I

De su vasta obra literaria –que abarca ensayos, poesías y novelas—, la trayectoria intelectual del colombiano William Ospina (Padua, 1954) semeja un meteoro incandescente, de ideas e imágenes verbales. El centro temático de sus últimas preocupaciones intelectuales como ensayista residen en la ecología, el medio ambiente, el cambio climático y el calentamiento global, cuyas ideas deparan en una crítica a la innovación desenfrenada, al progreso material como ilusión del desarrollo humano y trampa de la razón. Hay, además, en él, una nostalgia por el mundo antiguo y el pasado clásico. Su universo intelectual dialoga con Platón, Dante, Homero, Santo Tomás, Spinoza, Nietzsche, Montaigne, Hegel, Marx, Freud; y su universo poético y literario, con Borges, Kafka, Hölderlin, Rimbaud, Baudelaire, Poe, Byron, Joyce, Dostoievski, Shakespeare, Emily Dickinson, Cervantes, Novalis, Whitman, Wilde, Darío, Neruda, Chesterton, Eliot, Dickens, Quevedo, Estanislao Zuleta, Flaubert,  Alfonso Reyes… que conforman su parnaso letrado y sensible;  también con los textos sagrados, los sabios orales –Cristo, Krisna y Buda–, los mitos, la historia, las religiones y la filosofía, que le sirven de espejo, donde se reflejan su mente imaginativa y su corazón sensible. Es decir, se miran el científico y el poeta, el novelista y el historiador, el mitólogo y el pensador. Ospina, en sus ensayos, deja entrever su vasta cultura filosófica e histórica, clásica y antigua, artística y bíblica. La naturaleza y la sociedad alimentan su espíritu creador y crítico. A la manera de un utopista moderno, que ve con escepticismo el presente, y con optimismo el pasado, Ospina es sensible al destino humano y al futuro del planeta. Se muestra como un antipublicista (fue publicista y abjuró de ella) o un neohumanista, que persigue disipar los límites entre el hombre y la naturaleza. En él, la razón y el espíritu pugnan para que sobreviva el arte sobre la ciencia. Defensor de la memoria y la educación frente a la información estéril y la tecnología ciega, deviene en crítico de la globalización, la sociedad del consumo, las modas, el lucro, la opulencia y la vulgaridad. Cree menos en la erudición que en la sabiduría, y más en las experiencias de lectura que en el conocimiento académico. Semeja un místico y un hombre del Renacimiento y la Ilustración que un intelectual moderno. Amante del misterio de las cosas y de la inocencia, Ospina se transforma en un ente venerador del misterio y la maravilla del Caribe y las tierras americanas. Defensor de la tradición y las costumbres ancestrales, no de las corrientes ideológicas en boga, prefiere amar los libros y la lectura, que elogia (“los libros abren una lámpara maravillosa”), antes que los aparatos tecnológicos, que nos invaden y nos arrebatan el reposo y nos roban el silencio. 

En William Ospina el sueño y el pensamiento parecen postular una potencia creativa heredera del Romanticismo, y de ahí que sus dioses sean los poetas románticos y los filósofos antiguos. Descree de la religión de la tecnología y de la ciencia deshumanizante, Ospina cultiva un arquetipo de ensayo especulativo y meditativo, divagante y elíptico, como buen heredero de Montaigne. También un ensayo poético y narrativo-argumentativo, que media entre el periodismo culto y la literatura, por la agilidad de su sintaxis y el dinamismo de sus imágenes, en prosa de imaginación, no sin elegancia y osadía intelectiva, y donde resuenan la musicalidad de sus ideas y su magia verbal. Este laureado escritor colombiano revela conciencia intelectual y conocimiento de la historia de América y de Europa, como pocos autores de la actualidad. Se manifiesta como un antropólogo, un etnólogo y un arqueólogo de las tierras del Nuevo Mundo. Cultor y estudioso de la novela histórica y del retrato poético, su obra danza a caballo entre el relato, el ensayo y la poesía. En Ospina se funden el naturalista y el geógrafo, el ecologista y el aventurero –a la manera de Humboldt o Darwin, Colón o Marco Polo–, al adentrarse en la naturaleza de la geografía americana y, en especial, colombiana. Admirador de Voltaire, Rimbaud y Rousseau, del “buen salvaje”, que vislumbra los males en la civilización y las bondades en la naturaleza. Y de ahí que vea en la civilización, la barbarie. Descree del progreso, que concibe como un mito anacrónico y sin alma, y prefiere profesar el culto de los antepasados.    

Sus ensayos se leen como reflexiones sobre temas contemporáneos y cavilaciones acerca de la historia y los mitos de América, en diálogo con Europa. Exégeta del Descubrimiento, la Conquista, la Colonización y la Independencia de las Naciones americanas, con sus herejías y bondades, Ospina exhibe, en su estilo, una prosa emotiva y danzante, encantada y embrujada, mágica e iluminativa, donde la cultura y la naturaleza sobresalen sobre la sociedad, y en la que lo divino y lo humano se intercambian. Sus ensayos reflejan una literatura comparada, en la que dialogan Oriente y Occidente, América y Europa, África y el Caribe, el pasado y el presente, el mito y la historia, la filosofía y la poesía, la religión y la literatura, la tradición y la modernidad.

En su obra literaria, el pensamiento se confunde con la imaginación y la especulación con la reflexión, en una prosa cadenciosa, donde la aventura de pensar se vuelve voluntad de estilo y libertad intelectual. Los mitos, la poesía, la belleza, el tango, la novela, los libros, la Biblia, la felicidad, la salud, la infancia, la belleza, la muerte, la solidaridad, las ciudades, los dioses, la danza, la ciencia, el agua, la lectura, la música, la violencia, la educación, la Universidad… son algunos de los temas que atraviesan los ejes de sus cavilaciones. Ospina no es un filósofo ni un historiador, pero exhibe cultura filosófica y conciencia crítica de la historia; no es un religioso, pero manifiesta conciencia de lo sagrado y lo espiritual en el mundo de la cultura. Así pues, conoce y metaboliza la historia de la filosofía, de la literatura, del arte y de las religiones. Los románticos alemanes e ingleses han dejado una huella embrujadora en su sensibilidad y en su visión del mundo. “Los románticos arrojaron una mirada nueva sobre el pasado”, dice. Autor de ensayos emblemáticos como Esos extraños prófugos de Occidente, En busca de Bolívar, La escuela de la noche, La herida en la piel de la diosa, Un álgebra embrujada, Es tarde para el hombre, La decadencia de los dragones, La lámpara maravillosa, Los nuevos centros de la esfera, Las auroras de sangre, América mestiza, Los países de Colombia, ¿Dónde está la franja amarilla?, De La Habana a la paz, Parar en seco, El taller, el templo y el hogar, Érase una vez Colombia; de novelas como Ursúa, El país de la canela, La serpiente sin ojos y El año del verano que nunca llegó; y de poemarios como El país del viento, La luna del dragón, entre otros, William Ospina pertenece a una rara estirpe de escritores, que conjugan erudición enciclopédica con una obra literaria, donde el poeta y el novelista se funden con el ensayista. Después de su trayectoria como ensayista y poeta, “rompió” a escribir novelas históricas, con las que ha ocupado un espacio ejemplar en las letras colombianas, y obtenido el Premio Rómulo Gallegos y el Nacional de Novela.                      

Si no es un crítico de la actualidad, al menos sí es un anatomista del cuerpo social, que desnuda sus lacras. Es un escéptico o un nostálgico esperanzador, que perdió la fe en el porvenir. Solo tiene fe en el pasado, en el mundo del ayer, y ve con escepticismo las bondades de la industria, la ciencia y la tecnología. Crítico de la prisa, del trabajo improductivo, del consumo desenfrenado, del fin de la privacidad, la obscenidad y el desprecio al saber y al ocio, vislumbra una pérdida del paraíso humano.

Ospina tiene vocación de hacer lista, y de ahí que siempre enumera ideas, hechos y nombres, como Whitman y Borges en poesía. Se vale del polisíndeton para darle amplitud y dinamismo a la frase. Sus citas de frases y versos se repiten en sus libros, y le sirven de impulso reflexivo. Colombia se convierte en el centro de gravedad de sus preocupaciones intelectuales y de sus desafíos políticos, como se aprecia en sus libros Érase una vez Colombia, Para que se acabe la vaina, Dónde está la franja amarilla, Por los países de Colombia o De La Habana a la paz. Se echa de ver su preocupación por la violencia, las letras, la cultura, el arte y la geografía de su patria.

Este escritor vislumbra el presente como una trampa y el progreso como su representación. Poeta que idolatra la historia y pensador ecologista, Ospina postula por una relectura de la historia, que disipe la desmemoria, y por una recuperación de la idea del hombre no disociado del cosmos, sino en armonía universal con el mundo. De ahí que abogue por una educación, cuyas tareas sean estimular el saber universal frente al saber especializado. Nos alerta de los riesgos del aprendizaje, pues este es capaz de hacer a la vez vino y vinagre, medicina y veneno, o de construir castillos y bombas atómicas, guitarras y cuchillos.      

William Ospina tiene un concepto teórico del ensayo, y conciencia del oficio de ensayista. De ahí que diga: “El ensayo tiene el deber de huir de la especialización y de la monotonía”. De ahí que sus textos ensayísticos bordean el pensamiento, el sueño y la especulación, en contrapunto con el tratado o ensayo académico. Están a veces a medio camino entre el relato y el poema en prosa. Cultor de la crítica reflexiva, sensible e imaginativa; cincelador de frases lapidarias, pero plástica y conmovedora, la fantasía y la imaginación alimentan sus ideas y sus ensayos: su pensamiento discursivo. Aboga por la reconciliación entre el hombre y la naturaleza. Estudioso de la historia del Nuevo Mundo, admira a sus héroes románticos, como Bolívar o Humboldt, y a los poetas-aventureros, esos “extraños prófugos” de Occidente como Rimbaud, Stevenson y Byron. O a un pintor-aventurero como Gauguin. De ahí que su obra en prosa exprese un culto a la naturaleza y a la historia. En sus ensayos hay implícita una poética de la historia del Nuevo Mundo. En efecto, historia poética y poética narrativa decoran su visión del continente americano. Ve romanticismo en su historia, en su lucha independentista, y hace una crítica a la América mestiza, que denomina un país: “el país del futuro”. Mentalidad renacentista y americanista, acaso utopista o retrotopista (pues ve la utopía en un pasado egregio, no en el futuro), Ospina se define como un enamorado del pasado, los mitos, la épica, los héroes y la memoria de América. Para él debe de producirse un renacimiento de lo sagrado, la solidaridad y la democracia, así como hacerse una relectura del pasado, recuperar el viaje a pie y el arte de la conversación.        

II

En su poesía resuenan los ecos y los tambores de las leyendas y los mitos indígenas de América, pero metabolizados por su imaginación y su sensibilidad. Oigamos este titulado “El amor de los hijos del águila”:

En la punta de la flecha ya está, invisible el corazón del pájaro.

En la hoja del remo ya está, invisible, el agua.

En torno del hocico del venado ya tiemblan, invisibles, las ondas del estanque.

En mis labios ya están, invisibles, tus labios.

No pocos poemas se leen como retratos literarios, y otros, donde se oyen la voz de la naturaleza y el rumor del silencio, así como los sonidos del bosque y las piedras, que semejan la poesía primitiva americana, de la que bebieron Whitman y Thoreau — que Ernesto Cardenal antologizara—y de la que sin dudas se nutrieron Robert Frost y William Carlos Williams. Interrogaciones y cantos, mediante anáforas y enumeraciones, desde una voz poética panteísta, que todo lo ve y oye –a la manera whitmaniana–, o del narrador omnisciente, su mundo lírico está pues pintado de mitos, símbolos, hechos y anécdotas. Poesía, la suya, de aliento épico y tonos míticos, poblada de invocaciones, homenajes a personajes históricos, pintores y escritores, obsesiones, viajes, montañas, ciudades, discursos y diálogos imaginarios, oraciones, fechas históricas, interpretaciones de voces antiguas, las herejías del siglo XX…son algunas de las referencias que decoran su imaginario poético. En muchos poemas, la voz poética proviene de un personaje histórico o héroe mítico que canta y cuenta sus hazañas. El universo que encierran tiene aire de clasicidad, donde se oyen las voces de los héroes y se siente la respiración del mundo grecolatino. Brotan así de su cultura histórica y conforman un mural, donde se representan sus obsesiones por un pasado mítico y maravilloso.    

III

En su tentativa por romper la superstición y, acaso, el maleficio de que los poetas no son novelistas, William Ospina se ha inscrito en las excepciones a las reglas de los grandes novelistas que también han sido espléndidos poetas como Víctor Hugo o Álvaro Mutis. Dio el salto del ensayo y la poesía a la novela, con pie firme, quizás porque sus ensayos son la prefiguración de sus novelas, o porque sus novelas son una prolongación de sus ensayos. Inició una trilogía histórica de los viajes al Amazonas en el siglo XVI, integrada por Ursúa (Premio Nacional de Novela, 2005), El país de la canela (Premio Rómulo Gallegos de Novela, 2009) y La serpiente sin ojos. A caballo entre la novela histórica y de aventuras, esta saga narrativa, de aliento épico, relata historias de invasiones y destrucciones del continente americano, en una suerte de escritura que nos recuerda las crónicas de Indias. Haciendo acopio de las técnicas de la novela histórica, el personaje narrador describe la naturaleza selvática, las hazañas de los indígenas, las crueldades de los conquistadores, la búsqueda de oro y las expediciones guerreras, donde se matrimonian las leyendas y las historias, los mitos y las anécdotas. Sus novelas son historias de personajes-narradores que cuentan historias, a la manera como Gabriel García Márquez nos seduce y adormece con sus historias fantásticas, en el marco del Realismo Mágico. Como buen hijo narrativo del Gabo, William Ospina ha sabido extraer rentabilidad novelesca a las lecturas del Nobel, su compatriota, y metabolizarla y atizarla con el fuego de su cultura histórica. 

Después de la gran aventura compuesta por esta trilogía novelística, Ospina emprendió la tarea de escribir una novela sobre la creación de Frankenstein y recreada alrededor de las vidas de Shelley y Byron, de la época del Romanticismo inglés. Ambientada en lugares exóticos y donde se conjugan la naturaleza con hechos históricos, personajes reales con fantásticos, del pasado y del presente, esta novela va desde una erupción volcánica hasta un tsunami, y desde leyendas vampiresas hasta inundaciones.  En la misma se mezclan el tiempo del relato con el tiempo de la historia, vidas paralelas del autor con vidas ajenas, vidas reales con vidas fantásticas, acciones y leyendas: el pasado y el presente, Oriente y Occidente.          

IV

Leído y admirado en Colombia, por su vasta cultura, erudición histórica y don de la oralidad, William Ospina es acaso el arquetipo de escritor en vías de extinción. Pero que cada vez es más necesario, en medio de los avatares de la razón contemporánea, la violencia y la pérdida de las buenas costumbres. Su trayectoria literaria traza una elipse con la que postula su visión del mundo y de la vida, con independencia de pensamiento ideológico. Hombre de espíritu universal y conciencia intelectual de su papel histórico, Ospina es, a la vez, un ensayista y un pensador del presente; por lo tanto, es un intelectual, pues tiene conciencia de la historia. Las ideas irradian sus ensayos, y sus novelas nos revelan el pasado y la memoria de nuestro continente mestizo. Bebió en los manantiales de la sabiduría y la magia, donde también bebieron Borges y el Gabo, sus dioses tutelares y sus maestros de la sensibilidad, a quienes se emparenta, por el brillo de su prosa y por el ritmo de sus frases –más García Márquez que Borges, por su sintaxis envolvente y de largos periodos oracionales. De ideas audaces y concepciones propias, en Ospina la prosa canta y embruja, hechiza, y a ratos, apabulla. No es un crítico literario, sino un ensayista, que hace crítica fuera de los métodos académicos, y al margen de las teorías literarias con olor a cátedra. Por los países de Colombia. Ensayos sobre poetas colombianos es un texto elocuente, que elogia la tradición poética colombiana, y que se lee como un testimonio de gratitud, como un pago a una deuda con sus maestros o guardianes de su sensibilidad poética. De ahí que iluminen su imaginario sensible Porfirio Barba Jacob, León de Greiff, Arturo Aurelio, José Asunción Silva, Juan de Castellanos, Álvaro Mutis, Giovanny Quessep o Raúl Gómez Jattin. 

De “El país del viento” o “Los hilos de arena” hasta “El país de la canela”, el universo que habita William Ospina, en el concierto de las letras de su país, adquiere matices singulares. Creador de un mundo narrativo donde moran Ursúa o Juan de Castellanos, el escritor de En busca de Bolívar ha devenido en un autor de culto; leído por los historiadores y por los jóvenes, en su obra hay una cátedra de universalidad y de colombianidad. Su escuela sensible es a la vez un taller y un hogar, cuyas letras están fraguadas desde las entrañas de la América mestiza: desde la sangre y el corazón de su drama histórico. Su obra es un luminoso diálogo con la clasicidad para iluminar y auscultar el presente; en definitiva, un diálogo, donde la poesía y la historia encarnan el tiempo de la presencia y de la ausencia, el instante y la memoria, y en donde cohabitan, inextricablemente, el pensador, el poeta y el narrador.

Creador de una “lámpara maravillosa” con la que ha hecho un elogio de la lectura, William Ospina, ese habitante de las noches americanas –con quien me unen hilos de admiración, y con quien me he cruzado en Mar del Plata, Buenos Aires, ciudad Juárez, Santo Domingo o Pereyra (Colombia)-, siempre me convoca a leer sus imágenes verbales, a disfrutar su prosa y a celebrar la edición de cada uno de sus libros. Si bien posee el don de la palabra hablada y escrita, también posee el don de la humildad y la sabiduría, esas que se logran del amor a la naturaleza, al bosque, a los manantiales, a los animales y a los ríos; es decir: de la contemplación del universo y del paisaje natural, en una simbiosis con la lectura de libros maravillosos y sagrados. A él me une la gratitud por la generosidad de eternizarme como personaje en la novela El año del verano que nunca llegó, donde recrea y memoriza un paseo nocturno por Puerto Madero, en Buenos Aires, en compañía de Francisco Hinojosa, o cuando lo invité a la Feria del Libro de Santo Domingo. Como se ve, en sus novelas, se conjugan la historia, los mitos, las leyendas, los hechos reales, la historia, la memoria y la autobiografía.

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Basilio Belliard es poeta, narrador y critico dominicano.