Lo primero que llama la atención en el libro No les guardo rencor, papá (Ed. Legados, Madrid 2019) de René Rodríguez Soriano es la fragmentación de la historia y la presencia de varias voces, voces que parecen fluir o escapar de un gran magma. Así se experimenta la impresión de que la historia es narrada desde muchas perspectivas. Pantallazos, flashes que no eluden la fotografía y los discursos forenses, reproducciones de archivos legales que incluyen la foto carnet de los acusados causan cierto efecto devastador en la mirada, considerando que en América Latina la opresión política ha marcado a nuestros países. 

Existe una jerarquizada tradición de la novela que da cuenta del aspecto político que comienza antes incluso que el realismo mágico nos deleitara con distintos perfiles de los tiranos de turno, sin embargo, esta novela se distancia de propuestas anteriores vinculadas a la misma temática. Resulta inevitable abordar este libro como factura, como objeto en sí, ya que se destacan desde su propuesta visual las imágenes fotográficas. La palabra poético-ficcional está cruzada, está atravesada por la gravitación de la Historia. 

A medida que avanza la lectura descubrimos un relato lleno de sectores en blanco, de partes elididas, pareciera que por tratarse de acontecimientos tan absolutos solo pudieran ser narrados fragmentariamente, y justamente la estrategia narrativa de cargar al relato de silencio permite que lo narrado en el texto estalle en su significación. La novela ha sabido sortear el desafío de volcar lo integral de los acontecimientos recurriendo al fortalecimiento de las partes. Lo esencial se ha colado desde el gran magma para concluir en un relato potente y conmovedor.

En el armado del libro se recurre a varias modalidades expresivas: el monólogo interior, el género epistolar, el diario personal, el discurso legislativo, salvo en esta última categoría está completamente ausente el discurso en tercera persona, las voces han sido tamizadas por la experiencia individual, personal, intransferible. Esta diversidad de recursos muestra a manera de despliegue el modo en que un mismo hecho terrible impacta en la vida de los seres: La vida cotidiana es interferida, la vida como tal en su totalidad es interrumpida por la violencia que proviene de un afuera inquietante. El adentro y el afuera están delimitados con claridad. En el afuera está abarrotado el poder maléfico. 

Ya desde el título el libro se acerca al discurso confesional, una voz que se dirige a alguien, al padre, una voz que baja el tono para configurar un relato de elevadas alturas. Por un lado, es un libro muy íntimo y, por otro, se filtra lo social, además se inscribe el relato en la gran tradición literaria a través de las citas que inician la mayor parte de los párrafos. Se dialoga entonces con la tradición, pero el libro tiene algo de susurro, de confidencia en voz baja. Se dialoga con el padre, con los valores de una época, con las diversas maneras en que un hecho o suceso es vivenciado por los distintos personajes y al mismo tiempo, por ese carácter de intimidad que emana el libro, podría afirmarse que esas voces dialogan consigo mismas. Se dialoga, por supuesto, con el miedo. 

La sensación de diálogo está otorgada por el tono confesional del discurso. Incluso hasta el subgénero del diario escrito por una mujer replica el modelo de la conversación. Lo interesante es que el autor lo haya logrado con un texto de breve extensión. La relevancia que adquieren las voces en esta novela, voces que alcanzan esplendor encerradas en la limitación de un relato que apenas dice lo que tiene que decir, pero diciendo únicamente lo muy decisivo y, por encontrarse enmarcadas por un silencio tan grande, se produce un efecto de destaque como si de pronto el sentido se desprendiera de su encarcelamiento para permitirles brotar. Son como flores dispersas en un inmenso desierto que sobrecogen al lector. Una estética de la aridez y lo rutilante. 

Entre este despliegue de voces está la que proviene de la radio. El aparato de radio va adquiriendo dentro de la novela gradual importancia. Se trata de otra voz que trae una información que desmiente las versiones de determinados personajes. Es la voz de un afuera, así se amplía el espectro del relato, ya de por sí amplificado por los diferentes puntos de vista presentados: La voz de la radio, esa otra voz política, ese otro enfoque de los sucesos. 

Libro increíblemente bello en su simplicidad y en su brevedad si nos atenemos a la magnitud de los acontecimientos. En esa brevedad se condensa una historia de peso. Quizá el mecanismo predominante es el de la condensación. La historia se encuentra comprimida en la tensión de esas voces que van abriéndose sitio en el cuerpo del texto al estilo de un relato radial. Son voces limpias, desnudas, recortadas las unas de las otras, haciendo su aparición en la escena, ocupando su espacio de protagonismo para esfumarse, para volver al magma del que provinieron. La interioridad profunda de las voces de No les guardo rencor, papá genera una intimidad con el lector y una profunda empatía. Voces rodeadas por el blanco silencio que potencia su mensaje. Todo lo que no se dice y está entre líneas es tan sugestivo como lo que se dice. 

El cierre del libro es nuevamente una carta al padre escrita desde un avión, precisamente un avión que indica un marcado cambio de perspectiva espacial —la mirada desde arriba es la mirada de quien obtuvo poder— primero habló el niño o el joven muchacho y luego el hombre consumado, así la novela ha trazado un trayecto en el que el tiempo realizó su camino y plasmó su impronta. En esta carta el matiz recriminatorio hacia la conducta y actitud del padre merman, ha habido una transformación del personaje, una evolución y el proceso queda a espaldas del lector, pero se fugan por esos espacios en blanco del silencio muchas otras significaciones.

Es necesario hacer referencia al tono de la novela, sin ese punto justo de las voces el efecto de condensación no hubiera sido posible, las voces estás sumergidas y a la vez tienen el calibre exacto para que la emoción no se desborde ni tampoco sea regateada, el trabajo con el lenguaje es minucioso y exquisito, tributario de un oficio poético aunque estemos frente a un relato narrativo con todas las letras, es en la articulación del tono de esas voces que el relato consuma su eficacia. 

Rodríguez Soriano ha desarrollado una forma de narrar nuestra historia de América con su plaga de autoritarismo desde un ángulo distinto evitando caer en lo argumentativo, en lo meramente ilustrativo, en lo redundante y a la vez sin que la cuerda emocional se desborde. El buen uso del silencio ha permitido que la palabra resplandezca en una novela en la que la articulación entre lo político y lo personal alcanzó su mejor equilibrio. 

Irma Verolín [Buenos Aires, 1953]. Premio Fondo Nacional de las Artes en cuento, Premio Emecé, Primer Premio Municipal de la ciudad de Buenos Aires y Primer Premio Internacional de novela Mercosur. Entre otros, ha publicado: Una luz que encandila, El puño del tiempo y La mujer invisible.