura hacer parecer “natural” en algunas composiciones resulta, en el siglo XXI, en un juego paradójico de “atrevimiento” frente al versolibrismo dominante, justamente porque el manejo de la forma destaca aun más el desparpajo y la soltura del “contenido”, como ocurre en “Ventana” (pág. 38), “Entre dos nadas” (pág.39), “Reloj” (pág. 59),“Sin timbales” (pág. 65).

En otro orden de cosas, a diferencia de los “vates de la solemnidad”, la cita se vuelve anti -solemne, anti-académica, erudita en la medida de su prístina apelación al humor y al juego sincero con la palabra:

“Dijo octavio paz en un hueco de orgullo
que el fuego del infierno es fuego frío
no sé si es tontería o gran revelación
pero lo candoroso/ la verdad inmutable
es que allí nos quemamos irremediablemente”
(...)
el infierno es más bien el fuego fatuo
que arde inútil en los incensarios
con llamas rojas amarillas verdes
levitando en el aire del desaire
y dejando en las almas sus espinas”
(“Infierno”, pág. 81)

A pesar de que el propio autor declaró en una remota reunión en Madrid que no se avergüenza de tener sentimientos (una proclama que podría ser juzgada como terrorista en los tiempos que corren), y que lectores atentos como Vázquez Montalbán han caracterizado su obra como “romanticismo del tercer milenio”, la catedrática de la Universidad de Salamanca Francisca Noguerol rechaza el adjetivo “neorromántico” por inadecuado ya que, como dice en su estudio introductorio a “Los espejos Las sombras”, antología de Benedetti publicada por la Universidad de Salamanca con motivo del Premio Reina Sofía, “los textos benedettianos carecen de la conciencia de destino fatal y en raras ocasiones colocan la subjetividad en primer plano, rasgos fundamentales del universo romántico”.

A grandes trazos, ese juicio de la profesora Noguerol es extensible a este libro, y puede aclarar un equívoco propalado por veedores desatentos: “Antes bien”, continúa Noguerol, “esta lírica irónica y ambigua, que juega con la plurivalencia de sentidos, se muestra objetiva en la expresión y postula el compromiso con su tiempo”.

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Rafael Courtoisie nació en Uruguay. Es narrador, poeta y ensayista. Profesor de Literatura Iberoamericana y Teoría Literaria en el Centro de Formación de Profesores del Uruguay, de Narrativa y Guión Cinematográfico en la Universidad Católica del Uruguay y en la Escuela de Cine del Uruguay.