Si hay una calle representativa en la ciudad de Santo Domingo, esa es la calle El Conde. Esta calle de casi exactamente un kilómetro de longitud —un kilómetro de historia— divide, biseca gustan decir los geómetras, el almendro de la Ciudad Colonial de Santo Domingo cruzándola de este a oeste.

Desde el trazado de la ciudad, en sus inicios, allá por el año de 1502, cuando Nicolás de Ovando decide trasladar hacia las tierras de la cacica Ozema, aquella que se amancebara con Miguel Díaz de Aux,  situadas al oeste del Ozama, la ciudad para estar más accesible a los otros asentamientos coloniales, principalmente del de La Vega, donde se fundía el escaso oro que se encontrara en La Española, la calle fue el decumanus máximo de la que alguien llamaría eufemísticamente “La Atenas del Nuevo Mundo”. Y desde ese momento ha alojado las edificaciones y los espacios más importantes de la ciudad y, por tanto, desde sus inicios ha tenido el locus principal de la incipiente urbe. La llamada casa de Hernán Cortés, parte de un grupo de casas en hilera del Comendador de Lares; en una de las cuales se alojó el Almirante de la Mar Océana, Cristóbal Colón, por treinta días mientras reparaban sus naves, constituyendo la única ocasión en que viviera Colón en el nuevo asentamiento —y definitivo— de la muy ilustre ciudad de Santo Domingo; marca prácticamente el inicio de esta calle haciendo esquina con la calle más vieja de la ciudad histórica: Las Damas. 

Más al oeste se emplaza el primer Ayuntamiento de América, la Plaza de Armas o Plaza Mayor y para 1521, se comienza, a iniciativa de Federico Geraldini, la construcción de la Catedral de Santo Domingo definiéndose así el centro urbano de una ciudad calificada por Erwin Walter Palm como “policéntrica”. 

Desde sus inicios la calle ha tenido diferentes nombres. Se ha conocido como la calle de la carnicería, por estar la carnicería municipal al lado del ayuntamiento; Alemán nos cuenta que se conoció también como calle de Clavijo, por un vecino con ese apellido que tenía una pequeña escuela, luego se llamó Calle Real y durante la ocupación francesa fue llamada Calle Imperial. En 1859 se nombró Calle Separación y es en 1924 cuando se le da el nombre de El Conde, en honor a Bernardino Meneses y Bracamonte, Conde de Peñalba, el gobernador que venció, con ayuda de los cangrejos, a los temibles Penn y Venables, en 1655.

La calle El Conde desde hace siglos ha sido centro comercial y político de la ciudad;  así lo consignan Tulio Manuel Cestero en su novela “La Sangre” y Moscoso Puello en “Navarijo”, nombre relacionado directamente con un negocio en la calle El Conde, entre otros autores;  y lo ha demostrado el hecho de la cantidad de movimientos civiles relacionados con las luchas caudillistas de los siglos XIX y XX y la lucha por la democracia que se desarrolla después del ajusticiamiento de Trujillo, que tomó esta calle como escenario para sus manifestaciones. 

La ciudad es El Conde y El Conde ha sido la ciudad, configurando una complicada relación de dependencia y amor —odio que se viene manifestando hasta llegar al estado calamitoso en que se encuentra la vía en la actualidad. El Conde como ciudad, ha condensado la modernidad urbana de un complicado país que tiene tres Padres de la Patria, Duarte, Sánchez y Mella; y tres fechas de independencia, 1821, 1844 y 1863, la independencia efímera, la independencia oficial y la restauración y un país que ha tenido gran parte de su historia moderna gobernado por dictaduras, de Báez y Lilís a Trujillo y Balaguer.

Por donde quiera que se mire la modernidad urbana aterrizó primero en El Conde acompañando al siglo XX. Desde 1910, cuando Osvaldo Báez remodela, a partir de un esquema del norteamericano de origen checo Antonín Nechodoma, el Ayuntamiento, convirtiéndolo en el bello Palacio Consistorial que podemos disfrutar hoy, en El Conde, se fueron ubicando los edificios más representativos de los primeros 60 años del siglo XX. Quizás lo que mejor ilustra la instalación de la modernidad en El Conde es el anuncio realizado por Bienvenido Gimbernard en su revista Cosmopolita, donde se ve un imponente edificio Cerame, cayendo sobre la casa colonial que ocupaba la esquina de El Conde con 19 de Marzo y un texto que dice:

“Lo moderno elimina lo anticuado.

Las ciudades se modernizan y la casa Cerame renovó la estética de este panorama de la antigua Ciudad Colonial.”

En la década del 1920 al 1930, la ciudad de Santo Domingo comienza a asumir su perfil moderno y lo hace en El Conde donde se construyen los primeros edificios altos, con nuevas tecnologías y con el nuevo material del hormigón armado. El primer ascensor se instala en el edificio Baquero en 1928. Una foto tomada desde las alturas de Villa Francisca que muestra la ciudad devastada por el ciclón de San Zenón muestra en el horizonte el perfil de los edificios Baquero, Diez y Cerame, los tres de Benigno Trueba, erguidos sobre los destrozos del meteoro, pregonando la resistencia del hormigón armado, nuevo material asumido oficialmente por la dictadura de Trujillo que se inició 15 días antes de que azotaran los vientos de San Zenón.

Con el pasar de los años se construyen en El Conde edificios tan importantes como el Copello, de 1939, primer edificio moderno diseño del maestro Guillermo González, el edificio Saviñón, de 1942, diseñado y construido por la arquitecta Gloria Iglesias Molina y su hermano ingeniero, Octavio y en los primeros años de la década de 1960 William Reid y Nani Reyes diseñan el CHM y el actualmente desvirtuado Hotel Comercial. Otros edificios como el Olalla, Plavime, Jaar, completaban el catálogo de la modernidad dominicana en los años entre 1920 y 1960.

La vida urbana y el entretenimiento de la constreñida burguesía y pequeña burguesía de la Era de Trujillo se concentró en esta calle donde aparecen sitios como el Restaurant Panamericano y el Roxy; y en los primeros años de la década de 1960 fue el principal paseo de los jóvenes de entonces, al punto de que se inventara un nuevo verbo para describir estos paseos: callecondear. Francis Stopelman, un fotógrafo holandés de origen judío captura perfectamente esos momentos urbanos en su libro de 1959/60 “La República Dominicana. Quisqueya Portal de América”.

Durante la Guerra de Abril del 65, con la instalación del gobierno constitucionalista en el Edificio Copello, El Conde asume una nueva dimensión histórica, pero al mismo tiempo se inicia el proceso de deterioro de la Ciudad Colonial y con él el deterioro de El Conde como principal arteria comercial y financiera de la ciudad. Las principales tiendas y bancos emigran hacia un sitio emergente de la burguesía y pequeña burguesía urbana que desde 1959 se venía desarrollando. El ensanche Naco alojaría los comercios y muchas familias provenientes de la Ciudad Colonial y de Gascue. Naco, con otros ensanches colindantes con el tiempo se convertiría en el nuevo centro comercial y financiero de Santo Domingo identificado como el Polígono Central, pero sin la historia ni el glamour de la Ciudad Colonial y la calle El Conde.

Durante los primeros 60 años del siglo XX El Conde, con su perfil urbano moderno, representó la ciudad que se modernizaba. Sus edificios y su oferta urbana de consumo y diversión representaron esa modernidad difusa de la dictadura trujillista y le dio una imagen cosmopolita a Santo Domingo-Ciudad Trujillo. Ni siquiera el malecón con su Kilómetro Cero de la arquitectura y el urbanismo trujillista, ese punto donde convergen el obelisco, el parque Eugenio María de Hostos, antiguo parque Ramfis, y el Palacio del Partido Dominicano, Actual Ministerio de Cultura; o La Feria de La Paz y Confraternidad del Mundo Libre con la que Trujillo celebró sus 25 años de gobierno, pudieron desplazar a El Conde como imagen urbana de la ciudad. En los Álbumes de Oro de la Feria, los edificios de El Conde y el demolido Hotel Jaragua, de Guillermo González, representan sin ninguna duda la modernidad de Santo Domingo-Ciudad Trujillo. 

Hoy esa representatividad de la principal calle de Santo Domingo está terriblemente debilitada. Años de abandono oficial y desidia municipal, han convertido El Conde en una sombra de lo que fue, sin embargo, el potencial de la vía, un kilómetro que resume la historia y la arquitectura dominicana desde la colonia hasta la modernidad, está intacto y, “Una voz, como Lázaro, Espera/ que le diga : ¡Levántate y anda!”. 

Omar Rancier, arquitecto, ensayista y Decano de la Facultad de Arquitectura y Artes de la UNPHU.