Morricone siempre me sonó a despedida. Tal vez por la eterna nostalgia que siempre viene con ese Salvatore de Cinema Paradiso (1988). O quizás por la borrascosa odisea de venganza que empuja al legendario Harmonica de Charles Bronson en la Érase una vez en el oeste (1968) de su entrañable Sergio Leone. Fue cabalgando en el sucio oeste, que desmitificó a los John Wayne y demás iconos, que Ennio Morricone se forjó un nombre. De sus más de 500 créditos como compositor para el cine y la televisión los que más resuenan en el imaginario popular son los que acompañan a esos forajidos que revólver en mano, glorificaron el spaghetti western (término con el que se denominó a las producciones europeas que recreaban el western norteamericano y que alcanzaron apogeo en las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo; a diferencia del western original, su estética era más “sucia”, los protagonistas no aparecían idealizados sino más bien como antihéroes y contaban con presupuestos modestos). 

A los 91 años se despidió del mundo en su Roma natal. A las pocas horas de su muerte circuló una carta de despedida que el compositor había escrito a manera de auto obituario. “Yo, Ennio Morricone, he muerto”, así iniciaban esas líneas que presagiaban el final. Ni el cine pudo haber escrito un mejor final. Pocos compositores tienen un sello tan acentuado y con la capacidad de hacernos evocar secuencias memorables. Ya fuera en los acordes de El Bueno, el Malo y el Feo (1966), que sirvieron para inmortalizar a Clint Eastwood, o en las sublimes notas que acompañaron al Mendoza de De Niro en La Misión (1986) de Roland Joffé, Morricone siempre marcó tendencia.

El elusivo Oscar

No fue sino hasta el atardecer de su obra que llegaría la codiciada estatuilla de la Academia hollywoodense. Fue en la ceremonia de 1979 cuando recibió su primera nominación por Days of Heaven (1978) de Terrence Malick. Luego llegarían cuatro nominaciones más incluyendo su majestuosa composición para Los Intocables (1987) de Brian De Palma. Para 2007 la Academia le otorgaría un Oscar honorario, como suelen hacer cuando piensan que una de sus preciadas estrellas se les va.

En el oeste tenía que ser donde el celebrado compositor encontrara el preciado oro. Al igual que para Quentin Tarantino el viejo oeste estaba también impregnado en el ADN de Morricone. Fue así como 37 años después de su primera carrera por el Oscar se coronaría con The Hateful Eight (2015). El ultraviolento spaghetti western de Tarantino le concedió a uno de los compositores más importantes de la historia del cine la oportunidad de consagrar una carrera perfecta. Cuenta la leyenda que ya antes el irreverente director había perseguido al maestro para componer la música de Pulp Fiction (1994) y Bastardos sin Gloria (2009), sin suerte. Parece que el destino quería que ambos se sincronizaran en un género que les palpitaba muy adentro.

Una ovación de pie dejaría al genio de la música sin palabras y visiblemente emocionado pronunció un breve discurso en el que encontró tiempo para reconocer el trabajo de otro gran compositor, John Williams.

Leone / Morricone

Todo comenzó con Por un puñado de dólares (1964), la primera de seis colaboraciones entre Sergio Leone y Ennio Morricone. La despedida llegaría con Érase una vez en América (1984), último largometraje del director italiano. En esos 20 años de carrera se construyó una de las mejores duplas del séptimo arte. Difícil es imaginar las inmaculadas obras de Leone sin la música de Morricone, esos duelos de leyenda entre pistoleros que se encumbran cuando la música llena el silencio del desierto.

Morricone convirtió la música en un personaje, no solo en una composición que daba contexto a las imágenes. Es en su corrida junto a Leone donde se comienza a gestar ese sello inconfundible. Las composiciones para esos westerns italianos trascendieron la pantalla y hoy en día hasta el menos cinéfilo podría identificar los acordes de cualquiera de estas partituras o al menos su mente le llevaría a asociar dichas melodías con este género cinematográfico.

En la simpleza encontró la grandeza, el pulso en las piezas es continuo y nunca cae. Sus trompetas, sus guitarras, sus armónicas o los acordes vocales de su fiel colaboradora Edda Dell’Orso se combinaron para que naciera la leyenda. El tema “El éxtasis del oro” que acompaña el final de El Bueno, el Malo y el Feo (1966), es la mejor muestra del magistral uso de los acordes vocales. Igual podríamos referir a “El hombre con una armónica” de Érase una vez en el oeste (1968) para entender como el uso de un instrumento se convierte en el perfecto leitmotiv.

Es necesario detenerse en esta simbiosis de dos genios, pero la huella del maestro italiano no conoce límites. En un período de 60 años sus composiciones originales marcaron el mundo del cine y se expandieron por todos los géneros.  Su legado traspasó la pantalla y en 1978 escribió la música para el tema oficial del mundial de fútbol que se celebró en Argentina.

Las leyendas no mueren. Cada vez que a Salvatore lo abrace la melancolía mientras ve esas escenas que la censura le robó durante su infancia o cada vez que Harmonica sacie su sed de venganza, esperaremos que esas notas nos arrebaten y nos preñen de emociones, cual si fuera la primera vez. 

  1. El spaghetti western fue el término con el que se denominó a las producciones europeas que recreaban el western americano. El gran apogeo llegó en los años 60 y 70. A diferencia del western original la estética era más sucia, los protagonistas no se mostraban tan idealizados sino más bien como antihéroes y los presupuestos eran más modestos. 

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Hugo Pagán Soto es mercadólogo de profesión cinéfilo por pasión. Director del la Distribuidora Internacional de Películas de 2015 a 2018 y Coordinador de Relaciones Públicas de la Cinemateca Dominicana en 2015.