Cine, cine, cine,

más cine, por favor,

que todo en la vida es cine

y los sueños cine son.

Luis Eduardo Aute

El miércoles 5 de febrero en curso, en la primera entrega de sus premios, la Asociación Dominicana de Prensa y Crítica Cinematográfica (Adopresci) tuvo el acierto de realizar un reconocimiento póstumo a los críticos de cine Armando Almánzar Rodríguez y Arturo Rodríguez Fernández.

Dicho homenaje me ha hecho recordar un artículo que escribí el 10 de febrero de 2002 en el suplemento Biblioteca que editaba José Rafael Lantigua en el Listín Diario, que 18 años después me permito reproducir a continuación:

“Cuarenta años en el ejercicio de la crítica de cine cumplirá en el venidero 2003 Armando Almánzar Rodríguez, quien inició dicha labor en el Listín Diario cuando este periódico reapareció en agosto de 1963. Desde entonces, Armando ha estado escribiendo sobre cine en diferentes periódicos y revistas y desde hace algunos meses ha regresado al Listín. Durante esos casi cuatro decenios ha producido programas dedicados al cine, tanto en la televisión como en la radio, uno de los cuales (A la hora señalada, de lunes a viernes a las doce del mediodía por La X-102) lo coproduce desde hace casi siete años con Arturo Rodríguez Fernández, quien, a su vez, lleva más de treinta años en el oficio de crítico de cine, tanto en periódicos y revistas como en la televisión y la radio, además de impartir cursos de apreciación cinematográfica y de presidir cineclubes y el comité organizador de la Muestra Internacional de Cine de Santo Domingo, cuya cuarta versión se anuncia para junio.

Armando y Arturo llevan, pues, muchos años contribuyendo a la formación de más de una generación de cinéfilos dominicanos. Ambos, además de críticos de cine, son prolíficos y laureados cuentistas, cada uno con varios libros publicados. Muchos de sus cuentos han ganado premios en diversos concursos y han sido incluidos en importantes antologías.

Arturo también es dramaturgo y ha publicado un volumen con ocho de sus obras de teatro, algunas de las cuales también han ganado premios. Al igual que Armando y Arturo, otros escritores iberoamericanos son grandes cinéfilos y han reflejado en sus obras literarias su pasión por el séptimo arte, como Guillermo Cabrera Infante (quien ejerció la crítica de cine en su Cuba natal con el seudónimo de G. Caín), Juan Marsé, Terenci Moix, Osvaldo Soriano, Manuel Puig, Carlos Fuentes y Julio Cortázar.

Sería bueno que alguna empresa o institución patrocine la recopilación y publicación en sendos volúmenes (o, mejor aún, en varios tomos) de las críticas cinematográficas (o una selección de las mismas) que tanto Armando como Arturo han escrito a lo largo de sus respectivas carreras. En otros países se acostumbra publicar ese tipo de libros. En distintas épocas han estado a la venta en nuestras librerías, y en ciertos pabellones de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, volúmenes que recopilan las críticas cinematográficas de Guillermo Cabrera Infante, Néstor Almendros, Francois Truffaut, André Bazin, Andrew Sarris, Pauline Kael, James Agee, Manny Farber, Vicente Molina Foix, José Luis Guarner, Leonardo García Tsao y otros autores de diversas nacionalidades.

En la bibliografía dominicana existen precedentes. Hace veinte años, Álvaro Arvelo hijo publicó una recopilacón de la columna que escribía en El Caribe en las décadas de los sesenta y los setenta, con el título Comentarios de cine (Editora Corripio, 1982, con prólogo de Rafael Kasse Acta). Un entrañable amigo, ido a destiempo, el inolvidable Humberto Frías, recopiló muchas de sus críticas cinematográficas en un volumen titulado Pasión de un oficio moderno, publicado en 1985 por la Biblioteca Nacional en la colección Orfeo, dirigida por Cándido Gerón.

Por otra parte, José Luis Sáez publicó sendas colecciones de ensayos sobre el séptimo arte en 1974 (Teoría del cine: Apuntes sobre el arte de nuestro tiempo) y en 1983 (Historia de un sueño importado: Ensayos sobre el cine en Santo Domingo), mientras Agliberto Meléndez publicó en 1991 el guión de su película Un pasaje de ida, edición que contiene, como prólogo, su comentario sobre la realización de la misma titulado Así se batió el cobre

Estos tres libros fueron impresos por Editora Taller, en tanto otros dos de los títulos que conforman nuestra bibliografía cinematográfica fueron impresos por Editora Corripio: Homenaje al cine (1989), de la autoría de Angel Haché, Arturo Rodríguez Fernández y Marianne de Tolentino; y María Montez, su vida (1992), escrito por Margarita Vicens de Morales y prologado por Arturo Rodríguez Fernández.

Para seguir enriqueciendo esa bibliografía, ojalá alguien se anime y auspicie la edición de las críticas de Armando Almánzar Rodríguez y Arturo Rodríguez Fernández, a quienes saludo con respeto y admiración citando estas palabras de Terenci Moix: “Los curas pretendieron enseñarme que Dios creó el mundo en seis días y aprovechó el séptimo para descansar. Pero desde muy niño yo supe que Dios aprovechó el séptimo día para inventar el cine y así descansar mejor”.

Hasta ahí mi artículo de 2002. Durante varios años más, Arturo y Armando siguieron ejerciendo la crítica de cine y aportando nuevos libros a la narrativa dominicana, hasta que fallecieron el 16 de abril de 2010 (Arturo) y el 12 de julio de 2017 (Armando), a las edades de 62 y 82 años, pues nacieron el 6 de abril de 1948 (Arturo) y el 22 de mayo de 1935 (Armando). 

En agosto de 1994 tuve el honor y privilegio de hacerle una entrevista a Arturo para la revista Vetas, en cuyo número 8 fue publicada con esta introducción: “Si acudimos a la Sala Ravelo, a la obra Palmeras al viento, o cualquier noche vemos una película en el cine Lumiere, o compramos un libro o revista o alquilamos un video o disco compacto en Supreme Quality Video, o leemos una crítica de cine en El Siglo o algún cuento en esta edición de Vetas, tendremos alguna vinculación artística, intelectual o comercial con Arturo Rodríguez Fernández, quien nos concedió la siguiente entrevista”.

A continuación, reproduzco dicha entrevista, casi 26 años después:

“JH.- Cordón umbilical, Refugio para cobardes, Hoy no toca la pianista gorda y Parecido a Sebastián, tus cuatro obras teatrales estrenadas hasta la fecha, son dramas intensos y fuertes. Ahora nos sorprendes con una comedia, Palmeras al viento, a presentarse del 7 al 30 de octubre en la Sala Ravelo, dentro de la temporada anual del Teatro Nacional. ¿Significa un giro en tu producción teatral? ¿Qué hay de común entre esta y aquellas? Háblanos sobre esta obra, de qué trata, quién la dirige y cuál es su reparto.

AR.- Aunque el tono sea de comedia, Palmeras al viento no rompe con las obras anteriores, sino que, más bien, reafirma la misma idea de siempre: la ausencia de algo, el elemento que no se realiza, el individuo que carece de algo, ese festival de cine que no se va a dar, es la pianista que no va a llegar, o es el Sebastián que ya está muerto, o es la madre que también será la gran ausencia en Cordón umbilical o la Rita de Refugio para cobardes. En Parecido a Sebastián ya se podía notar que cada cuadro que pasaba iba adquiriendo un tono diferente, y aunque acababa en drama, en una versión impuesta por las limitaciones de la Sala Ravelo, en realidad, en Parecido a Sebastián había cuadros en los que ya se podía notar el tono de comedia. Así que he querido dar un giro a tanto drama y hacer una obra en la que, por lo menos, no muere nadie. Yo creo que Palmeras al viento es la única obra mía en que no se muere nadie. La dirige Germana Quintana y el reparto está compuesto por Giovanni Cruz, Juan Carlos Pichardo, Liliana Díaz, Iván García, Niurka Mota, Lidia Ariza, Aidita Selman, Luis Dante Castillo, Osvaldo Áñez y Ramsés Cairo. Es el reparto más extenso de todos los que he montado hasta ahora. Desde luego, queda la obra Todos menos Elizabeth, que tiene un reparto mucho más largo, y ahora Joaquín Sabina ha grabado una canción que se llama Todos menos tú, que es lo mismo. Suerte que mi obra está publicada de antes, pero ya cuando se vaya a montar no va a parecer tan original como pretendía.

JH.- Tengo entendido que Todos menos Elizabeth ibas a montarla este año, pero la has pospuesto. ¿La montarás el próximo año?

AR.- El problema de Todos menos Elizabeth es que, si el presupuesto para montar Palmeras al viento se dispara al extremo de que aunque fuese un éxito y un lleno diario, jamás pudiera cubrir los gastos, montar Todos menos Elizabeth sabemos de antemano que va a ser una catástrofe. Aquí no hay subvención para el teatro, es muy difícil. Palmeras al viento hubiera necesitado una sala intermedia, no es la obra para la Sala Ravelo pero tampoco para la Sala Principal del Teatro Nacional. La escenografía va a sacrificar una serie de cosas, aunque se van a tomar las primeras filas de la Sala Ravelo, pero aún así, no se puede lograr lo que el texto pretende.

JH.- ¿Y quizás en una sala como la de Bellas Artes o la de Nuevo Teatro?

AR.- Hubiera sido mucho mejor, aunque a mí no me gusta para nada Bellas Artes, porque con las remodelaciones que le han hecho, se ha perdido por completo la acústica.

JH.- Y si llueve, hay goteras.

AR.- Y si llueve, hay goteras, y si hay un apagón, no hay luz.

JH.- Pienso que sólo los espectadores que sean muy cinéfilos comprenderán a cabalidad las referencias al cine que hay en muchas situaciones y personajes de Palmeras al viento, por ejemplo, la Joan Novak que alude a las actrices Joan Collins y Kim Novak, que se dice fueron amantes de Porfirio Rubirosa y Ramfis Trujillo, o el de René Sierra, simbiosis de René Fortunato y Jimmy Sierra. ¿Te diriges fundamentalmente a ese público muy conocedor del cine? ¿No te interesa el resto del público?

AR.- Una de las razones por las cuales Palmeras al viento tiene un tono de comedia es precisamente para hacer que el público que no sabe de esas referencias cinéfilas (y eso de René Sierra, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia), que ese público se divierta, aunque pierda una segunda o tercera lectura de la obra. Así puede funcionar a un nivel. Hemos exagerado, incluso, los toques de comedia en el montaje para hacer eso, que el público se ría de lo que está pasando, y muchas cosas las va a perder, pero eso no quiere decir que no se vaya a divertir.

JH.- Desde fines de los años sesenta, te has destacado como cuentista, habiendo ganado numerosos premios y menciones en varios concursos de Casa de Teatro y otras entidades, incluso a nivel internacional. Has publicado tres volúmenes de cuentos (La búsqueda de los desencuentros, Subir como una marea y Espectador de la nada) y una extraña novela experimental (Mutanville) que incluía breves textos de otros escritores invitados (Virgilio Díaz Grullón, Manuel Rueda, Pedro Peix, Andrés L. Mateo, Alexis Gómez, Armando Almánzar, etc.) e ilustraciones de Fernando Peña Defilló, Jorge Severino, Cándido Bidó, Elsa Núñez, Angel Haché y otros artistas. Entiendo que tienes inéditos otros dos volúmenes de cuentos (Para que lo escriba otro y Forzando las puertas del paraíso) y otras dos novelas (La soledad de los otros y Las cenizas de la esperanza), ambas desde hace más de veinte años. Sin embargo, hace ocho años no publicas ningún libro, pero has montado cinco obras de teatro (incluyendo la que ahora estrenas: Palmeras al viento) y tienes varias otras escritas o en proyecto. Parece que has dejado el cuento y la novela por el teatro, aunque tus obras (al menos algunas) las basas en tus propios cuentos. ¿Qué ha pasado?

AR.- Hay una pequeña incorrección. Sí he publicado, o han publicado algo escrito por mí en los últimos años, que es el ensayo sobre cine hecho para la exposición de Angel Haché, que se llama Homenaje al cine. Pero lo que ha sucedido es lo siguiente: Para que lo escriba otro ganó un premio en la Biblioteca Nacional, primera vez que se hizo ese concurso, primera y última vez, y la Biblioteca Nacional tenía los derechos y la obligación de publicar ese volumen, cosa que nunca hizo.

JH.- ¿Y en qué año fue eso? ¿En qué gobierno?

AR.- Imagínate, eso fue en el último año del gobierno de Jorge Blanco, hace mucho tiempo ya. El asunto es que publicar ese libro me daba mucho trabajo y me ha frustrado un tanto, porque considero que es lo mejor que he escrito; es el libro que a mí, particularmente, más me gusta.

JH.- ¿Y todavía permanece inédito?

AR.- Permanece inédito. Solamente se publicaron unos breves relatos una vez, en Isla Abierta, pero muy pocos. Y de Forzando las puertas del paraíso, inclusive el cuento principal lo transformé en una obra de teatro, también inédita, que se llama Un instante junto a los umbrales, que tiene un segundo título que es Las mujeres de enfrente. Pero, realmente permanecen inéditos por el alto costo de la publicación y la dificultad de la venta, eso limita a cualquier escritor, porque este país es de los pocos donde uno tiene que ir a mendigar anuncios, a buscar quien le publique, y después a no vender. O no a no vender, no, porque realmente los libros se venden si tienen un precio bajo, pero si uno pone el precio bajo, entonces uno está perdiendo doblemente.

JH.- ¿Crees que llegas a más público haciendo teatro? O sea, ¿el teatro tiene más público, más espectadores que lectores los libros?

AR.- Por lo menos, tiene más público de inmediato. Yo, si al montar Cordón umbilical hubiera sido un fracaso de público, probablemente hubiera seguido escribiendo cuentos, hubiera dejado el teatro. Pero al ir mucha gente a Cordón umbilical (dentro de lo que cabe considerar «mucha gente» como público de teatro en el país), y al tener éxito todas las obras que he montado en cuanto al número de espectadores, pues he decidido seguir con el teatro. También porque aquí hay muy pocos autores teatrales, creo que el país necesita más de teatristas que de cuentistas. Ahora mismo acabo de ser jurado del concurso de cuento de Casa de Teatro, eran más de cien cuentistas participando, y realmente había mucho talento ahí para escribir cuentos; sin embargo, cuando hay concursos de teatro, los participantes son muy pocos. Además, creo que el teatro es el género más difícil de escribir que existe, más difícil que una novela, un cuento o un ensayo.

JH.- ¿Cómo valoras la actual narrativa dominicana, tanto en cuento como en novela?

AR.- En las palabras que escribí para el acto de entrega de premios del concurso de cuento de Casa de Teatro, decía que en este país hay tres tipos de escritores: aquellos que escriben bien y que no tienen historias que contar, aquellos que tienen historias que contar pero que no saben escribir y aquellos que tienen historias que contar y saben escribir, que son los menos. El problema es que hay muchos escritores que escriben muy bien, pero se les ha acabado la imaginación. Eso parece casi un absurdo, en un país donde uno sale a la calle y se encuentra con un millón de historias, o lee la prensa o ve la televisión y hay millones de historias que contar. Pero estos escritores empiezan a elucubrar sobre cosas, a buscarse técnicas raras, y no llegan a nada, y hay otros que tienen un millón de vivencias, cuentan historias fabulosas. En este último concurso de cuento, por ejemplo, hay un relato que es una cosa formidable, y este relato no tiene ni una mención, no la tiene porque está muy mal escrito, y son muy pocos los escritores que pueden unir las dos cosas.

JH.- ¿Y qué opinas del actual teatro dominicano? ¿Te parece que ha tenido un auge en los últimos años?

AR.- Aquí, en Santo Domingo, vamos siempre al revés. Mientras en el resto del mundo el teatro está en plena decadencia por los altos costos de producción, porque la gente se queda en su casa viendo videos, por lo que sea, aquí el teatro ha tenido cierto auge, no hay duda. Antes nada más había presentaciones en Bellas Artes y duraban dos días, o en el Teatro Nacional sólo duraban un fin de semana. Ahora va mucho más público al teatro y hay mejores autores también que antes. Por lo menos hay una nueva generación que escribe muy bien, como es el caso de Reynaldo Disla, que es un autor a tener en cuenta, y Giovanni Cruz, que tiene obras como Amanda y El Sucesor, que son obras importantes para nuestro teatro de las últimas décadas. Acabo de ver una obra de Elizabeth Ovalle, que es una joven autora que ha escrito una obra muy auténtica, no es una gran obra, pero tiene una autenticidad que la coloca por encima de sus méritos literarios.

JH.- Además de cuentista, novelista, dramaturgo, crítico de cine, distribuidor de películas, gerente de cines y clubes de video, comentarista de radio y televisión, publicista, abogado y quinientos oficios más que has desempeñado en tu vida, ejerces otro oficio muy peculiar: jurado. Has sido jurado en certámenes literarios, en festivales internacionales de cine, en la Bienal Nacional de Artes Visuales y hasta en concursos de belleza y las Olimpíadas de Rock de Kin Sánchez. Sólo te falta ser jurado en el Festival Gastronómico y en el Concurso Nacional de Cocteles que organizan Asonahores y la Secretaría de Turismo, cosa que te encantaría, ¿verdad? ¿Cómo ves todo el rollo de los concursos, eventos competitivos y los premios en arte y literatura, con los que muchos no están de acuerdo y se niegan a participar, pero otros muchos sí?

AR.- Si no hubiera concursos, en países como el nuestro, nunca tendríamos escritores, porque la mayoría de los escritores salen, en estos países, de los concursos. Como no hay posibilidades económicas para muchos de publicar por su cuenta, tienen que valerse de los concursos para que sus obras de teatro, sus cuentos, sus poesías, salgan a la luz pública. Es la única forma, también, de lograr cierta notoriedad que permita seguir. Es un trampolín, no sólo necesario sino imprescindible en estos países. Yo no veo nada malo. El que no concursa es porque tiene miedo. No siempre hay que concursar para ganar, uno quiere ganar, pero si no ganan, hay escritores que se ofenden y no vuelven. En Casa de Teatro pasa lo siguiente: algunos escritores se quedan en bares y colmados cercanos por ahí y mandan a una serie de delegados, y cuando están leyendo los nombres de los premiados, van y los buscan, les dicen “¡ven, que ganaste!”, y ahí vienen a recibir su premio, eso es una barbaridad, pero eso sucede. Uno tiene que saber también que los jurados no son infalibles, que cuando uno participa y está un jurado, a lo mejor gana, y si el jurado hubiera sido diferente, a lo mejor el resultado hubiera sido otro, pero es una lotería en la que obligatoriamente hay que jugar y participar.

JH.- ¿Ese mismo criterio lo extiendes a las artes visuales, digamos a la Bienal Nacional de Artes Visuales?

AR.- Sí. Muchas veces, los premios que se dan son totalmente injustos, pero tal vez en la próxima Bienal el jurado dé unos premios más justos y alguna vez salen, porque yo he participado en muchísimos concursos en mi vida y no siempre he ganado. Ya no participo en ciertos concursos, por ejemplo, el de cuento de Casa de Teatro, ya es un concurso al que yo no mando, no mando tampoco al Premio Nacional, al de la Secretaría de Educación, porque creo que ése siempre ha sido injusto, aunque yo haya ganado una vez. Pero los concursos siempre tienen que existir en este país, no hay otra salida para el escritor, ni siquiera para la muchacha que quiere sobresalir como modelo, ni para el bartender.

JH.- Lo que has dicho sobre los jurados es muy cierto y ahora recuerdo tres ejemplos. Martín López no pudo participar en la Bienal Nacional de Artes Visuales de este año porque el jurado de selección rechazó o no aceptó las obras que presentó en las categorías de video y fotografía, algo increíble, tratándose de un artista premiado en anteriores bienales (cuando las bienales eran bienales, como dice Faustino Pérez) y de mucho prestigio fuera de aquí, y que suele ser invitado a importantes eventos internacionales, como recientemente, en el Ludwig Forum, en Alemania, y en la selecta exposición «Arte Contemporáneo Dominicano» en America’s Society Gallery, en Nueva York. A otro fotógrafo dominicano, Jesús Rodríguez, no le colgaron tampoco ninguno de los trabajos que envió al concurso de fotografía de la Casa Fotográfica de Wifredo García, pero luego los remitió al concurso internacional de la revista Geomundo, compitiendo con 629 fotógrafos de muchísimos países y con más de seis mil fotografías, y ganó el segundo premio, valorado en seis mil dólares, equivalente a casi ochenta mil pesos, mucho más dinero que el de varios premios criollos juntos. Reynaldo Disla ni siquiera recibió mención por la obra que envió al concurso de teatro de Casa de Teatro, hace algunos años; luego la mandó a Cuba, al concurso de Casa de las Américas, compitiendo con decenas de obras de importantes autores de casi todos los países iberoamericanos y ganó el primer premio, único dominicano que ha ganado el primer premio de teatro en el concurso de Casa de las Américas. Pero no sigamos nadando en lo hondo y retornemos a la orilla. Pasando a otro tema, háblame de tu club de video, Supreme Quality. ¿Qué ofrece diferente a los demás?

AR .- Aquí hay una serie de videos que se están especializando en arte. Hay videos muy buenos como Cometa o como Molina, que han traído muchas películas artísticas, pero faltaba, a mi entender, un video que se ocupara del cine clásico. Por razones particulares, estos videos no se ocupaban, o no se ocupaban mayormente, del cine clásico. Yo he querido llenar ese vacío, y poco a poco he ido formando una videoteca de cine clásico, al menos norteamericano, de gran valía. Lo que sucede es que la mayoría de esas películas viene sin subtítulos, y entonces limita también la acogida del público. Ahora, gracias al llamado “close captioned”, que tiene subtítulos en el mismo inglés, se consigue un público más extenso. De todas maneras, vamos a seguir por esa línea, mezcla de video artístico y video clásico, sin abandonar ni los clavos, porque obligatoriamente un video tiene que tener clavos, ni las películas infantiles, ni las películas de todo género, porque si una persona va a buscar una película artística o clásica al video, lleva a sus hijos, lleva a su esposa o esposo, lleva a su familia, que quiere ver otro tipo de cine, y hay que complacerlos a todos, y si no, pues, uno perdería. El cine de arte nunca es negocio, ni el video tampoco.

JH.- ¿Qué próximos ciclos de cine has programado para el Lumiere, en combinación con algunas embajadas?

AR.- Los próximos serán un ciclo de cine canadiense y un ciclo de cine español, ambos en noviembre, que incluyen una serie de títulos muy buenos. Son las dos últimas embajadas que se han acercado a nosotros y creo que van a ser los dos festivales más importantes de este año.

JH.- ¿Qué proyectos inmediatos tienes como escritor, tanto respecto a tu propia creación literaria como a las actividades de la Casa del Escritor, de la que eres fundador y directivo?

AR.- Proyectos propios está, muy probablemente (tengo una oferta, todavía es un plan), la traducción al inglés de Cordón Umbilical, lo cual para mí sería formidable y una forma de entrar a un mercado importante y tal vez salir del aprieto de hacer teatro aquí; y por otro lado, en cuanto a los planes de la Casa del Escritor, estábamos esperando a que se solucionara todo el problema político, que se calmaran las cosas, y pudiéramos volver a empezar. Hay en proyecto una exposición de pintura para recaudar fondos, el acto de entrega de premios a los mejores libros del año pasado, y hemos tenido encuentros literarios, por ejemplo, hace poco, con Ana Lydia Vega y Miguel Barnet, que han sido todo un éxito, y vamos a seguir por esa línea. Lo que pasa es que tampoco la Casa del Escritor tiene con qué sostenerse, hay que ir buscando la manera de seguir en un local realmente formidable, pero donde nosotros mismos, como directiva, tenemos que estar pagando una mensualidad para poder sostenerla.

JH.- Infórmanos su ubicación.

AR.- Está ubicada en la calle Mercedes, frente a la Iglesia de las Mercedes, en la casa de Don Emilio Rodríguez Demorizi, cuya hija, Clara, nos la ha cedido, una parte de la casa, porque esa casa es inmensa y tampoco uno puede cargar con la responsabilidad de esa fabulosa biblioteca que tenía el señor Rodríguez Demorizi y que debería ser declarada Patrimonio Nacional y ver cómo se revaloriza todo lo que hay allí. Tenemos una directiva presidida por Pedro Vergés y de la cual forman parte escritores como Diógenes Céspedes, Jeannette Miller, Soledad Álvarez, José Mármol, José Enrique García y otros. Hasta ahora, hemos dirigido todas las actividades, pero puede integrarse cualquier escritor, cualquier persona que se interese por la literatura, para celebrar allí cualquier tipo de acto cultural. Se han puesto a circular libros, como el de Armando Almánzar, Cuentos en cortometraje, y también se pueden dar charlas, es para cualquier cosa que tenga relación con la literatura”.

Nota de JH, de febrero de 2020: En dicha antigua casa de Don Emilio Rodríguez Demorizi, en la calle Mercedes 315, actualmente se encuentra Mamey, centro cultural donde operan una librería, un café-bar (con frecuentes eventos musicales), una galería de arte y el Cinema Boreal con una cartelera de cine alternativo, con varias funciones diarias de miércoles a domingo, con la finalidad de perpetuar el antiguo ritual de visitar las salas de cine fuera del ambiente de un centro comercial, y que el cine sea una experiencia de encuentro, compartir y debatir. Este es el enlace de su página web:

https://www.cinemaboreal.com/

Otra nota: No puedo resistir la tentación de dejarles el enlace de lo que escribió Armando a raíz del fallecimiento de Arturo:

https://listindiario.com/entretenimiento/2010/04/24/139521/arturo-rodriguez-recordado-por-armando-almanzar

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Jimmy Hungría. Gestor cultural y cinéfilo. Amante del teatro, de la música. Aspirante a chef. Autor del libro Gastronomía musical y bibliografías en construcción y de la columna Tívoli.