Nacer del mar

es del misterio, 

pero hacerlo

de las palabras

es de su sombra.

      ISLA,

hija del mar y del tiempo, de espumas,

del azul aparenta reunir todos los colores.

Huellas en la arena, instante de luz, 

de sombra que arrojan flora y fauna.

Si no estás en esos lugares delatada,  

lo estás por la brisa que llegan con las olas,

el viento, en los pájaros emigrantes

que llevan en sus picos los ríos,

perdidos y encontrados como la sangre,

donde lo espiritual crece entre

polen de pequeñas flores inundadas,

olores que solo pueden ser identificados 

por la lengua de este otro sendero 

por el que caminas encontrada, 

perdida en lo que miras, besas, 

no por elección, sino por los ecos 

sonoros de la muchedumbre acosada de colores

en las copas de los árboles que crecen 

y mueren contigo a solas, en compañía. 

En los recogimientos tiernos de las miradas 

no videntes como animales come tiempo,

flores y fauna, aun así, estás escondidas,

irreconocibles en las rocas del fondo 

del agua, en cavernas telúricas, en signos 

terrestres de sonambulismo onírico indígenas.

         Devenir,

de esperanza asediada eres.

De la fe alcanzada, renacida en el arco iris.         

Desde el presente, 

en ti confío para las temporadas ciclónicas, 

de domicilio en el aire, en el recogimiento                          

de las próximas olas, en las nubes en sal, en agua.

En calores sofocantes cercano al fin del comienzo

En maromas, sino naciendo como hierbas frescas.

Aspiración que encuentra un grano

de arena donde cae la estrella fugaz, 

dormitando a la espera que sea el círculo,

rosas silvestres, aves, aguas adámicas.  

Otras islas sujetas al triángulo en éter.

En el imaginario con forma endémica de nubes.

Testigo de ti misma, sujeta a valles, 

a ríos, a la espiritualidad de los árboles 

y las montañas donde están extraviados quien no fue. 

Si no entiendes, no te detengas en culpar al mar. 

Nombrada en lengua aborigen, guía

para encontrar caminos extraviados con el sol,

con las lluvias que se las expropian en flores amarillas, 

éstas, cortadas al sol antes del mediodía, 

de lenguas dulce de agua donde llueve y amanece.

Serena, perdida hasta el otro día del otro día

encontrada y de vuelta encontrada, perdida, encontrada.

¿Será otra vez amarrada a una ceiba para ser desatada por el agua?

A cualquier hora del día o la noche no cesa de ser otra

siendo la misma fauna de estrellas, cubriendo,

celebrando cómo naciste y permanece en el tiempo.

Todo el que te nombra, nombra un pasado, un camino,

un día, la primera muerte, gritos. Si se dice quien fue, llueve.  

Donde nacen todos los puntos cardinales 

y todo pasa tan rápido de no haberse  

inventado la palaba tierra, Isla, lo significarías.

Mansa de flora y fauna, cadenas montañosas.

Hombres que aprendieron a nombrarte

por las corrientes de mar, de los ríos,

la salida del sol, la sangre, el cuerpo,                                         

los caracoles, la luna, los caminos, los ciclones.

Donde no eres, te inventas.

Donde te inventas parece lluvia.

Por los olvidados, ¿a quién reclamar otro nacimiento,  

a las olas, a otras lenguas que significarían otros senderos?

Si naciste ayer, mañana, ¿cesarás de nacer en el tiempo?

Surtidora, dividida por la historia.

Donde naces a diario, donde no morirás nunca.

En esta lengua no sé cómo decir que te pertenezco.

En esta lengua agraviar es compañera del viento,

de una mariposa, donde es sombra de olas como del fuego.

Caribe, denominación de aguas,

decir de razas, llegada con las olas,

con la vida, un color, un sabor, un olor.

Nombrar: luna que se ha puesto.

Sol, de pupilas insomnes.

Tan cerca de otras que podrían ser

una misma historia contada

en voz indígena, blanca, negra.

Oh tú, no quieras conocer otra historia

que no seas la contada por la boca, el cuerpo 

de una mujer. Hay que empezar a contar 

con su cuerpo para una nueva historia.

Sueño de un alzado y una mirada diga

cómo fueron las noches donde nadie aparecía.   

Ahora a contar este sueño 

de cómo naciste donde todavía nadie 

se ha dado cuenta contándolo despierto.

Nombrada en atajos, donde cualquier cosa puede 

ser encontrada si se busca, si se sabe cómo se llama; 

cómo ha de responderse en caso de que se encuentre

lo que se anda buscando, lo que no está en ninguna parte.

Busca, quien busca contigo dentro son los que te encuentran

en algo que tiene que ver con tus costas,

con tu tierra, quizás con la de otras, contará:

no fue no ha sido, sino que sigue sucediendo

Cómo nombrarte de nuevo, ¿agradeciendo

a la palabra lejanía? ¿Cómo sentir la noche del pasado

en que acababan de atracar barcos negreros?

Quien recuerda esos barcos, desposará a la luna llena,

teniendo como testigo a estas negras recostadas

del sendero que sueña, soñando tierras

que de un pasado remoto llegan.

Desde en un presente desnudo 

vistiéndote en el camino se desplaza.

Frente al mar todavía se ven avistamientos 

de canoas, carabelas, bergantines, naos.

Quien sea que te haya visto primero, de último,

el agua del mar, las lluvias y las espumas

         lo supieron primero.

Las lágrimas todavía presentes en la arena.

Metal precioso del tiempo, oro, ámbar.

No hay diamantes sino en las olas del mar 

y los cuerpos de los bañistas.

El carbón del sol los forma durante el día.

Durante la noche, por la luna, los pule

las sombras, dándoles la dureza y el brillo

que hace que se entremezclen en las olas.

Por siempre agua, noche para ti sola; sol naciente

como una maravilla del mundo de quien lo contempla.

Por siempre isla al beber agua endulzada por las estrellas, 

de sed como quien aparece en un desierto 

         de la nada y de la nada

un río a sus pies y, como no sabe otra cosa que beber 

agua, isla, rebasa hasta lo que no llega a tus costas.

Hay una sed que no la sacia ni un mar de peces voladores.

En círculos otro descubrimiento necesita. 

Una mina de luciérnagas, de flores,

de árboles, de ríos, de bosques encantados 

         por cantos olvidados.

Lo que es arriba es abajo Anima Isla

Spíritu vegetativus           

                                      Spíritu seminalis.

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Amable Mejía es poeta y narrador. Doctor en derecho de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Autor de El amor y la baratija, El otro cielo y Primavera sin premura, novela.

Dionisio de la Paz, autor de la imagen de portada, es uno de los pintores más importantes de la Generación del ochenta. Ha sido galardonado en reiteradas ocasiones en concursos de artes y bienales.