Algunas ideas para una antología de la escritura nacional sobre esa urbe.

Idea: Situar escritos dominicanos sobre Nueva York, determinar los sentidos y la calidad de los tránsitos desde la Isla hasta aquella ciudad, valorar lo que se deja, busca, encuentra y las palabras que se quedan en el camino para rastrear ese “ser” o “seres” que se van armando. Se retoman ritmos de la Obra de los Pasajes de Walter Benjamin, se tejen líneas rizomáticas, de manera que al final son más las madejas que los pedazos asibles.

Mito: El primer habitante no aborigen de Manhattan fue un nativo de la Isla de Santo Domingo. ¿Nos importa?

Ida-Vuelta: La literatura dominicana, desde su etapa colonial hasta el presente, ha estado fundamentada en una imagen desenfocada en torno a la territorialidad de lo insular. Somos en tanto nos estamos yendo. Las grandes obras serán escritas fuera de la Isla. 

Gran fractura: la Era de Trujillo. Con ella surgen los documentos de identidad y el pasaporte como instrumento de control político. Si antes el salir de la media Isla era un acto normal, a partir de 1930 el irse se incluirá dentro de una estrategia de vigilancia y relativo cuestionamiento, en tanto el en-sí de lo insular debería contener todo lo de sujeto.

Ninguna historia: La imagen de Nueva York se irá transformando en la medida de las contradicciones sociales al interior de la sociedad dominicana. De un simple puerto que permite las comunicaciones con Europa, aquella ciudad se convertirá en destino, salida, hogar.

Una historia: Los movimientos migratorios hacia comienzan a producirse al final del siglo XIX, dentro de los procesos de cualificación profesional. Viajan los estudiantes, los profesionales, los políticos.

Escritos de los Henríquez Ureña: Emigrados de la primera hora del siglo, Max y Pedro Henríquez Ureña transcribirán no sólo sus experiencias, sino que serán parte de una comunidad intelectual que va de la simple migración al exilio. En Pedro hay una idea muy clara en torno a la metrópoli, sus formas, instituciones, dinámica intelectual, que irá apuntando en cartas, notas. Tanto en su primera estancia, en 1901, como en la segunda, en 1916, dejará una serie de escritos críticos y de crónica urbana.

Tulio Manuel Cestero: Fue profético el siguiente fragmento de “La sangre” en relación con la búsqueda de una “salida” intelectual de Santo Domingo. Aunque en el contexto de la novela se trataba de la represión bajo la dictadura de Lilís, es decir, de un contexto en el que nadie podía pensar en una salida “diplomática”, el autor como que pone una solución de su presente en un contexto lejano, incongruente. El mismo Cestero se guió por su recomendación para el resto de su vida. Pero también es importante apreciar cómo el consulado dominicano en Nueva York ya se instaló en el primer cuarto del siglo XX como la mejor “salida” laboral.

“—Sí, compadre, ésa es la realidad, aunque te contraríe. Oye mi consejo: consigue un Consulado y vete al extranjero. Como tú, yo encontraba pésimo cuanto hacía el Gobierno, y a nuestra capital fea y fastidiosa, y hoy después de conocer a Nueva York y a París, te juro que no somos tan malos y que abundan bellezas junto a las cuales pasamos indiferentes. Una cosa son las teorías en los libros y otra la acción, y cuando hayas contemplado, por ejemplo, desde el Puente Viejo a media noche a Notre Dame, la luna entre las dos torres o al Sena, lamiendo el Louvre que la luz matiza, aprenderás a sentir la voluptuosidad de nuestro ambiente y a descubrir las sensaciones estéticas contenidas en los arcaicos sillares de La Primada, como dice don Fellé. ¿Has visitado de noche las ruinas del Alcázar de los Colón?

Manuel Florentino Cestero: Publicado en 1918, Estados Unidos por dentro no debió haber pasado desapercibido en nuestro medio intelectual por ser este un texto esencial para comprender nuestras relaciones Norte-Sur. Después de las teorías sobre Nuestra América, de José Martí, del Ariel de Rodó y las visiones sobre los EU de Rubén Darío, sería importante valorar los planteamientos de Cestero en torno a la calidad de vida, a la cotidianidad, esa sinergia de espacio y sujeto en las calles de Nueva York. Recordar el paso suyo por Las Novedades. Pero tampoco abundamos más: Ediciones Cielonaranja ha reeditado esta obra.

Américo Lugo: en un editorial de 1921:

“Sea cual fuere el grado de aptitud política alcanzado hasta ahora por el pueblo dominicano, es indudable que existe una patria dominicana. Los españoles, al mando, al principio, del Gran Almirante, descubrieron, conquistaron, colonizaron y civilizaron las Indias, y primero y muy principalmente esta maravillosa Isla Española. Entre nosotros, pues, ha brillado la luz del Evangelio, e impreso su belleza el arte y derramado la ciencia sus inapreciables dones, siglos antes que en Washington, Boston y Nueva York. Fuimos y somos el mayorazgo de la más grande entre las nacionalidades de la Edad Moderna. La incipiente nacionalidad lucaya puede simbolizarse en la frágil y como etérea constitución fisiológica del dulce lucayo: pereció y se extinguió con éste sin dejar siquiera un solo monumento artístico y literario que la historia pudiese colocar sobre su tumba”.

Gustavo Bergés Bordas: Farmacéutico, periodista, ensayista, Bergés Bordas vivió muy intensamente y no pasó de los 30 años. Sus “Cien días en Nueva York” (1925) son crónicas brillantes sobre el día a día. El libro ha sido compilado y editado por Ediciones Cielonaranja, junto a otro suyo sobre Lilís, en “Escritos sobre Lilís y Nueva York”.

Ángel Rafael Lamarche: “Loscuentos que Nueva York no sabe” se publicaron en México en 1949. Parecen los de un Henry James tropical. Toda la atmósfera del cine noir está ahí. También fue recuperado Cielonaranja. Por eso no abundo.

Ramón Marrero Aristy: Periodista, cronistas, ensayista, el romanense vivió en carne propia los avatares de la explotación en los ingenios azucareros. Conociendo a los técnicos extranjeros y alimentándose con la literatura de viajes, se hizo un cuadro sobre la dinámica laboral de los Estados. En la tercera parte de  su novela “Over” leemos:

“… Trabajé en barcos enormes, en fábricas gigantescas. Me quedé dormido mecido por las olas, y también fui ensordecido por el trepidar de las maquinarias de factorías monstruosas, ¡porque estuve en New York! Conocí mujeres de todas las razas, de todas las costumbres que me dijeron su amor en idiomas diversos. Apuré mucho los goces, viejo, para convencerme de que la vida es buena cuando se la lleva así… Y sin embargo, fuera de las juergas y, aun dentro de ellas, no hallaba el reposo; la tranquilidad, el sitio, ¡el equilibrio que salí a buscar cuando abandoné esta tierra!”

Manuel del Cabral: El santiaguero conoció muy pronto los grandes espacios metropolitanos y amparado en el “Poeta en Nueva York” de Federico García Lorca, se dejó conducir por esos predios en su “Oda a Colá”

¿Cómo puedo yo ahora ponerme a hablar

de los perros de Nueva York, los lujosos ladridos

que están tan bien cuidados,

que están tan prohibidos, tan gordos,

tan mimosos, tan ciudadanos,

casi aspirando al censo de la Quinta Avenida?

Rafael Lara Cintrón: Es un autor prácticamente desconocido, que descolló en la Generación del 48, pero que luego se diluyó en su asentamiento en Nueva York en los años Sesenta. En su narrativa es frecuente el tratamiento de Nueva York como la nueva tierra firme del dominicano. En su cuento  “El fugitivo”, publicado en la revista Testimonio en 1965:

“Luego se incorporaba y por la ventana de la moderna habitación del rascacielos, veía un poco de ese New York que da dinero, engrandece y destruye. Me ponía amable, dulce; alternaba palabras hermosas de sueño. Ella descartaba, con intuición pasmosa, el mal humor de la vida, porque yo siempre era su amor y veneraba cada pequeño rasgo de ternura mía, y, hasta hacía que me dividiera en sollozos. Venía de lejos, la vida había sido dura con ella y los hombres peores habíanle negado su derecho a comer, a viajar y a paladear como los demás una Coca-Cola en cualquier sitio decente y común”.

Aída Cartagena Portalatín: Se fue joven a explorar el mundo en París, y de ahí bien que le cupo en su imaginario el espacio newyorkino al que volvió en repetidas veces de su novela Escalera para Electra, como en este fragmento:

“Cambiaban los discos en el fonógrafo que Swain había traído de New York.”

En su poema, Cantos para el hombre nuevo, el proletariado whitmaniano, universal, se hace presente:

Mi canto es un canto humilde.

Mi canto es un cesto lleno de buenos deseos para el pobre.

En estos litorales conozco conchoprimos, jíbaros y liborios.

Conozco pobres de New York. Londres, Viena, Paris…

Todos con las mismas desventuras

destruyéndose como insectos prensados.

En uno de sus cuentos de Tablero, “La llamaban Aurora” también se inscribe la ciudad que nunca duerme:

 “Alzo vuelo como ayudanta, convencida por la míster del técnico azucarero y en este New York, piso 11, cocino, lavo, plancho, hago los mandados, aguanto las pesadeces del bodeguero, el italiano hijo de su mamma, que me hala el pelo y dice negrita fea…, que de dónde soy, que si esto o lo otro. O a la señora gringa: Colita, por qué te dilatas tanto, le explico que el hijo de su mamma me detiene, o que me detengo para ver al Giordano que le da una cuchillada al Manfredi, todo por un muerto del barrio que cada uno considera debe ser llevado a su funeraria respectiva, y al police que dice con mucha calma: el muerto es el Giordano”.

Alexis Gómez Rosa: Se formó, vivió, disfrutó y sufrió Nueva York como pocos. Su texto New York en tránsito de pie quebrado se inscribe dentro de esta escritura amplia. En una entrevista concedida a Sintia Molina, titulada The consciousness of transit”, publicada en Callaloo  el 23.3 (2000) 861-868:

MOLINA: What did New York en tránsito de pie quebrado [New York in transit of short verse] mean to you?

GÓMEZ ROSA: It is a book I like very much because it awakens in me a hidden autistic feeling behind the sumptuous tide contained by those pages. It is the rounding off of incompleteness. New York en tránsito de pie quebrado opens a cycle, that of doors opening to the countryside (parodying Octavio Paz), peopled by blinking traffic signs that can lead to a terrible collision. From its title, open and stubbornly polysemic, its pages progress through the successive negation of each one of its parts. Free verse, haikus, prose poems, epigrams, and concrete poetry, it is an unfolding of the self and its voices setting up a dialogue of geographies. It is the song of New York from the parameters of literature. I conjugate everyday reality from the perspective of someone who sees himself in a new space in relation with other nationals, with a common history, full of ups and downs and shadows.

Andrés Avelino: Poeta y teórico del Postumismo, filósofo más que denso, se hace eco de la figura de Poe, todo un héroe dentro de la poética dominicana de los años 20, y vemos lo que escribe en su  “Poema 32”

Andaba buscando las últimas violetas

que se marchitaron en los bolsillos de Allan Poe,

cuando todavía New York estaba hecho de tripas de lagarto

y los negros de Manhattan se dormían en canciones de dolor y primavera.

Las guardaba una Dalia piadosa,

plácida como una alberca adolorida

que se reía con una risa dorada

tenía una tersura de aire triste en sus dorados pétalos

y vendía perfumados caramelos en Chicago.

Hablamos muchas veces

contra el asombro de los masticadores de chicle;

de las plumas arrancadas a los cuervos de Allan Poe

en los muelles de Chicago y de New York.

Manuel Rueda: Se refiere a Nueva York en la dedicatoria de su poema “Por los mares de la Dama”:

“A Allen Ginsberg

quien me recomendó volver a New York

cuando no hubiera luz eléctrica”.

Miguel Alfonseca: Escribió en un duro contexto de las relaciones con Nueva York: la Guerra de Abril de 1965, la invasión militar norteamericana, los gritos abiertos de la migración a partir de 1966 y en ese año, también, la instauración del balaguerato, con su secuela de horror y terror. Hay varios momentos newyorkinos en la narrativa de Alfonseca; en “Delicatesen”:

“Hasta mi hermano fue incapaz de soportar. Disimulaba pero yo comprendía el tremendo esfuerzo realizado para aceptar esa fea realidad que era su hermana. Finalmente se marchó. “Me voy a Nueva York”. “Allí la vida es más ‘easy’, nena”. “No te preocupes, Violeta, te mandaré una mensualidad”. Me sentí más cómoda viviendo sola. Paseaba con mis “shorts” y mis sandalias, moviéndome a gusto, riendo y escandalizando. Cuando terminé la “High” busqué trabajo y fue en vano. Así que estoy en mi elemento: me levanto a la hora que me da la gana, salgo a las calles y paseo el parque, entro a las tiendas desenfadadamente, voy al cine a menudo y ciertos “week-ends” marcho hacia las playas”.

En “Los trajes blancos han vuelto”:

“Huyeron, es verdad, se escondieron en Nueva York, en otras ciudades del continente. ¡Que placer el de aquellos meses vividos en Manhattan, cuando en el “subway” alguien los identificaba, escondidos dentro de sobretodos largos y bajo sombreros de alas caídas, y como por conjuro, de las esquinas de los vagones aparecían dominicanos empujando, abriéndose paso atropelladamente a través de los escandalizados nórdicos: “lousy bastard” a y los golpes ponían a suplicar, a llorar, a desmentir, escondiéndose los rostros entre las manos sin que cesara el aluvión de puños, ni la furia de las mujeres que golpeaban con los zapatos y las carteras, mirando como podían por las ventanillas, pidiendo a Dios que llegara la próxima parada, hasta que en medio de tirones de un lado y de otro, de palabras sucias, corrían hacia afuera antes de que el ruido de las vías cesara completamente! Los veías desaparecer entre los abrigos y las luces bajas, en aquellas galerías subterráneas con el hollín incrustado como una pátina y el frío quemando, los pañuelos en la cabeza, y los guantes, las columnas cenicientas, entre algunos niños rosados, bajo los letreros de neón, atropellando las ancianas pintarrajeadas y las mujeres fumadoras, de largas piernas, azuzadas por el miedo y la soledad, rumbo a las escaleras por donde se subía a la calle! Mirabas la persecución hasta que desaparecían bajo aquel letrero agresivo”.

René del Risco: Lo dicho sobre Alfonseca habría que aplicarlo también al autor de “El viento frío” (1967). En  “Y no importa”:

Tampoco importa el recuerdo de un viaje

a Nueva York,

con botas en la nieve

y un triste intento del amor

en casa de unos primos…

Son cosas que no tienen importancia.

Efraím Castillo: Sitúa la acción de su obra de teatro “El cinco geométrico” en Nueva York, publicada en la Revista de la UASD en 1965. En su novela “El síndrome de la visa” Nueva York es como el puerto pendiente. Y en su cuento “El oidor”, incluido en su Rito de paso (1966):

“Su voz, Larancuent sabía que por su voz había ganado las mejores notas en escuelas, institutos y, para graduarse con los más altos honores, en la universidad del Estado. Su voz lo había convertido en príncipe de la radiofonía cibaeña y lo hizo escalar los más altos peldaños en su estadía de tres años en Nueva York, desde donde regresó para leerle al Doctor”.

Mario Veloz Maggiolo: En su novela “Materia prima”, el del barrio trata de mudarse a NY.

Martha Rivera-Garrido: En “Twenty Century (aún sin título español)”, de 1982, en su acostumbrado tono aforístico:

“A los quince años se sueña con ser guerrillero o con irse a Nueva York”

Aurora Arias: Más que sobre New York, escribió sobre algunos personajes de esa ciudad, lo que al fondo es casi lo mismo o daría igual. En Invi’s Paradise nos recuerda a un personaje real, amiga de muchos, siempre recordada en el cariño, pero con quien Aurora en cierta medida exagera:

“Érica, judía-newyorkina tamaño king size, rubia y bonachona, siempre con las uñas sucias como una niña a la que nadie cuida”.

Frank Báez: El gran poeta dominicano la menciona como destino, en Postales:

“173 

A Lorena que se tragó dos funditas con coca antes de volar con destino a Nueva York”

Josefina Báez: Si hay una autora que se ha ocupado del tema newyorkino con propiedad, dolor, profundidad, festividad, esa es Josefina Báez. En términos biógraficos, le debe más a esa ciudad norteamericana que a su Romana natal. O quién sabe. En toda su obra Nueva York es lo inevitable. De La Levente, por ejemplo, podríamos citar larguísimos párrafos y los pensamientos se irían a chorros. Pero conformémonos con un poema suyo, con  “Dominicaras dominicosas”:

Y vi que las nanas de la 107   el repertorio del bloque era una

fotocopia de Nueva York

Nueva York el nuestro

El Nueva York que se miraba con las ropas de domingo

cualquier día de semana

una y otra vez los mismos

en la Mirage   La Manganette   Corso   Ipanema   Roseland   Copa

Chepín   el Final

cualquier fin de semana y aún más como el lunes no se trabaja

una y otra vez los mismos

la gira del barco   la montaña del Oso

Juan Dicent: Residió lustros en Nueva York, luego pasó por Tennessee y si mis datos no me fallan debe estar camino a cierto suburbio gringo. Pero antes de irse, en su libro de cuentos “Summertime”, tuyo tiempo de incluir en “La casa mamey” un fragmento rompiente:

“Mi hermano se fue para Nueva York a hacer un postgrado no se sabe en qué. No regresó. A veces pasa con la idea de quedarse por dos semanas. La esposa y los hijos gringos tienen la sangre más dulce del mundo para los mosquitos. A los cinco días se marchan con sarampión”.

Francis Mateo: Su texto “El alto” (2018) podría adscribirse a géneros diversos. Pero digamos por ahora que es un poemario. O mejor: un diario sobre el dominicano de los Heights, ese mundo entre bodegas y un trago guillado en alguna funda. Mateo es lírico, sarcástico, sabe ponerle temperatura creativa a los sociolectos y le saca la chispa del humor, la que siempre alucina e ilusiona. También publicado por Ediciones Cielonaranja.

POSTDATA: Hay muchísimas lecturas que faltan: Rita Indiana, Junot, Nuna Marcano y sus crónicas de “De greñas y amores” y el paquete de los Dominican Writers con los que alguna vez tendré que toparme y bajar no sé qué. Pero esto es solo el principio de algo que no sé cómo acabará. Gracias por leerme.

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Miguel de Mena es ensayista y editor.

Nacho Guevara (Costa Rica, 1973) trabaja como fotógrafo freelance en la ciudad de New York. Durante diez años actuó y produjo teatro a nivel nacional e internacional y trabajó como instructor en el National Museum of Mexican Art.