Hace calor y desde temprano en la mañana (andando medio en cueros y con una taza de café en la mano) vengo cumpliendo con los oficios pertinentes del ser, el estar y soñar con mejores cosas en una ciudad como la que habito desde hace ya más de dos décadas. Llegué a Estados Unidos (a New York) sin imaginar que todo aquello en lo que alguna vez creí me identificaba, terminaría siendo solo la raíz de un ser híbrido, muchas veces confuso, que ha ido injertando mecanismos de sobrevivencia, transmutaciones, mordiscos al imaginario universal desembocado desde la fundación misma de la ciudad y que hoy día (durante el obligado confinamiento y las protestas raciales) sigue deslumbrando con su espectáculo de absurdos, resiliencias, luces y sombras multiétnicas, y todo lo que la dinámica humana pueda nombrar dentro del mundo conocido y por conocerse. 

Las artes, la cultura, el roce constante con todo lo diverso, aquello que es propio de la metamorfosis, ocurre sin conocerse un solo momento de reposo en la cocción del barro humano de todo aquel que decidió migrar y establecerse en esta ciudad de crudas realidades y épicos ejemplos de superación y trascendencias. Como dominicano admito la obligada ceguera que significó la etapa larvaria de la infancia y temprana juventud en un mundo tan escaso como el de la isla (mitad de isla) pues crecí con otros significados, con lo umbilical enredado en el cuello, con las restricciones mismas de lo misérrimo y apenas hallando uno que otro bocado de aire en las circunstancias comunes con las que tienen que batallar nuestras gentes en su diario vivir (pues el hambre y las limitaciones básicas se traducen en una suerte de violencia vibratoria y por tanto, en un registro deshumanizante del que cuesta desaprender, enmendar y acondicionar para otro desarrollo en la evolución cosmogónica del ser, su creatividad y retrato humano). 

Como escritor y a cuentas de que se me ha pedido elaborar un dossier de autores dominicanos (jóvenes escritores en el sentido de las cosas) debo de reconocer la escasa interacción que tengo con las generaciones recientes apropiables a la diáspora, específicamente a la residente en Estados Unidos. Sin embargo entiendo, soy de los que creo, apuesto a que allí afuera, en las calles y avenidas de cada estado, cuidad o comarca donde existe una comunidad dominicana establecida, se está haciendo literatura, arte, cultura en un formato de agradables consecuencias para el presente y futuro de las letras criollas en la expansión de sus universos, esos que resisten los avatares del diario vivir, sus sacrificios, manteniendo un vínculo constante con lo dejado atrás, allá en el Caribe, generación tras generación, sin importar las mezcolanzas pues todo lo dominicano “nace en donde le da la gana de nacer”, como una vez dijera el pelotero Betances, y por lo tanto la literatura dominicana, las artes en sus cúmulos de propuestas generales se han ido multiplicando en leguajes, asideros, ritmos y figuras trascendiendo otras fisionomías y métodos de producción en este ir y venir como las aguas del océano y lo íntimo del mar antillano en su besar el lar nativo y la nueva extensión de lo vital, la gringada que nos acoge (conglomerados humanos, desarrollos y tecnologías que impactan la visión criolla en sus asentamientos, adaptabilidad y accesos a nuevas y mejores circunstancias como adelanto del ser en el conjunto de lo que se vive y se permite vivir como diáspora). 

Poesía, cuento, novela, teatro y demás artes tienen voz, origen, influjos en la amalgama social del hombre, mujer, conjunto de familia que, a pesar de todos los obstáculos y entresijos de la nueva realidad no dejan de ser, sentir, expresar las cosas como pertenecientes a la esencia pura de lo dominicano. Es muy posible que el hermano escritor, ensayista y trascendente médico del corazón Jochy Herrera haya cometido un error al pedirme realizar este breve, pero significativo dossier personal de escritores criollos fundamentales en los géneros de poesía y cuento corto, pues como reitero (admitiendo culpas e ignorancias) los autores que aquí escogí “no se ablandan con charamicos; ¡sino que hay que darles candela!”. Son muchos y de diversos orígenes (unos adaptados a la babel de hierro en el Bronx o Manhattan, otros con la suerte de tener como vecino más cercano a un granjero y cazador que en las frías mañanas de cualquier día en Nuevo Hampshire, cruza con su tractor rumbo a la faena de sus hectáreas de cultivo). 

En fin, que aquí he tratado de juntar tanto mansos como cimarrones con el fin de ofrecer una visión muy personal (hermanos entrañables, gente mía) que para nada fueron escogidos por sus academicismos, premios recibidos (todos los tienen o van en camino a hacerlo, si es que eso vale) o número de libros publicados, quedando muchísimos fuera pues a pesar de haberles pedido que me enviasen sus textos, les ganó la vagancia o se han hecho de rogar y yo ¡pa’ jodón, jodón y medio! ¡‘Porta a mí!

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Jimmy Valdez Osaku. Pintor, escritor, carnicero.