Todos los caminos conducen a Roma, menos en República Dominicana. Allí todos los caminos conducen al parque Eugenio María de Hostos. O al menos en un momento así fue. Esa época dorada de la lucha libre dominicana no la viví, sólo me quedan recuerdos desorganizados de algunos comerciales de televisión y una voz que clamaba efusivamente que todos los caminos conducían al referido parque. Eso era como ir a misa los domingos, al menos así lo imaginaba. Saltos mortales y hombres por los aires se metieron en el ADN de los quisqueyanos y “la lucha” se convirtió en parte de nuestro folclore.

Nunca he sido un fanático de la lucha libre, aún cuando guardo un sagrado respeto por esos profesionales. Subir a un cuadrilátero y desafiar las leyes de la física demanda de un alto nivel de preparación. Como entretenimiento es una de las industrias que más beneficio genera en países como los Estados Unidos de Norteamérica. Los reflectores que han encandilado a esos protagonistas de la lona han servido como catapulta para que se consagren en otras industrias de entretenimiento como el cine. Dwayne “La Roca” Johnson es quizás el mejor ejemplo, del ring al set y en ese proceso se transformó en una de las estrellas mejor pagadas del negocio. 

Jack Veneno

Cuando en 2018 se estrenó Veneno Primera Caída: El Relámpago de Jack, el director Tabaré Blanchard se jugó la faja como tantas veces los hizo el campeón de la bolita del mundo. Revivir en pantalla a una de las figuras más importantes de la cultura popular dominicana era una tarea seria. La silueta de Jack Veneno es comparable a la de ese Michael Jordan elevándose con sus piernas extendidas, al menos para nosotros los del patio. ¿Y qué si la pantalla no les hacía justicia a las cruzadas heroicas del campeón? ¿Y qué si se mancillaba el legado? El guion trabajado por Miguel Yarull, Tabaré Blanchard, Ricardo Bardellino y Marien Zagarella tendría que subir al cuadrilátero a complacer a generaciones muy disímiles. Por un lado, estaban aquellos que vivieron ese momento cumbre de la historia y del otro los que solo conocían los relatos de leyenda. 

Tabaré concibió un filme que golpeó a las audiencias con la misma contundencia que la manigueta. Sentado en un sillón fumando un cigarrillo Jack (Manny Pérez) se confiesa ante un periodista y se dispone a relatar sus memorias. Al ritmo de “El juidero” de Rita Indiana los singulares títulos comienzan a llenar la pantalla, desde ese momento el filme encuentra una cadencia que nos lleva a viajar en el tiempo sin perder el paso jamás. La cámara de Sebastián Cabrera Chelin (Algún Lugar, El Clóset) se deleita en los impecables escenarios concebidos en el diseño de producción y los magistrales detalles de la dirección de arte. El director junto a Giselle Madera y Marcia Pérez crean el mundo de Veneno. No solo una magnífica paleta de colores compone la escena sino también los acertados detalles de decoración y vestuario para revivir las distintas épocas.

El relámpago de Jack

Donde más oxígeno encuentra el guión es en la némesis de Jack. Sólo con un villano de proporciones épicas podía el mítico luchador convertirse en una leyenda. Ese Relámpago Hernández encarnado por Pepe Sierra es de los puntos más altos de la película. La química que logran en escena Manny Pérez y Pepe Sierra es de lo mejor que se ha visto en el cine dominicano. El arco dramático de ambos personajes se desarrolla de forma paralela con unos puntos de separación y reencuentro que sirven para enmarcar los clásicos tres actos dentro de la historia.

Si bien nuestro narrador es Jack Veneno el relato no es egocéntrico ni unidimensional. Sus cuentos nacen en primera persona, pero no hacen más que preparar el escenario para que el relámpago golpee. Al ritmo de “El Resguardo” de El Gran Poder de Diosa nace el antagonista perfecto. Esa secuencia final es de antología, los dos luchadores frente a frente y la lluvia proverbial que empapa la lona y hace a los espectadores correr despavoridos y de pronto Jack se da cuenta que ambos acaban de nacer en ese preciso momento.

Como un comodín se inserta en la historia la figura de Silvio Paulino (Ovandy Camilo). Paulino fue pieza clave en el éxito de dominicana de espectáculos y sus carteleras. Su voz en las narraciones suministró el dramatismo necesario para forjar en la mente del público los duelos de apología. Camilo se destaca y su personaje aporta los desahogos cómicos en el discurso.

Con una mirada a un tema muy particular, Tabaré Blanchard encuentra la forma de plasmar la identidad dominicana. Hurgando en fragmentos del imaginario popular se las ingenia para engendrar una película que se pasea sin problemas por episodios sagrados del pasado, sin tener una vocación de precisión biográfica, para satisfacer a los que persiguen la nostalgia y a la vez emplea el lenguaje cinematográfico con una destreza tal que puede hablarle a cualquier audiencia y comunicar de manera efectiva.

Es en el sudor, la sangre y las heridas donde el arte encuentra el latir de la cultura. Es abrazando esa oscuridad y las imperfecciones que emanan de ella como nacen obras que nos hacen identificarnos. El cine dominicano, que tantas veces ha mirado a otro lado o se ha alienado en filmografías foráneas, ha recorrido un camino difícil para encontrar una voz propia. Veneno es una grata excepción, un filme que se lanza desde la tercera cuerda como un intrépido guerrero y cuando queremos reaccionar ya el referee nos ha contado hasta tres. 

Hoy más que nunca el pueblo quiere lucha…que luche Jack Veneno.

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Hugo Pagán Soto es mercadólogo de profesión cinéfilo por pasión. Director del la Distribuidora Internacional de Películas de 2015 a 2018 y Coordinador de Relaciones Públicas de la Cinemateca Dominicana en 2015.