Textos heterónimos

¿Estoy vivo? Parece que sí. Me pellizco la cara, las orejas, la barriga y siento dolor cuando las uñas penetran en la carne, pero no entiendo lo que pasa… Salí en el auto esta tarde y fui al banco a sacar dinero para pagar a la muchacha del servicio. No había vehículos en la calle. Ni gente. Bueno, sí, en algunas esquinas aparecían fugazmente unos hombres flacos y desgarbados que llevaban sus narices y bocas cubiertas con paños. Uno de ellos, el más demacrado de todos, tenía puesta una mascarilla de esas que utilizan los cirujanos. Pensé que debió haber estado usándola por mucho tiempo porque lucía mugrienta y desteñida. No vi a nadie más en las calles. Por ello llegué al banco en pocos minutos. El guardián que siempre vigila los cajeros no estaba ahí. ¿Dónde estaría? ¿Muerto, como yo? Ah, caramba, me dije ya que compruebo que estoy vivo porque me pellizco la cara y la siento doler. Entonces, ¿dónde está el guardia? En realidad, no es cosa mía… Volví a lo que fui, a sacar dinero. Primero, desinfecté con Lysol toda la superficie del cajero: la pantalla, las teclas y las tres ranuras por donde entras la tarjeta, sale el dinero y te entregan el recibo. Ejecuté cuidadosamente y con mucho escrúpulo toda la ceremonia. El cajero, fielmente, me respondió. Tomé el dinero y no lo conté. Lo metí en un sobrecito de esos fabricados especialmente para poner billetes. Mañana, si estoy vivo todavía, se lo entregaré a la criada cuando venga a limpiarme la casa. Sí, si estoy vivo (subrayado) porque han estado diciendo que para esta fecha la gente de mi edad debería haberse muerto o estar muriéndose por montones. Tal vez me morí y no me he dado cuenta, y soy uno de esos sujetos que desencarnan súbitamente y siguen actuando como si tal cosa. No. No soy uno de esos porque no estoy penando y ellos son los que llaman almas en pena. Si yo estuviera penando, mucho o poco, estaría sintiendo alguna culpa ¿no es así? Sí, así debería ser, pero en este instante no siento culpa ninguna y por ello creo que no estoy muerto, porque si lo estuviera estaría arrepintiéndome de todas las cosas que debí hacer de una manera y las hice de otra. Estaría también lamentándome de lo mucho que creía que me quedaba por hacer y no hice, como levantarme a la misma hora todos los días para hacer ejercicios regularmente. Cosas así, tú entiendes… ¿Entiendes, de veras? Porque no voy a echarme encima, ahora, las culpas que voy a sentir más tarde cuando sí esté muerto, como aquella culpa grande que he arrastrado toda la vida por no haberme atrevido a decirle cuánto quería acostarme con ella. Entonces ambos teníamos veintiocho años y nos reventaban al mismo tiempo las hormonas, y ella tenía las mismas ganas que yo en aquel momento. No es que yo fuera tímido en esa época. Es que me deslumbraba y me espantaba de tal manera su belleza demoníaca que dentro, muy adentro de mí algo me decía que nada bueno saldría de una aventura con aquel ser irreal que yo sabía tenía dueño. Le cogí miedo a perder el alma, creo, pero nunca me perdoné por haber sido tan cobarde cuando lo que ciegamente deseaba era sumergirme y abrasarme en el infernal delirio de una pasión volcánica. Esa sí es una culpa que me ha acompañado toda la vida y que me asaltará el mismo día en que me dé cuenta de que he muerto. ¿Día? ¿De qué día estoy hablando? La gente no se muere un día. Uno se muere en un instante y, de repente, entra en un mundo vacío, sin gente ni autos en las calles, con apenas unos sujetos desarrapados que se revelan y desaparecen fugazmente en las esquinas. ¿Estoy muerto? ¿Estoy vivo? No lo sé.

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Ambrosio de Ercilla es un trotamundos chileno, ya criollo, apasionado de las letras y cuyo trabajo literario permanece inédito.