Conocí a René Rodriguez Soriano en una lectura de poesía organizada por la revista Contratiempo, en una de las ediciones de Poesía en abril en Chicago. Soriano era el invitado especial. Años después nos reunieron las letras de nuevo en San Antonio, Texas, donde participamos en dos ocasiones distintas, en el 2012 en Letras en la Frontera y en el 2013 en Grito de Mujer.

Para entonces ya me había dado cuenta que Soriano no era un escritor casual, de esos que sólo dan frutos por temporadas; estaba tratando con un hombre de letras, un hombre empecinado en seguir escribiendo su visión personal de esta nuestra condición humana. Acucioso poeta, no podía dejar de serlo, incluso su obra en prosa está plena de poesía. Este hombre, pensaba yo, como el rey Midas que volvía oro todo lo que tocaba, este hombre vuelve poesía todo lo que ve. Se podría escribir toda una disertación sobre la musicalidad en la obra de Soriano.  

Como sucede, la literatura no nace sólo de la soledad sino también de la colaboración. Luego de una extensa ausencia cuando perdí interés por el quehacer literario, fue gracias a Soriano que reuní tres poemarios en una edición representativa, Tríptico: Tres lustros de poesía (MediaIsla, 2016), edición que él mismo revisó. Aunque tuviéramos cierta pesadumbre en común, Soriano rescataba energía y ánimos para darle seguimiento no sólo a su propia obra sino también para dirigir la revista MediaIsla y la pequeña editorial del mismo nombre. Conversábamos por teléfono a menudo. En una ocasión me dijo, ya voy a dejar toda esta vaina, ya estoy cansado. Pero, por supuesto, que no abandonó ninguna de sus labores literarias.

En los últimos dos años Soriano había más bien resurgido de su propia fatiga y luego de un par de publicaciones, sorprendió a sus lectores, definitivamente me sorprendió a mí, con una novela breve en la que trataba el capítulo más conocido y sombrío de la historia de República Dominicana, la dictadura de Trujillo. Me refiero a No les guardo rencor, papá (Editorial Santuario, 2017). Escribí una reseña de la novela en MediaIsla y sentí que por primera vez le dedicaba el tiempo a la labor de un escritor a quien, por culpa de la amistad y la confianza, no le había dado el debido escrutinio. Aunque también era cuestión de gusto. Creo que se lo dije, siento que esta novela es lo mejor que has escrito. Por supuesto que me equivocaba. Fue un escritor prolijo y de diversas virtudes y afinidades. 

Sucedía que desde antes le había comentado que en su obra rara vez trataba directamente el tema de la dictadura. Como siempre bromeábamos, creo que le dije algo como, vaya ahora sí voy a dejar de pensar que sos un reaccionario. Bromeábamos mucho. Creo que, de hecho, nos hicimos amigos porque los dos éramos propensos a disminuirnos, a hacer mofa de nuestra necedad de escritores.

En la última conversación que tuvimos, me llamó por teléfono para contarme que iba de viaje a Santo Domingo, y de nuevo me animaba, esta vez para que participara en la Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2020. A veces también me llamaba para regañarme, de buena manera, por supuesto, para que le dedicara un poco más a mi abandonada obra. La idea era presentar en la FILSD no sólo el Tríptico sino también mi segunda publicación con MediaIsla, El pordiosero y el dios (2017), una selección personal de narrativa breve. 

Los planes de reunirnos en Rep. Dominicana parecían hacerse realidad. Gran honor para mí ser recomendado por uno de los escritores más importantes del país. Mas todo quedó aplazado por la pandemia que poco a poco se nos va tornando en crisis personal.

Impactante fue la noticia de su muerte y, como suele ser, así como también tomamos por dado a nuestros amigos, por culpa del cariño y la confianza, olvidamos que son mortales, que en cualquier momento pueden ya no estar junto a nosotros. Infantiles que somos, creemos que los seres queridos son seres sempiternos. Y luego queda aquel sentimiento de que pudimos haber pasado más tiempo con ellos, de que pudimos haber viajado y habernos reunido en otra estación, una postrera estación de esta nuestra vida breve. 

Varias van a ser las lecturas y las ferias donde el nombre de René Rodríguez Soriano ocupe su merecido puesto. Y aquella música suave, la que siempre lo acompañó y la que también logramos intuir al dar vuelta a las páginas de sus libros, la seguiremos escuchando por mucho tiempo, aunque sea más distante. 

Cómo hará falta Soriano.

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León Leiva Gallardo es escritor.