Carolina Maria de Jesus ha sido considerada como una de las primeras y más importantes escritoras negras de Brasil.

Mayo era el mes de los altares adornados con flores blancas. En la barraca se escuchaban risas y valses vieneses. No era por las flores ni por los altares dedicados a la virgen María. Esa mañana, doña Carolina recolectó y vendió un buen cargamento de hierro. Con el dinero de la venta compró arroz, carne y feijão. Los niños celebraron el acontecimiento como si fuera la fiesta de fin de año. Doña Carolina alzó a la pequeña Vera en brazos. Le dio vueltas alrededor del cuarto soltando una risa expansiva. La barraca iluminada por una lámpara rescatada de la basura y la neblina de polvo, que sus pies descalzos levantaban del suelo de tierra, le daban a la escena un barniz de instante raro. Raro y breve, como suele ser la felicidad en la favela de Canindé. 

Aquí vive doña Carolina Maria de Jesus, bajo el techo que levantó con sus manos para ella y sus tres hijos: João José, José Carlos y Vera Eunice. Doña Carolina dice que no envidia a las mujeres de Canindé que tienen marido. Su corazón es terco y receloso. “No me casé y no estoy descontenta. Los que me prefirieron eran soeces y las condiciones que me imponían eran horribles”. A veces piensa que un marido la ayudaría a meter a los chicos en cintura. Raro es el día que regrese a la barraca, después de recoger material para la venta –papel, latas, botellas, hierro o estiércol de vaca– y que no encuentre a sus hijos mayores discutiendo con las vecinas. Las tiene amenazadas. Si no dejan en paz a sus muchachos, escribirá sobre ellas: “Ustedes son incultas, no pueden comprender. Voy a escribir un libro referente a la favela. Voy a citar lo que aquí pasa. Y todo lo que ustedes me hacen. Yo quiero escribir el libro y ustedes con estas escenas desagradables me proveen los argumentos”. 

Se sienta en la acera y escribe con la falda remangada por encima de las rodillas. Doña Carolina espera a que la ropa se blanquee a golpe de sol. Tiene cicatrices en las piernas: la huella de largas jornadas de trabajo en las plantaciones de arroz. Entonces era una niña a la que todos llamaban Bitita, una palabra de la lengua XiChangana de Mozambique que quiere decir “olla de barro”. Por aquellos tiempos, por leer tantísimos libros, la acusaron de bruja. A ella la castigaron por hereje. A su madre, por defenderla, la golpearon hasta romperle un brazo. A las dos las metieron en la cárcel y les negaron el pan mientras duró el encierro. Doña Carolina ha sacado buen provecho de los dos años de estudio en el colegio de su natal Sacramento, y de las historias que le contaba su abuelo, el sabio Benedito José da Silva, de quien suele decir que era un “un saldo de la esclavitud”. Un negro sumiso, don Benedito, nada que ver con el espíritu indomable de su nieta que, pese a tener más cartas en contra que a favor, ya se siente escritora. La biblioteca del doctor Euryclides de Jesus Zerbini también fue parte importante de la hazaña silenciosa de doña Carolina. Cuando trabajó como empleada doméstica en la casa del prestigioso cardiólogo, aprovechó cada momento de descanso para perderse en las páginas de un libro. 

Así que doña Carolina lee y escribe casi todas las noches. Desde 1955 escribe un diario sobre la vida en la favela. Todo lo que ocurre en los callejones de Canindé cabe en los cuadernos que hace con el papel que encuentra en las calles de São Paulo. Su lenguaje es una mezcla de fábula y poesía, de la tradición oral y las reflexiones que plantea sobre la desigualdad y el racismo. El delicado zurcido de una artesana que trabaja con todo lo que tiene: su cabeza, sus manos y su corazón hambriento. Para contar la historia de la favela se tiene que conocer el hambre. Todas sus caras. El hambre es la protagonista de la favela. Los favelados, como los peces, viven y mueren por la boca. Un trozo de chorizo rescatado de la basura puede ser motivo de fiesta o de terrible enfermedad. Si Brasil fuera una casa grande –dice doña Carolina en su diario–, la ciudad sería la sala de visitas, adornada con cortinas de satén y relucientes lámparas de cristal. La favela sería un trastero mal iluminado y hediondo. El lugar destinado para las cosas inservibles: el quarto de despejo. 

Doña Carolina también escribe poesía, obras de teatro, novelas, canciones y cuentos. Uno de sus cuentos, ¿Dónde estás, Felicidad?, empieza así: “No existe, en este mundo, quien no albergue un sueño íntimamente. Quien no aspire a poseer algo que le proporcione una existencia exenta de sacrificios”. La suerte de los favelados la deciden otros. La ola que arrastró a doña Carolina hasta la favela de Canindé llegó con el cuadragésimo aniversario de São Paulo. Las autoridades decidieron que era el momento de derribar algunas casas multifamiliares para levantar en su lugar nuevos y modernos edificios. Nuevos y modernos edificios que, para cumplir con el plan de remozamiento de la ciudad, no debían ser ocupados por las mismas personas. Desplazados de sus viviendas en camiones de carga, los antiguos ocupantes se marcharon al norte de São Paulo, a los márgenes del río.  

Doña Carolina duerme con un lápiz y un cuaderno debajo de la almohada. Reconoce que tiene la manía de observarlo y contarlo todo. Cuando vino ese muchacho, el periodista Audálio Dantas, diciendo que estaba preparando un reportaje para el diario Folha de São Paulo, lo miró con la desconfianza que le despiertan los forasteros. Algunos son como los políticos. Llegan, saludan a todo el mundo, hasta corren el riesgo de que sus inmaculadas camisas, planchadas y almidonadas por mujeres como ella, terminen manchadas de hollín. Después se van. Regresan a sus confortables apartamentos en la “sala de visitas”. Por eso no puede culparlos. Nadie, en su sano juicio, querría permanecer en la favela más tiempo del necesario. Quién sabe si este forastero podría ser un mensajero de la suerte. Para llamar su atención, doña Carolina empezó a gritarles a unos borrachos que merodeaban por el parque de los niños: “Ya verán, voy a incluir sus nombres en el libro que estoy escribiendo”. Remarcó las últimas palabras: “El libro que estoy escribiendo”. Quería asegurarse de que el forastero picaba el anzuelo. Y así fue. Cuando el periodista quiso saber más sobre ese libro suyo, lo llevó a su casa para mostrarle sus cuadernos. 

Después de leer algunas páginas, Audálio Dantas no solo decidió que doña Carolina sería la protagonista de su reportaje, también publicó algunos fragmentos de su diario en el periódico. En agosto de 1960, dos años después de su primer encuentro con Audálio Dantas, una selección de las anotaciones que doña Carolina hacía en su diario se convirtió en su primer libro: Quarto de despejo (publicado en español con el título Cuarto de desechos: diario de una favelada). Más de noventa mil copias vendidas en seis meses. En cuarenta países. En catorce idiomas. En Brasil no se recordaba un fenómeno editorial de tal magnitud. Su llegada a la escena literaria brasileña levantó ampollas entre la élite intelectual que miraba con sospecha que el talento de una mujer negra, pobre y sin grados académicos pudiera equipararse al de escritores de la talla de Clarice Lispector, Jorge Amado y Raquel de Queiroz. El éxito de su debut no se repitió con las publicaciones posteriores de sus libros. “Su voz calló en los calabozos de la conciencia nacional –escribió el periodista Tom Farias–. Hablar de Carolina, leer a Carolina se convirtió en algo peligroso, arriesgado, amenazador. Reconocerla como escritora, intelectual y pensadora era una ofensa, una afrenta a la casta encerrada en la torre de la academia de las letras y del alto saber”.    

Quarto de despejo es como un cuento claroscuro. Con su olor a blancas flores, a excremento y barro mojado. Con sus valses festivos, sus rencillas de patio y sus risas de niños celebrando el milagro del arroz con carne y feijão. Los vecinos de la favela dijeron que doña Carolina los había difamado en su libro. Que pretendía ganar popularidad y dinero para salir de la barraca. Y fue justo lo que hizo. Tras su inesperada conquista, se marchó de la favela, dejando atrás la lluvia de insultos y piedras que le lanzaban sus vecinos ofendidos. Igual que los incrédulos de la élite intelectual, sus vecinos no daban crédito a lo que veían sus ojos. ¿Cuándo se ha visto a una negra escribiendo libros? –decían–.  ¿Quién se ha creído que es? Con esa manera de hablar, usando palabras de poetas: “Esta noche quisiera recortar un pedazo de cielo para hacerme un vestido”. Un pedazo de cielo. ¡Qué cosas! 

*Carolina Maria de Jesus nació en la ciudad de Sacramento el 14 de marzo de 1914.  Falleció en São Paulo, el 13 de febrero de 1977 a causa de una insuficiencia respiratoria.

* Publicado por gentileza de El Espectador. Colombia, febrero 2020.

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Sorayda Peguero Isaac, periodista dominicana residente en Barcelona. Actualmente es una destacada columnista del periódico colombiano El Espectador, para el cual también escribe crónicas, perfiles y reportajes de gran despliegue, y sobre distintos temas. Sus trabajos han sido publicados en medios de distintos países, como Revista Arcadia, Listín Diario, Yorokobu y Periodismo Humano.