Cuando revisamos las noticias sobre el COVID-19 nos encontramos constantemente con un discurso metafórico. En los medios de comunicación, en los discursos de los políticos, en las tertulias disfrazadas de paneles de expertos o en cualquier artículo de opinión, la idea de la “guerra contra el virus” está omnipresente. Y las guerras, como sabemos desde tiempos inmemoriales, no se ganan solo con los ejércitos más valerosos, ni con los comportamientos heroicos, ni siquiera con los mejores estrategas. Una guerra no se puede ganar si uno se enfrenta a un ejército con una tecnología militar más avanzada.

Dice la teoría cognitiva de la metáfora que cuando encontramos que un tema nuevo, difícil y complejo tiene conexiones de un dominio conceptual conocido, simple y que estamos habituados a entender, entonces, y para simplificar, usamos esas conexiones para poder entender el nuevo dominio. La “guerra contra el COVID-19” comienza como metáfora por la evidente conexión del “parte diario de bajas” (fallecidos), “supervivientes” (recuperados) e incluso los “ilesos” (asintomáticos).  Con una conexión tan evidente, no es extraño que empecemos a ampliar esa metáfora de la guerra a todo lo que tiene que ver con el virus, incluidas nuestras tecnologías para “combatirlo”. Más triste y desafortunada es la conexión metafórica que aplica el concepto de “héroes” a los sanitarios, a los trabajadores de los supermercados a todos aquellos que siguen saliendo a la calle y enfrentándose a situaciones de grave riesgo de infección para si mismos y sus familiares. Ellos son “héroes” en contra de su voluntad pues no quieren arriesgar su vida. Al contrario, lo que desean es hacer su trabajo con las mejores condiciones de seguridad posibles.

Pero también nos dice citada teoría sobre el origen cognitivo, que no simplemente estético, del recurso metafórico, que tendemos a ampliar, a rellenar los aspectos más complejos del nuevo dominio con conceptos y esquemas de nuestro viejo y familiar dominio conceptual. Es decir, cuando concebimos nuestros fallecidos como “parte de bajas”, automáticamente el virus es el “enemigo”. Y, por tanto y estirando la metáfora, el virus tiene mecanismos y estrategias de “conquista y expansión”, mecanismos que, por cierto, son muy “inteligentes” y por ello ha tenido tanto éxito y es tan difícil de “combatir”. 

Desgraciadamente, el COVID-19 tiene la capacidad de residir muchos días en nuestras mucosas sin producir síntomas evidentes, incluso sin llegarlos a producir, ocultando y multiplicando los vectores de contagio. Pero de ahí a pensar que un ente biológico tan simple como un virus es inteligente o tiene estrategias de ataque, es un salto conceptual vertiginoso que nos confunde cuando queremos tratar este tema con un mínimo de rigor científico. Y si queremos hablar de las tecnologías para esta pandemia, incluso aunque desde una perspectiva social, la precisión científica y técnica requiere evitar las metáforas simplificadoras. Pero, por desgracia, estas son las que inundan los medios de comunicación y dificultan la comprensión del verdadero papel de la tecnología en esta pandemia apoyando visiones utópicas o distópicas.

Un pandemia, una infección vírica a gran escala es un tema nuevo para la opinión pública y, de hecho, un tema muy complejo. Las tecnologías involucradas en “la lucha” contra esa infección vírica global son aún mucho más complejas. Complejas, diversas, con muy diferentes marcos de acción y, sobre todo, con todo tipo de consecuencias, de “efectos colaterales” en nuestras vidas diarias. Si ni siquiera en un párrafo como este nos podemos librar de la metáfora de la guerra (la lucha y sus efectos colaterales) se hace tremendamente difícil explicar reducir el análisis de estas novedades y posibilidades tecnológicas a las dimensiones tecnocientíficas de estas propuestas. Comencemos, al menos, por tratar de comprender cuáles son esos malentendidos, esas noticias, esas metáforas que nos conducen a pensar en las tecnologías como un elemento fundamental para entender la pandemia, sus orígenes y soluciones. 

La tecnología nos salvará

Desde el minuto uno de esta terrible pandemia los ojos se volvieron hacia la medicina. Pero, sobre todo, a esa medicina tecnocientífica tan asentada ya en nuestras conciencias como es la genética. El desvelamiento del código genético del virus en tiempo récord, así como la identificación de sus numerosas cepas, variantes, mutaciones, etc. parecían indicar a la sociedad que todo estaba bajo control y que la cura de esta pandemia estaba muy cerca. 

Nada más lejos de la realidad, de la realidad científica. La opinión pública ha sido inundada desde hace muchos años con la idea de que la codificación genética es la panacea para tantos y tantos problemas sociales, que ahora nos cuesta mucho entender que la traducción de esos valiosos datos en una vacuna, en anticuerpos, en soluciones efectivas, requiere de todo un proceso científico sistemático y complejo y, por tanto, lento. Que el código genético nos permita comprender tantos aspectos importantes de los mecanismos biológicos, no quiere decir que podamos actuar sobre ellos a nuestro antojo con soluciones inmediatas. La dificultad, y la lentitud, para desarrollar la vacuna a pesar de todo este conocimiento, sigue desesperando a la opinión pública.

Así que, de repente, la utopía de que nuestro conocimiento sobre la genética y, por tanto, sobre cualquier amenaza biológica, es tan avanzado que siempre ganaremos estas guerras, se convierte en una distopía. La sociedad no entiende que si con un simple análisis genético se resuelven viejos asesinatos, ahora esa tecnología médica no sea capaz de curar este virus de inmediato. Ni que decir tiene que, en la “guerra contra el virus”, cualquier argumento sobre la falta de previsión, sobre la falta de financiación de los organismos de investigación no sirve. La sociedad quiere héroes científicos que, como en las películas, encuentren la cura de inmediato y gracias a una idea genial o “golpe de suerte”. 

Las campañas “desinformativas” de muchas empresas farmacéuticas que, semana tras semana, anuncian haber encontrado la vacuna contra el virus cuando, en realidad, sólo están dando los primeros pasos del proceso, tampoco ayudan a mejorar la percepción pública de la ciencia y la comprensión de sus difíciles procesos.

La tecnología nos condenará

En la líneas sobre las visiones más negativas de la percepción social de la ciencia, surgen las distopías asociadas la inmediata búsqueda de una causa tecnológica o tecnocientífica al origen del virus. Desde las distopías sobre una gran confabulación planetaria para acabar con nuestras libertades mediante la creación virus malignos en un laboratorio, hasta la simpleza de los argumentos sobre el origen de la enfermedad en las antenas 5G, se desvela la desconfianza total de una gran parte de la sociedad hacia el discurso tecnocientífico. La percepción cada vez más extendida de que la ciencia y la tecnología no son la solución sino el problema, se muestran cada vez más en capas de la sociedad que eligen el discurso emocional frente al argumento y la creencia frente a la ciencia. Y así se suceden las distopías en las redes sociales contra el más elemental sentido común. Desde “la venganza de la naturaleza por el abuso del hombre”, alimentada por los datos ciertos de la recuperación de espacios de los animales durante el confinamiento. Hasta la invasión extraterrestre (o intraterrestre) alimentada por los avistamientos de satélites artificiales. Cualquier distopía es posible en las redes sociales y el confinamiento, es decir, el aburrimiento, ha hecho que su popularidad y aceptación haya aumentado hasta límites inconcebibles.

La tecnología como espectáculo

Una de las noticias recurrentes sobre las tecnologías para la pandemia recurre a una suerte de “gadgetología”. Desde la mascarilla electrónica personalizable que incorpora rayos ultravioleta que la limpian y desinfectan automáticamente todas las noches, hasta la lámpara ultravioleta para higienizar nuestro hogar (a riesgo de graves daños oculares), las marcas de electrodomésticos quieren rentabilizar el miedo con la estrategia de la protección. Qué fácil es hacer comprender a una generación educada en las historias de Star Wars que un “casco protector” con tecnología de vanguardia o un “escudo de energía ultravioleta invisible” nos va a proteger en esta guerra contra un enemigo de igual modo invisible.

Otro espectáculo tecnológico que surge cada semana es el de los drones, los vehículos teledirigidos o los robots en la lucha contra el virus. Un hospital poblado de robots inmunes al virus parece ser la panacea con la que se van a solucionar de golpe los problemas de contagio en los hospitales. Robots autónomos sirviendo la comidas en los hoteles para evitar el contagio de trabajadores y clientes, drones identificando a las personas con fiebre o vehículos teledirigidos para la desinfección de las calles como si de un territorio contaminado por la radiación se tratase nos lleva a otra confusión sobre el papel de la tecnología en esta guerra.

La tecnología como elemento de consumo, como espectáculo innovador o como objeto de deseo estético, dista mucho del carácter funcional y práctico que debería tener un recurso tecnológico en una situación de emergencia planetaria como esta. Las casas comerciales frivolizan con estos gadgets a la venta en lograr de promocionar sus esfuerzos en recursos verdaderamente útiles, que los hay, pero no resultan tan mediáticos.

La oportunidad para la tecnología solidaria

Finalmente, y enlazando con el tema anterior, es destacable una utopía tecnológica que pudo hacerse realidad durante las primeras etapas de la pandemia y que, en algunos casos, parece haber sido silenciada. La escasez de recursos tecnológicos para la asistencia a los infectados hizo aflorar numerosas iniciativas para la autogestión y la creación autónoma de mascarillas, protectores y hasta respiradores hospitalarios. Tanto grandes empresas automovilísticas que proponían usar sus piezas para los respiradores, como comunidades “makers” locales e internacionales empezaron a compartir ideas, proyectos, diseños y datos de todo tipo. En pocos días, las impresoras 3D producían protectores o piezas para los respiradores muy apreciados por los hospitales. La innovación social se las ingeniaba incluso para transformar un máscara para snorkel en un respirador ideal para los enfermos de COVID-19 que, además, ayudaba a la protección de los sanitarios. Esos avances siguen ahí pero ni el “estado de guerra” ha conseguido protegerlos de demandas de un sistema de registro y patentes que sigue ahí. Ni la guerra contra el virus, ni lo inoperante que se ha demostrado por el desabastecimiento de las primeras semanas, ha permitido librarse de este corsé legal que hace que la innovación social siga siendo una utopía.

Como vemos, las diferentes utopías y distopías sobre el papel de la tecnología en esta pandemia circulan por los medios de comunicación desde la idea de que esta guerra la vamos a ganar gracias, o a pesar, de nuestro desarrollo tecnológico. La metáfora de la guerra, como otras tantas que usamos para comprender la inmensa complejidad de nuestro actual desarrollo tecnocientífico, no sirve para comprender las verdaderas posibilidades de la tecnología en el campo de la biología y la medicina. Si realmente queremos concienciar a la sociedad de lo que se puede hacer para minimizar los efectos de una pandemia como esta, no podemos apelar simplemente al desarrollo tecnológico como un elemento mágico que lo solucionará sin esfuerzo. Es necesario recuperar el discurso médico, farmacéutico y científico en general y llevarlo al público de manera directa, sin metáforas. Ojalá ese intento no se convierta en otra utopía.

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Roberto Feltrero es doctor en Ciencias Cognitivas, además, graduado en Filosofía e Ingeniería. Destacado investigador en temas de ciencias, tecnología y educación. Isfodosu, Pedagógica Dominicana. UNED, España. (roberto.feltrero@isfodosu.edu.do)