27 de abril, 2020

Anoche, muy tarde en la noche, hice un viaje al fondo de mi alma. Me sentí adormilada por el sonido de una voz masculina muy tierna y profunda que venía del fondo negro de un lago negro que mecía mi dulce ingravidez dentro del reservorio acuoso que era el vientre de mi madre. Y de súbito, ahora estaba afuera del agua. Me encontraba sentada sobre un duro banco de piedra coralina muy áspera que hacía daño a mis tiernas piernecitas de niña. Sobre la arena blanca, muy fina, tan fina que apenas sentía el entrar y salir de sus polvillos por entre los deditos de mis pies para sentir no más que el frío helado del banco de piedra en mis nalgas y en mi entrepierna y en el ángulo que marca la separación de la pierna y el muslo mientras miraba muy lejos sobre el agua deslizándose el bote de plata refulgente sobre el cual iba un joven hermoso que podría haberse llamado David de no haber sido por la piel chamuscada bajo los rayos candentes del sol y yo la hormiga invisible sentada sobre el banco duro sobre la arena blanca sin merecer una sola mirada de aquel hermoso joven como tampoco sabía yo que tenía un corazón de no ser porque algo dentro de mi estrecho pecho pequeño latía muy velozmente ante aquella visión del joven David chamuscada la piel y el bote patinando sobre la superficie de un mar que tan claro era su azul que semejaba ser blanco y el blanco se tornaba azulado cual reflejo del cielo que servía de manto a aquella dulce escena en el fondo de mi alma.  

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Lisette Purcell es Licenciada en Humanidades, mención lenguas modernas. Profesora, traductora y escritora.