Caracterización identitaria*

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Hasta prueba en contrario, la “construcción social” que conduce a la “identidad” del “pueblo” dominicano, así como las lecciones aprendidas durante el tiempo transcurrido, permiten inferir los elementos característicos de esa congregación humana calificada como dominicana. 

No me refiero a la identidad cultural de todos los habitantes del territorio de la República Dominicana, pero al menos sí a la de aquellos que se reconocen a sí mismos y son reconocidos como parte integral de lo que se conoce como pueblo-dominicano. Y es por tanto que advierto de inmediato que se es integrante de dicha población en calidad de “dominicano”, no por contar con una u otra de las cuatro cualidades culturales que enseguida enumeraré más abajo. Eso no es suficiente. 

Para ser dominicano y con este atributo conformar dicho conglomerado humano se requiere -además de las propiedades culturales distintivas de lo que se dice ser- que esas mismas cualidades o rasgos característicos de lo dominicano se muestren aunados e interrelacionados entre sí, independientemente de que por veces predomine uno u otro de ellos en cada sujeto y en la población en general. 

Solo esa unión diferenciada, pero sin separación ni división hace de dicho pueblo uno singular e inconfundible entre todos los demás.  

Sin más clarificaciones que hacer, ésta es la caracterización identitaria de un pueblo singular: el dominicano, en tanto que fruto de su propio proceso social de edificación y aprendizaje, tal y como resulta cuando es discenido a partir de su existencia, de su voluntad, de su devenir y de su conciencia.

Existencia atávica. A nivel cotidiano, dada su condición atávica de abandono y orfandad, la existencia del pueblo dominicano como un todo, al igual que la de cada uno de sus integrantes, pareciera estar atraída y hasta atrapada y resentida por el pasado.

Como fruto de su experiencia vital de desamparo e infra valoración ante “los países”, su  sentimiento vital es dramático -no trágico, tampoco cómico o trágico cómico- a consecuencia de tantas dificultades e insastifacciones soportadas, sufridas y superadas. 

En ese contexto, la existencia transcurre como lo que es retenido por una rémora o potala que la condiciona a repetir una y otra vez los mismos vaivenes y aconteceres patrios al ritmo de las olas que la mueven. Sin poder avanzar. Como si por más alto que quiera volar, prosperar con más premura o más lejos llegar, continuamente la retuviera una mano afectiva que efectivamente la devuelve a su estado original de ingravidez y carencia.

Voluntad contrastada. En medio de esa indefinición existencial, que ni siquiera permite saber qué se es que no sea lo que no se es**, la voluntad del mismo pueblo se contraría y contrapone a sí misma en cuanto hace y quiere. 

Por eso procede a tientas en todo, sin aparente orden lógico, disciplina o causa común. Deambula sin rumbo ni propósitos fijos que superen la búsqueda de su mero bienestarr económico en aras del bien común, que desborden su voluntad individual en la general, o que conduzcan la decisión con que afronta las penurias del presente hacia un esfuerzo colectivo.

Dado ese zigzageo volitivo, el individuo un día da muestras de ser bravío y heroico, honesto y servicial, pero otros tantos se contradice siendo indiferente y dócil, sumiso y desleal. Lo que procura con una mano, con la otra lo abandona y deshace. El prócer de hoy, mañana reclama su paga y a veces incluso traiciona la causa de toda una vida.

Historial paradójico. Los episodios populares resultan ser paradójicos. Su realismo no es de corte mágico, como el de connotados vecinos cercanos, pues sale de un mundo objetivo adusto, poblado de una tradición oral informal, espontánea, en la que abundan bondad e inguidad, y sobran sinsabores y tribulaciones. 

Ese historial atestigua que el pueblo labora para permanecer en su patria chica, mas termina en medio de devastaciones y siendo expulsado de ella. Leal a la corona colonial, termina cedido a otra. Abre el país al libre mercado internacional, mas pierde su negocio y queda excluido del orden y la riqueza que generan otros tantos mercados. Lucha por su república, su democracia y constitución, pero le recompensan con ocupaciones extranjeras, amén de un rosario de caudillos, dictadores y hasta uno entre otros encarnado como excelente tirano y benefactor. Lo ponen a tocarle y bailarle a los señores de este mundo, sin que brillen sus ojos ni sus labios sonrían embriagados en medio de una fiesta que no es la propia. Mas no por eso olvida ni deja de sembrar esperanzas, aunque solo recuerde que le toca cosechar desilusiones.

Conciencia escéptica. La identidad del pueblo dominicano se descubre finalmente aunada en su memoria y estado de conciencia. 

Dado su proceso de construcción social termina logrando un resultado propio, único y novedoso, en la medida en que se encuentra reunido a modo de crisol consciente de sí en el que confluyen ese historial de incongruencias, aquella voluntad de ser lo que no se es ni se ha logrado ser y una existencia cimentada en un pasado único de desamparo y esfuerzos individuales. 

De ahí que la conciencia genérica de esa población concluya por ahora reconociéndose como escéptica. No tiene por qué ser optimista y carece de tiempo de sobra para descubrise y regodearse de pesimista. Solo cuenta con su desorientación, sin sentido de pertenencia, inseguridad, y, sobre todo, la condición escurridiza que tipifican su credulidad e incredulidad al mismo tiempo.

En vivo contraste, por ejemplo con la conciencia estoica cubana, que al sol de hoy todo lo soporta; o la conciencia infeliz del pueblo haitiano, que ya ni espera ni padece, recargada de opresión, desdicha y desdén; o incluso la solitaria y traicionada del pueblo mexicano, la conciencia estoica del pueblo dominicano todo lo oye y todo lo juzga y duda -como dice ese mismo gentío pleno en su sabiduría- “a según” los tiempos y quiénes lo digan, quieran o hagan. 

De ahí que, en medio de la muchedumbre dominicana, el estar chivo y cuidarse del gancho gocen de carta de ciudadanía.

A modo de resumen y conclusión adelanto que, sin prejuicio de lo que acontezca en el futuro, es en esa unidad final de su estado de conciencia que se asienta y reúne la memoria colectiva de todo aquél que se reconoce y es reconocido como integrante del pueblo dominicano. 

Si bien el todo es más que sus partes, esa memoria latente en cada integrante de dicha población los motiva, promueve e impulsa a superarse y a adentrase conscientes de sí mismos y de los demás en un tiempo que está por venir. 

Ese es, y concluyo, el gran reto que representa la construcción social de la identidad del pueblo dominicano: reconocerse, ser reconocido y perpetuarse, tanto en las próximas generaciones herederas de tanto, como en ese mundo que el novelista denominó como “ancho y ajeno”*** cuando -sin otra arma que la creación literaria- intuyó que nuestra aldea ha llegado a ser global. 

Notas:

* Texto de la ponencia expuesta en el Ier. Seminario Virtual Educación y Construcción de la Identidad Dominicana, organizado por el Grupo de Enseñanza de la Identidad del Pueblo Dominicano, adscrito al Instituto Superior de Formación Docente Salomé Ureña, ISFODOSU, el 22 de julio del año 2020.

**No soy haitiano, ni español, ni inglés, ni estadounidense…; sin embargo, a la pregunta de “¿y qué eres?”, no se responde dotando de contenido positivo al “dominicano” genérico.

 *** Obra del novelista peruano Ciro Alegría: El mundo es ancho y ajeno (1941).

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Fernando Ferrán es antropólogo social y filósofo, investigador y profesor del Centro de Estudios Económicos y Sociales Padre José Luis Alemán de la Pontifica Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM).