La ambivalencia, entendida como contradicción entre los elementos individuales y colectivos del conjunto social, es una de las características fundamentales de la posmodernidad. El hecho ambivalente, por contradictorio, comprende la convivencia de lo antiguo con lo moderno, lo análogo con lo digital, lo racional con lo irracional, el dogma religioso con la secularidad, la individualización como derecho con la colectivización como reclamo de facto, el arte como mímesis y como expresión, el “fastfood” con el “slowfood” y la afición por el “fitness”, como culto al cuerpo, y el “wellness” con la industria del espíritu y la literatura mediocre de superación personal.

Estos procesos ambiguos se han visto hiperacelerados, fragmentados y egocentrizados por el auge de la revolución tecnológica, la comunicación digital y la exploración a través de internet y del ciberespacio, y sus efectos colaterales en el ciudadano, la familia, la educación, las ciencias, la economía, la política y la cultura. ¿Acaso no resulta ambivalente el hecho de que sea la nanotecnología, como microespacio, la que haya creado la posibilidad del macrodato (Big Data) y la hiperinformación de la transparencia en la modernidad tardía del consumismo, la incertidumbre, la inseguridad y el riesgo?

En el ámbito artístico, esa ambivalencia se refleja en la convivencia de las artes visuales convencionales, con apetito de durabilidad, con el arte virtual o efímero; de la literatura de extensión tradicional y publicada en formatos impresos, con el apogeo de la ciberliteratura forjada en formatos virtuales de microrrelatos, novelas tuits o hipertextos de breve duración, que pueden ser leídos o escuchados en las tabletas y los teléfonos celulares. En todos imperan la velocidad, el mensaje único y el gusto “light”. Así comparten espacio también el teatro y el microteatro.

Cuatro jóvenes profesionales de la arquitectura y el marketing, Natalia Peguero Lara, Carolina Moronta, Dania Matos y Perla Gutiérrez, quienes fueron de paseo por Lima, Perú, descubrieron allí el fenómeno urbano y posmoderno por excelencia en el orden del género dramático: el microteatro. Está presente en varias ciudades importantes de países como España, donde nació, México y Argentina, entre otros, y de un tiempo a esta parte en Santo Domingo. 

La historia del fenómeno cuenta que la crisis financiera y económica mundial de 2008 impactó en España el mundo del teatro y provocó que un grupo de decenas de artistas (directores, autores y actores) tomara un antiguo y clausurado prostíbulo de Madrid, que el Ayuntamiento autonómico pensaba demoler, y lo acondicionara  de manera que en las trece habitaciones del burdel quedaran instaladas trece compañías teatrales, que representarían obras de quince minutos, para un público de hasta quince personas por habitación, sobre un tema en común, esa vez, la prostitución. El éxito no se hizo esperar.

Microteatro Santo Domingo nació en noviembre de 2017 y ocupa una vieja casona de la Ciudad Colonial, con cuatro salas para quince personas y cuatro obras simultáneas de quince minutos, con varias funciones por noche, sobre temas de estación que han abarcado el dinero, el amor, el sexo y la locura. El lugar y el concepto han sido conquistados por jóvenes y adultos que, entre una representación y otra, disfrutan de un ambiente agradable con música, bebidas y restauración.

Microteatro Santo Domingo ha venido a ofrecer la oportunidad de que el talento dramático joven pueda manifestarse, en la escritura, dirección y actuación, mediante un formato que, más allá de su brevedad, exige una entrega incondicional al público y a la calidad, en un auditorio de quince metros cuadrados que se transforma en experiencia de intimidad, hilaridad y drama compartidos directamente con los artistas. Una vivencia estética singular. 

José Mármol, Premio Nacional de Literatura 2013. Autor de Yo, la isla dividida (Visor, 2019).